Poco se ha escrito sobre la cantidad de antologías y “antojolías” (por lo antojoso, diría Gonzalo Andrade, un personaje clave en cuanto a cultura se trata en Manta) que abundan en el país. Del amiguismo implícito para que tal o cual autor pueda incluirse en una de ellas, de esa interminable cadena de elogios, farsas, perruñadas, etc. para que el nombre de algún autor sin mayor talento que secretaria redactora de oficios (con el perdón de las secretarias) pueda ser tomado en cuenta, resulta patéticamente realista de aceptar. Desde luego que el país no solo está plagado de seudas y cómicas antologías, puesto que también han circulado Antologías que van más allá de la simple recopilación de los más destacados autores de una época específica; Antologías cuyos antólogos han poseído toda la seriedad que demanda tal importante labor de selección de autores y estudio de su obra. Antologías que en nuestro contexto manabita limitado de librerías (no papelerías, como la actualidad lo demuestra) y con fallidos antecedentes, aún son desconocidas por el lector común sin mayor preocupación en este tema.
Decir Antología es hacernos la idea de que se agrupa lo mejor de lo mejor en el campo literario que sea: ensayístico, narrativo o, como en el caso que nos compete tratar ahora, poético. Pero ¿cuál es la función específica de un libro de estas características? ¿qué propósito intenta cumplir el antólogo con su labor? ¿rige una verdadera y exigente selección al momento de incluir a los autores participantes o están de por medio otras razones? ¿responden las antologías a coyunturas de momento o necesidades históricas?
Si nos remitimos a antólogos del país como Jorge Enrique Adoum, Miguel Donoso Pareja y Hernán Rodríguez Castelo, solo por nombrar a tres de los más conocidos a nivel nacional, veremos (leeremos) que sus selecciones incluyen estudios introductorios que logran acercarnos al contexto histórico y poética de cada autor; donde la rigurosa selectividad de los incluidos es lo más característico, demostrando que a pesar de que muchos escriban versos no llegarán a ser poetas, o por lo menos gozar del interés de críticos exigentes. Pero tampoco nos pongamos rigurosos, sobre todo en un entorno como el nuestro, donde la poesía no solo que carece de escenarios mayoritarios, si no que el solo hecho de ser poeta en un país como Ecuador, es casi como si se perteneciese a algún club clandestino o movimiento venido a menos. Entonces la función de cada una de las antologías ecuatorianas –y hasta de las seudas antologías-, que hasta ahora se han publicado, resultan a la larga medios idóneos para que no solo poetas de reconocimiento nacional puedan ser releídos y comprendidos (si es que se incluye el cantaletoso estudio introductorio), si no todos aquellos nuevos talentos que han aparecido en el círculo literario del país.
Guayaquil es una ciudad que no solo alberga a una considerable cantidad de poetas de muchas y distintas generaciones y desde luego reconocimiento a nivel nacional por sus obras, si no que también es el escenario donde jóvenes escritores intentan darse a conocer mediante esta clase de publicaciones. Así encontramos –y llegamos- a esta Antología poética de Guayaquil (2006), libro recopilador, más que antológico, de una considerable parte de casi todos los poetas existentes en esta ciudad. Más de treinta autores, de distintas edades y líneas poéticas, componen esta muestra, que funciona como medio para que nuevos escritores puedan ser leídos, valorados o rechazados, eso al fin y al cabo será el lector quien decida.
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