martes, 20 de enero de 2009

Libretas poéticas de k-oz













Si es de reconocer la constante producción de uno de los sellos editoriales anti elitistas y con mucha proyección underground, ese sería K-oz editorial de Quito (de quienes conocí y leí varios de sus libros, gracias a el poeta y mochilero Rafael Marcelo Arteaga, que amablemente se desprendió de varios de los títulos que guardaba en su biblioteca personal).
Bajo este sello se han cobijado distintos y variados escritores, tanto los que gozan de reconocimiento a nivel nacional como los que prefieren mantenerse al margen: demoliendo ídolos, machacando novedades, provocando incendios en la blogsfera...
Sus colecciones últimamente se han centrado en la poesía, varias antologías que recopilan (con sus necesarios y exigentes análisis introductorios) parte de la historia de la poesía contemporánea de Ecuador, han sido parte de su producción.
A finales del año pasado tuvieron la amabilidad de compartirme varias obras de una interesante colección (tanto de formato como por la disimilitud de sus autores) en forma de libretas. Todos poemarios, todos de autores quiteños, pero no todos con el mismo nivel poético que como lector hubiese querido encontrar.

Taller de Luz de Diego Velasco Andrade
Sobre Diego Velasco no hay mucho que agregar, puesto que se trata de un poeta conocido en el país. Mentalizador de talleres literarios capitalinos, colega y guiador del grupo Kbezuela de Quito.
En torno al poemario en cuestión, prefiero la tercera parte, donde la poesía es más fluida, acercándonos a una historia más conocida y sobre todo próxima a nuestra cultura. Sin embargo reconozco que las otras dos primeras partes de esta obra poseen sus propios registros y que responden a la sensibilidad de su poeta, aunque como lector no siento la necesaria conexión para volverla y designarla como la poesía que atrapa y succiona a los límites del encanto.

Agenda pagana de Pablo Yépez Maldonado
Reconozco que en este poemario hay madurez y trabajo, sobre todo en las partes tituladas Agenda (radiografía del autosacrificio ante la deplorable existencia que absorbe a los personajes, porque la muerte es vida y el sacrificio la gloria) Y Dios creó el teatro (retrato del mundo absurdo llevado al límite de la locura mediante el recurso de lo teatral) Vitrina asediada (canto justificado para emprender la venganza).
Sobre el resto de las partes que componen esta obra no hay mucho para comentar, salvo que Carta escarlata en el asfalto de mediodía, es un poema, que más allá de reivindicar al político Jaime Hurtado, le resta fuerza al poemario por ese retroceso al pasquín.

Poemeros de Hugo Jaramillo Muñoz
Poesía erótica, donde la sexualidad es apacible en su forma, pero apasionante en su esencia. Poesía sensata que retrata lo erótico, no tanto desde la acción corporal sino más bien desde lo afectivo. Versos y figuras que nos remiten al sexo: aquella interrelación carnal del que nos regeneramos constantemente.
Poemario donde está ausente la crudeza exagerada que actualmente muchos de los poetas “irreverentes” han encontrado en la exposición sexual -su sexualidad- una vía tosca y muchas veces vulgar (aunque reconozco que algunos aciertan por lo trabajado de su poesía, mas otros no).

Buscando dueño de Valery Rosero
¿Ser poeta es en verdad tener en el currículum el título de un poemario? La realidad nos ha demostrado más de una vez que SÍ, que cualquiera que reúna sus poemas trasnochados, ponga un título y decida publicarlos, es para delicia de unos y para suplicio de otros, considerado un poeta.
Hace rato que he dejado todos los comentarios negativos e improductivos de lado, guardados en el disco duro de la compu. Pero ahora, frente a este poemario, se me hace imposible callar.
Es la primera vez que leo a este autor (y si continúa en la misma línea poética espero no atreverme a leerlo más) cuyo libro presenta poesía elemental sin mayores recursos estilísticos. Sencilla en su construcción, ligera en sus contenidos y sobre todo desbordante en su inocencia literaria (ese no atreverse a nada por temor o tal vez desconocimiento).

