jueves, 29 de octubre de 2009

"Poetas"


Hay palabras que continúan siendo imposibles de asociar: poetas y poesía, en una ciudad tan limitada en el campo literario como lo es Manta. Hay muchos, exceso de ciudadanos que se han titulado de poetas, y lo que para muchos es un síntoma de que se está creciendo en la lírica para mí no lo es, es un engaño, una farsa ridícula que no se desmiente porque ha venido gestándose desde hace muchas décadas atrás.

No hay muchos poetas, esa es la verdad, pero si hay muchos ciudadanos que erradamente sus amistades han tildado como tales, que son invitados con hartazgo a recitales, que cada vez se atreven a publicar sus cositas ingenuas y también ridículas con el afán de aportar “culturalmente” a la ciudad.

Son estos mismos ciudadanos y ciudadanas, a los que el título de poetas les queda grande, por ello mejor reconocerlos por lo que son: ingenieros, abogados, licenciados, doctores, profesores…

¿Que por qué vuelvo otra vez contra esta gallada influyente en una ciudad precisa en el crecimiento de su teatro y danza, pero decadente en su poesía? Porque el martes pasado, en un acto de masoquismo, me volví a juntar con ellos (la última vez fue en el 2005), compartí su escenario, soporté sus cursilerías, aplaudí sus rimas y reí de sus “ocurrencias”.

Desde el martes no he dejado de pensar que tal vez la poesía y yo, en una ciudad tan estrecha como esta, no deberíamos juntarnos. Que la credencial de poeta debería dejárselas. Porque la energía de hace ocho años ya no es la misma que me circula, persiste el desencanto; y el saberse abandonado entre ciudadanos que reconocen a la poesía como esa cosa deforme que ellos han construido y que se mueve, atrapando a la juventud, solo decepciona más.

Desde el martes me volví a prometer (y esta vez espero cumplir) no aceptar una invitación donde la poesía sea una broma de mal gusto, donde estos ciudadanos y ciudadanas se atrevan a decirse poetas. Es mejor continuar leyendo para una docena de amigos, que para ese público detestablemente feliz al que estos ciudadanos y ciudadanas para su bien han mal acostumbrado.

martes, 20 de octubre de 2009

Una antología necesaria pero incompleta


La última vez que vi a Carolina Patiño fue a inicios del 2007, en Guayaquil, su ciudad. Meses después un amigo cercano a ella me escribiría al messenger que justo ese día y en esos instantes se realizaba su funeral. No le creí, el tipo era un bromista al que no debía creérsele nada. Me despegué de la computadora y corrí a las cabinas telefónicas más cercanas. Augusto Rodríguez, su novio y mecenas, me confirmó lo peor.

Dos años han pasado desde este trágico suceso. Dos años en que la obra de Carolina se ha difundido en más espacios dentro y fuera de Ecuador. Te Suicida (2008), su libro póstumo confirmaba -junto a su primera obra Atrapada en las costillas de Adán (2006)-la intensidad de su poesía.

Ahora me encuentro con esta Antología poética (CCE, 2009) que no le hace justicia a toda su obra: primero porque está incompleta y segundo porque se debió incluir un estudio exclusivo (sí, Fernando Nieto Cadena es, además de un poeta original, un crítico excelente, pero hubiera sido interesante conocer otras lecturas). Entiendo que el propósito de Augusto, como responsable de esta edición, es la de acercar la totalidad de la poética de Carolina a cuantos más lectores se pueda, perdurarla en la memoria de quienes la conocimos y de quienes no.

