jueves, 19 de noviembre de 2015

El rito de la ceniza




Intentar encontrar rastros de vida a través de la obra de un poeta, es como pretender asumir que la poesía es una radiografía, para ver dentro de él, para conocer e interiorizarlo. Nada más errado. La poesía, por más vivencial que diga ser, es un trabajo literario ficcional. Y aunque el poeta asegure que en sus versos está él y fragmentos de su vida, podemos estar seguros que en la poesía el que habita es un personaje, alejado, distorsionado y condicionado a un propósito preconcebido.

Rebeliones al filo de una sinfonía (Línea primitiva, 2015) de Freddy AyalaPlazarte, es uno de aquellos poemarios en donde el lector puede estar seguro que no existe una poesía transcriptora de la realidad del poeta, porque el poeta no está reflejado tal y como es. Lo que habita en esta obra, en su postura simbólica y transgresora de una realidad particular, es un discurso poético donde la voz logra reflexiones profundas en torno a la edad, lo circular y el recuerdo.

Una poesía que desde la imagen de la temporalidad nos habla desde una orilla íntima, lúgubre y misteriosa, donde “la angustia de lo líquido” (p. 31) recae en la construcción de lo perdido, de un pasado habitado por fantasmas. 

 


Foto tomado de la cuenta de facebook del autor.




Todo porque en “el terco movimiento de las horas / cenando lo líquido de un rostro” (p. 42), la voz poética rememora y reconstruye la vida de ancestros, donde la pérdida y el dolor han mutado en experiencia de vida: “y el pasado era como un dibujo geométrico / mientras atravesaba las otras vidas de su rostro” (p. 52).

El poemario es asumido como un rito, “el rito de la ceniza” (p. 79), hablando en torno a lo calcinado, reinterpretando un pasado que aún late: “Después del punto empiezan a dibujarse / carátulas de agua entre los ojos” (p. 46)
  
Freddy Ayala Plazarte posee una voz, una que como kipu comunica a través de sus signos. Su poesía es una masa compleja de significantes que explora la humanidad desde el centro de la soledad, donde uno está frente a uno mismo batallando contra los recuerdos, armando metáforas que sinteticen las escenas interiores.

Rebeliones al filo de una sinfonía es un instrumento poético de amplia subjetividad y profunda significación.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Bajo el signo de la bestia




Existe arte que logró fusionar a la cultura metalera y la literatura, en especial la poesía. Un movimiento artístico que no ha dado el gran salto aún, pero que existe, se mueve, produce y se mantiene, elementos importantes en una época donde todo es inmediato y pasajero.

Mayarí Granda Luna (Quito, 1975) es parte de esta “comunidad” de artistas vinculados al metal, aquella música incomprendida aún por una mayoría, detestada por los círculos pacatos y conservadores, rechazada por no responder -sus integrantes- a una estética “normal” dentro de un mundo cada vez más anormal.

Granda Luna es poeta. Una poeta metalera. Una metalera que escribe poesía. Una artista que escribe, canta y se sostiene en un eterno performance donde la palabra es su materia prima.
 





Su más reciente libro se titula Bajo el signo de la bestia (Decapitados, 2015), un trabajo que agrupa poesía, narrativa y ensayo. Provocador desde su portada, aludiendo desde la mitología cristiana, a aquella bestia cruenta y salvaje, sinónimo de castigo, llamada Satán.

Pero más allá de lo que pretendería hallar el lector: textos de conceptos satanistas, encantos, hechizos, rituales…lo que contienen estas páginas es poesía, una que habla desde la crítica social, que confronta la frivolidad de la juventud, que ataca soterradamente a la moral cristiana y a sus seguidores. Poesía directa, que habla del ejemplo que impone la voz poética hacia una libertad intelectual más que física.

“Pertenezco a la generación de quienes fuimos acosados por llevar el cabello largo o desarreglado, por no ser bautizados, por no ser crueles o simplemente por memorizar versos de poetas que causaban en el resto escozor y desconcierto” (p. 40) asegura Mayarí, y ella es una voz representante de otras voces, de esa “comunidad” metalera-literaria que existe, se mueve, produce y se mantiene en Ecuador.