Edison Delgado Yépez
es un escritor que se ha mantenido al margen del panorama literario
ecuatoriano, no porque se lo haya propuesto como una forma de hacer de su obra “exclusiva”
o “exquisita”, no, lo suyo ha sido lo que le ha ocurrido a muchos otros autores
en el país: ha sido invisibilizado porque su obra no responde al interés de
editoriales, de medios de comunicación y menos a otros escritores que han visto
en sus novelas historias perturbadoras que incomodan.
¿Cómo ha logrado
pasar invisible y continuar escribiendo todos estos años? Gracias a la protección
de su seudónimo: Sam Scholl, un nombre que desde las redes sociales encontró el
espacio acertado para difundir sus ideas, fragmentos de sus obras y sobre todo
demostrase a sí mismo que las críticas no eran suficientes para acabar con él.
Lo conocí en el
2005, en su ciudad natal, Guayaquil. Y desde entonces mantuvimos un contacto
que con los años fue creciendo, tanto que empecé a publicar sus novelas por
fragmentos en este blog. Y finalmente reedité una de sus novelas: Hotel Berlín
(Marfuz ediciones, 2013).
El siguiente y
extenso diálogo lo mantuvimos hace algunos meses atrás, en mi ciudad, Manta,
sin el acompañamiento de cervezas, ni mujeres hermosas ofreciéndosenos, menos
frente a la playa sintiendo la brisa marina y fumando marihuana (aunque hubiese
preferido los escenarios de sus novelas). Conversamos y punto, en un lugar
zanahoria, con el propósito firme de saber quién mismo es Sam Scholl y cómo es
el ser que le dio vida.
Bienvenidos a
este encuentro con el surfista que decidió bajar su última ola y quedarse en
tierra para escribir en torno a todas sus vivencias y ficciones que duermen y
gritan junto a él. Aquí parte de su historia.
¿Cuándo decidiste ser escritor?
Se reafirmó en
la Universidad Vicente Rocafuerte, luego con mayor fuerza en la Universidad
Católica. De un simple deportista consumado me convertí en un ratón de
biblioteca. Me apasionaba la lectura, el conocimiento, así como determinado
momento de mi vida me consumía haciendo deporte, de pronto con este despertar
intelectual me obsesioné por como se mesclaban las palabras, el poder que
tenían para expresar sentimientos y la forma como yo mismo me autodescubría.
¿Cuáles han sido tus libros de cabecera?
Por un tiempo mi
biblia fue Coge la flor del día de
Saul Bellow, la tragicomedia del protagonista tenía un efecto de mucha
identificación conmigo. Me veía retratado en este hombre que a pesar que se
esforzaba tanto por sobrevivir, todo le salía al revés por las malas decisiones
que tomaba, por la que después tenía que pagar. Y también Donde termina el camino de John Updike, un drama sobre el
matrimonio visto desde una perspectiva poco idílica, ya que todo matrimonio es
sagrado pero hay circunstancias en las que ni siquiera con los hijos tal unión
sigue adelante.
¿Estás identificado con estos libros, porque tal vez
tu vida ha tenido una correlación a las tramas?
No, me he
identificado a estos libros, porque tratan la realidad del hombre de la ciudad.
Siempre tuve la mentalidad del hombre de la ciudad. Mis enigmas, mis propias
interrogantes y cuestionamientos se fueron desamarrando como nudos. Cuando
encontré al autor John Updike, cuando descubrí a Saul Bellow. También me ayudó
mucho a encontrarme a mí mismo, a conocerme, aceptarme y perdonarme la lectura
de Jack Kerouac, nunca en mi vida hubiera podido encontrar ese tipo de
aceptación y conocimiento de mi persona si no hubiera leído a este autor.
¿Y qué autor nacional te ha influenciado?
Adalberto Ortiz
me impactó mucho de estudiante de colegio. Me impresionó el drama del
protagonista de Juyungo.
Siendo guayaquileño en tus novelas Guayaquil pasa a
segundo plano. Tus novelas más se desarrollan en otros contextos geográficos.
Ese es el gran
desafío a la cordura con la que me he tropezado. Si hablaba de Guayaquil en
algún momento dado me iban a decir que yo critico a la sociedad, sino hablaba
de ella también me iban a decir que yo no amo a mi ciudad. Entonces lo que hice
fue utilizar la erudición, la investigación, la capacidad de imaginación y el
sentido del humor que caracteriza mi trabajo literario, para trasladar la
civilización guayaquileña a la península de Santa Elena, de Playa hasta Canoa.