Como lector seguidor de la obra de Carolina esperé una antología más profunda en su concepto analítico (sin duda las colecciones de Antares me han mal acostumbrado) y más humana (acercándonos a la autora, a su vida, conflictividades emocionales claves en su obra, etc.). Esperemos en algún momento encontrarnos con esa ANTOLOGÍA para bien de las nuevas generaciones de lectores que deberán, obligadamente, conocer a esta importante poeta de nuestro país.

lunes, 12 de octubre de 2009

El cine bajo tierra

Hace dos años, cuando compré por curiosidad cuatro películas en un solo dvd, sabía a lo que me metía: sicariato, sangre, lo rural como espacio geográfico recurrente, tramas simplonas y acción cruda. Había dado con el cine chonero, el de títulos sencillos (Avaricia y Sicarios manabitas) y misteriosos (El cráneo de oro y El destructor invisible), el de diálogos comunes, actores estereotipados, y luchas cada vez más increíbles y divertidas de aceptar. Ese era el cine chonero: facilón en sus tramas, pobretón en sus efectos especiales y exagerado en sus personajes (clones de Bruce Lee, ninjas ochenteros, y la sensiblería sirviendo de alimento en abundancia).

Acepto mi prejuicio inicial (el mismo que persiste en quienes por primera vez empiezan a llegar a este cine) la lectura desde la costumbre de un cine ecuatoriano de calidad, de ayuda estatal, de facilidad para difundirse en los medios de comunicación y distribuirse en el país. Ese cine me evitó apreciar estos productos desencantados, arriesgados, originales en sus necesidades (equipos y formación en materia cinematográfica) y sobre todo famosos en el estrato popular de nuestro país.

Mi primer paso, alejado del prejuicio, lo di gracias a unas amigas que me solicitaron les ayudara con su tesis, que precisamente trataba sobre este cine. El segundo y definitivo paso lo he dado junto al libro Ecuador bajo tierra, videografías en circulación paralela (Ochoymedio, 2009) de Miguel Alvear y Christian León, un trabajo que profundiza no solo en el aparecimiento y fenómeno en ventas del cine manabita, sino del producido en otros espacios geográficos de Ecuador, ese cine empalagoso, cercano a la realidad marginal de nuestro país, que no ha tratado de esconderse sino que contrariamente ha salido del closet, para calar con éxito en una considerable población de seguidores.

León y Alvear nos ofrecen un trabajo que se desarrolla en dos vías: una académica, que busca con insistencia el refuerzo teórico, el análisis exhaustivo del crítico serio en su oficio pero no cerrado en el entendimiento de productos hechos fuera de la esfera cinematográfica nacional, desconocido por cineastas de peso, ignorado en las salas comerciales; y otra más anecdótica, que se relaciona con cada uno de los mentalizadores de este cine, con sus vidas y tragedias que los llevaron de una u otra forma a retratar los problemas de su entorno y retratarse a sí mismos en sus miserias.

Libro que, por surgir de cineastas, no se presenta como el típico estudio formal y aburrido al que muchos autores nos han torturado (y en el que al principio creí enfrentarme), sino que es dinámico, visual y atractivo en su diseño. Reforzando sus planteamientos conceptuales con fotogramas de estas películas, buscando en el testimonio de los cineastas criollos un mejor entendimiento de su arte (aunque León explore más allá de los objetivos propuestos por estos realizadores) y mostrándonos a los implicados en la red de distribución y comercialización de este cine informal que a pesar de sus deficiencias se mantiene con éxito en un mercado que lo consume con avidez.

Para quienes hemos estado al tanto de este proyecto investigativo, varios de los textos de Alvear nos serán conocidos, algunos de estos ya publicados con anterioridad en el periódico del Macc cine, no así los de León (parte medular de esta investigación) inéditos y necesarios para entender este cine que ha estado cerca a nosotros y que no hemos querido ver y valorar.

El que a esta investigación la acompañe un dvd conteniendo dos películas (Sicarios manabitas y Antun Aya) entrevistas a los realizadores, trailers y video clips, refuerza el trabajo documental y crítico que representa en su totalidad la obra. Así este libro se vuelve urgente en la comprensión de este cine que ha esperado demasiado entre las sombras; su momento de ir más allá de los puestos de películas piratas ha llegado, eso nos dan a entender sus autores, eso esperan sus implicados y eso ansiamos como espectadores.