sábado, 28 de marzo de 2009

El vaivén de las lecturas






Lo mejor de ser un adicto a la lectura es que uno no para, porque en ese vaivén de palabras, ideas y sobre todo historias, uno se va encontrando con la oportuna sugerencia de otros libros. Me ha ocurrido esto muchas veces. Siempre que empiezo por un autor, conocido o desconocido, este me remite a otro, y así se va creando una cadena interesante que no para hasta pasado algún tiempo.

Recientemente llegué por primera vez a la obra de Haruki Murakami (y esto gracias a la sugerencia de interesantes blogs literarios), y lo he hecho con su novela más celebrada Tokio blues, que a pesar de no ser la novela adictiva que Rodrigo Fresán anuncia en la contraportada, me ha llegado con intensidad. Se trata de una historia sombría, desesperanzadora, que a pesar de todo termina envolviendo al lector.

Para quienes cargamos con el peso de nombres y cuerpos desaparecidos, Tokio blues es un manual de cómo no sobrellevar las cosas. ¿Cuánta soledad nos puede albergar? ¿podemos sobrellevar a todos nuestros muertos? ¿es necesario el amor para encontrar la calma a tanto dolor y desconcierto?. Su narrador intenta mantenerse a flote a pesar de los golpes que recibe. No lo consigue. Es en esencia un débil que lucha consigo mismo para sobrevivirse a los demás, a aquellos a quienes ha amado.

Lo pleno de la novela de Murakami (no tanto como el hacer de uno su historia) es que me ha remitido a Bajo las ruedas de Herman Hesse, una obra que hace un par de años un amigo me regalara como parte de sus libros de cabecera. Hasta ahora no lo había vuelto a intentar leer (en dos ocasiones fracasé). Supongo que siempre hubo otros libros que me parecieron más interesantes. Bueno lo he conseguido, Bajo las ruedas es la novela que me hubiese gustado leer en el colegio, de seguro me habría mostrado (algo que a estas alturas sé muy bien) que el régimen educacional puede volverse déspota contra los rebeldes, una dictadura cuyo fin es crear seres amoldados para intereses trazados (gracias también a Bradbury por ese genial Fahrenheit 451 y a Orwell por ese desconcertante 1984). Y ¿por qué no hacer lo que mejor uno cree? Al fin y al cabo se trata de nuestras vidas.

Por ahora apunto hacia todo ese archivo de libros virtuales a los que me he negado por los libros de papel. Cuando mejore la economía tal vez pueda volver a darme este gusto. Mientras tanto a seguir leyendo.