martes, 11 de junio de 2013

Mi afición por la literatura de terror




Todas las veces que alguien me ha preguntado mis preferencias literarias no he podido ocultar mi afición por el terror y el horror (mi biblioteca habla de ello). Las historias espeluznantes, grotescas, con personajes macabros, con desenlaces inesperados. Sí, la literatura de terror ha sido esa fuente oscura de la que me he amamantado por años. Gracias a la cual he podido alimentar una poesía que avanza por una senda violenta (y unos relatos que siguen puliéndose en la clandestinidad), donde sus personajes-verdugos buscan con insistencia acabarse y acabar con los demás.

Digamos que Stephen King fue el primero que apareció en mi camino, no desde la literatura, sino desde las adaptaciones de su obra para la televisión y el cine. Muchas de sus historias las reconozco desde ahí. Luego vendría un encuentro más íntimo mediante sus novelas y cuentos. Y aún continúo acercándome a su abundante obra.

Pero no quiero hablar de este lugar común llamado Stephen King, sino de otro autor que ha continuado el legado, su hijo: Joe Hill (1972, Estados Unidos), un autor que en solo tres libros (dos novelas y una colección de cuentos) ya ha demostrado que en la literatura de terror no estaba escrito todo, que aún faltaban personajes e historias configuradas desde la modernidad.

Hill, se ha alimentado de la obra de su padre, pero también de los maestros del terror contemporáneo encabezados por Richard Matheson (Soy leyenda, entre sus novelas más populares). Desde su irrupción con “Fantasmas” (2005, Punto de lectura) ya configura un universo que gira en torno a personajes cotidianos, donde el terror no recae en la cantidad de sangre, ni vísceras que puedan aparecer en el desarrollo de la trama, sino en los conflictos de los personajes, donde radican los traumas infantiles, donde las decepciones del día a día delatan situaciones terroríficas más abrumantes y creíbles. Si logran dar con el libro vayan directo a El mejor cuento de terror, Un fantasma del siglo XX, Hijos de Abraham, Último aliento, El desayuno de la bruja y Reclusión voluntaria, en estos cuentos está lo mejor de esta obra.



Con “El traje del muerto” (2007, Suma de letras) aparece un personaje atípico: una estrella de rock que compra un auténtico traje de muerto, sin saber que este traje y su venta es la trampa inicial para una persecución fantasmagórica cuyo propósito es su acabose. Una historia que atrapa desde sus primeras páginas pero que flaquea en un final con sobrevivientes y sonrisas. 

Sin embargo en “Cuernos” (2010, Suma de letras) su segunda novela, Hill deja a un lado cualquier sentimentalismo desarrollado hacia sus personajes y los vuelve carne de cañón, los va deteriorando tanto física como emocionalmente hasta enfrentarlos unos a otros. El crecimiento de unos cuernos, el poder de la manipulación, el conocer los secretos de los demás, el buscar venganza ante el asesinato de una novia, reconocer en su mejor amigo al traidor, marcan al personaje protagonista. Una novela donde el autor supera sus propias expectativas como escritor.

A Hill, hasta ahora, no le han interesado los vampiros ni los zombis, buena señal de que no se ha vendido a los intereses de la industria editorial de masas, de que sigue aferrado a sus personajes arcanos y sombríos, que no se encuentran en sótanos ni cuevas, sino en la casa de alado, que representan al vecino silencioso, otras veces a la hiperactiva ama de casa que en sus momentos más íntimos planea cambiarle con unas tijeras el rostro triste de su perro, luego hacer lo mismo con su esposo, hijos y amigas.

Así que todas las veces que alguien me vuelva a preguntar mis preferencias literarias, ya saben qué diré, sobre qué hablaré: de las historias espeluznantes, grotescas, con personajes macabros, con desenlaces inesperados...

Por lo pronto vuelvo a dejar los libros de Hill en la estantería y me alisto a dar un recorrido por la ciudad, donde un terror local y cada vez más increíble bulle, se respira, se estampa desde sus espacios visibles y ocultos. Donde el horror va creciendo como mancha que luego se leerá, verá, chateará. Que la oscuridad nos “inspire”.