Concavo y convexo de Makarios Oviedo Freire
Se dice que la poesía trabajada, la que explora y explota en su máxima sensibilidad el autor destacado (por el talento, por supuesto) estará más allá del tiempo de su poeta, trascenderá fuera de su contexto, perdurará para nuevas generaciones.
El poemario de Oviedo (según se anuncia al inicio) data de 1994 y no es hasta el año pasado que recién se publicó. Catorce años pueden significar nada para una obra genial, pero para este poemario me quedan dudas.
Tomo las palabras del prólogo de Francisco Proaño (escrito en 1997) cuando dice respecto al autor que su poesía es “una suerte de proyecto por expresar, apenas, lo esencial”. No erra Arandi, aquí apenas está lo esencial, tal vez pensado para lectores de hace catorce años atrás, pero no para los actuales. Por lo menos no para uno.

martes, 6 de enero de 2009

Bryce ¿de bajada?



A Bryce Echenique lo respeto, admiro su trabajo literario más de lo que un “muchacho” de mi edad debería hacerlo. Sus novelas y relatos me han enganchado en un 80%, que ya es mucho. Me he entretenido con las situaciones de sus personajes y sobre todo reído lo suficiente de cada una de las tramas.

Novelas como Tantas veces Pedro, Un mundo para Julius, La vida exagerada de Martín Romaña, El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz, El huerto de mi amada (entre las que he podido conseguir) y un par de sus obras de relatos, me han convencido de su particular estilo, sobrecargado de humor y de una ridiculez adrede a la que arrincona a sus personajes, pero recientemente acabo de terminar uno de sus últimos libros (Las obras infames de Pancho Marambio, Planeta, 2007) y no termino de convencerme de que sea el mismo peruano.

¿Será que Bryce empieza a bajar su nivel literario como ya le ocurrió a otros tantos autores? ¿Qué ha retenido su característico humor en este nuevo título, el mismo que aparece forzadamente en la historia? ¿Hasta dónde puede un autor repetirse en sus mismos recursos humorísticos?

Más allá del respeto que le guardo a este autor, espero encontrar lo más pronto alguna otra novela no tan reciente para volver a la tranquilidad de siempre. Pancho Marambio ¿qué estaba pensando Alfredo cuando planeó esta obra?

lunes, 5 de enero de 2009

Un libro que atrapa



Sobre la cama el libro yace cerrado y desconoces cómo abrirlo desde adentro.

Solange Rodríguez


Genial sería una palabra corta para designar a esta obra literaria titulada El lugar de las apariciones (Edino, 2007) de Solange Rodríguez (Guayaquil, 1976), porque no solo la genialidad abunda en los cuentos agrupados en este libro, el mismo que va más allá de una exploración maquiavélica donde el texto resalta en un constante juego de complicidad sugerente entre narrador y lector. No por gusto atrapa, envuelve y sobre todo obsesiona el recorrer cada una de estas páginas que resultan callejones sin salida, donde la inteligencia debe defenderse, a dientes y uñas, para librarse de yacer cadáver dentro de las fauces de este compendio fantasmagórico.

Rodríguez es irreverente en sus argumentos. Se arraiga a situaciones cotidianas donde el amor y el seudo amor (o simplemente esa necesidad de compañía y satisfacción carnal que cada individuo demanda constantemente), la locura, lo extraordinario y absurdo, son las excusas necesarias para inventar tramas alternas, donde los hombres suelen ser la clave nefasta, y las mujeres el perfecto símbolo de libertad.

Una escritora de armas tomar, resuelta a dejar un legado literario que denota trabajo en cada una de sus confabulaciones. Hay un delatado ejercicio literario en sus composiciones que demuestra un verdadero oficio con las palabras. Sus historias atrapan porque la atmósfera, con mucho de escuela de novela negra, presentan a las tramas (y por ende a sus personajes) cargadas de cinismo y el característico desencanto. Nada más preciso para lectores asqueados de sensiblería, belleza y todo un mundo rosa desbordándose alrededor. El lugar de las apariciones es el libro prohibido que le fue negado a todos aquellos lectores temerosos de apreciar la vida desde su turbiedad alucinada, o sea desde ese espacio impreciso donde conviven realidad y fantasía.