viernes, 7 de abril de 2023

Romantizar la violencia


 

Los errores tarde o temprano se cobran. Nada queda impune. Sí, son frases con puros comunes, pero la ficción se fue atrincherando en estos dilemas, replicando fórmulas, maquillando las acciones más atroces que los personajes denotan. Porque el mal también tiene una cara “buena” que debe exponerse. Y puede que así sea, porque muchos personajes dañados tienen un origen de dolor que busca sanar a toda costa, a veces con sangre ajena.

 

Pero tanto se ha romantizado la violencia física que solo dar cuenta de ello es otro lugar común. Porque el tipo que agrede a otro solo busca vengar a su amigo ultrajado desde niño, porque los otros desde su opulencia y casi impunidad merecen castigarse como símbolo y demostración de que en el submundo habitan hombres y mujeres que se sienten, aman y sufren como todos.

 

Así Pandilleros (2019) de Nabil Elderkin es un retrato de la juventud y el modelos tiempo, de los adultos modelos con los que se ha crecido, el espacio y sus errados donde la violencia parece ser el principio y fin de toda la vida del barrio. Aquí, en los tres protagonistas está marcada la tragedia, porque sus acciones, y ese anhelo de vivir con intensidad los condena.

 

Romantizar la violencia, saber qué hay detrás de los personajes que han decidido dejar huella, una marca con sangre e ira que los inmortalizará entre los suyos: todos los otros que al igual que ellos sueñan con hundir sus cuchillos, apretar el gatillo, estampar sobre el rostro ajeno a sus puños…