De esa manera había un trasfondo guayaquileño en mi obra literaria, estaba
hablando de Guayaquil, pero también estaba hablando de cosas que había visto y
experimentado durante mi juventud de arranque como deportista.
¿Cuántos de los personajes de tus novelas son
alteregos?
Mis trabajos son
sumamente impersonales, solamente tengo tres trabajos que son autobiográficos: Llegarás tarde a la playa, Ineptitud y Arena Amarilla. Todo lo demás es una
mescla de entrevistas con personas, imaginación, investigación por internet y
cosas que he escuchado o visto.
¿Por qué esa recurrencia de firmar tus trabajos con un
seudónimo?
Me ha servido
mucho como un escudo protector, a tal suerte que coloco una distancia entre el
trabajo y la persona, también mi vida privada.
¿Cómo le ha ido al seudónimo más que al autor?
Siempre me dicen
que es un seudónimo difícil de pronunciar. Pero el nombre de pluma ha cumplido
perfectamente la función de aislarme y protegerme cuando me critican por las
cosas que escribo. El golpe siempre lo recibe el nombre de pluma y no mi
nombre.
¿Consideras que tu obra es escandalosa? Porque
comparada con otros autores aún sigue siendo un nivel bajo de escándalo.
Específicamente
a qué obra te refieres.
Estoy hablando en general a todo lo que has escrito. ¿Consideras
que es escandalosa, sobre todo en este siglo?
(silencio) Bueno,
yo vengo de una familia con una mentalidad burguesa, conservadora, prudente. Todo
el medio del que yo provengo nunca pudo comprender ni apoyar mi vocación
literaria, y el medio en el que me muevo, Guayaquil, también es conservador. Por
ejemplo, si uno va hablar de sexo, cuando te toca hablar de sexo en un trabajo
literario, en Guayaquil hacen un estudio científico, no entra en la cabeza que en
una novela en determinado momento el personaje se va a encontrar en una
situación en la que va a tener sexo y hasta, posiblemente, de manera explícita…
Es una característica casi de todo tu trabajo: que es
muy explícito
Yo me formé con
autores extranjeros traducidos al español y de esa forma hay que hacer un gran
esfuerzo, básicamente es exprimirse el cerebro para que la persona no tropiece
con palabras rebuscadas y fórmulas un poco confusas. Sino que más bien lo
embriague, lo seduzca y se enganche con la obra hasta el final…
¿Y lo has logrado en tus textos?
He tenido más críticas
que felicitaciones, y las pocas felicitaciones que he tenido han sido secretas,
como si estuvieran impedidas de hacerlo públicamente.
¿Y esas críticas negativas te han ayudado a conocerte
más allá de tu espacio que es Guayaquil?
Las críticas han
sido brutales.
¿Y qué has aprendido a partir de ellas?
Lo único que me
ha provocado es renunciar a todo y olvidarme de la pasión y necesidad por
escribir, definitivamente en un medio tan adverso y hostil uno no puede seguir
escribiendo cuando no tienes el apoyo de tu familia, cuando tu hogar se
destruye por tu vocación literaria, cuando nadie te comprende, cuando te miran
como una persona con problemas sicológicos o enferma, cuando no encuentras más
que censuras y no puedes publicar lo que tú quieres expresar.
¿Y eso de estar autopublicando como te ha ido? ¿qué
tanto le ha beneficiado a tu obra?
Cuando te encuentras
en una situación tan desesperada como la mía, te pueden calificar como un
desempleado crónico si no tienes un título universitario. No tienes el apoyo ni
la comprensión de tu familia ni la de la sociedad, lo único que te queda en
determinado momento es salir a la calle y empezar a venderte, a buscar auspicios
para financiar un proyecto editorial, donde vas a colocar el logotipo de cualquier
persona o empresa que te apoye, y demostrar que no los vas a estafar sino que
al final le vas a entregar un ejemplar con el logotipo. Es un recurso
desesperado.
Así mi trabajo
literario al publicarlo a través de imprentas, con auspicios independientes, se ha movido a nivel de la gente que está en
la calle y que ha comprado mi libro para ayudarme a sobrevivir, no me he movido
nunca a través de sellos editoriales…
¿Y por qué no lo has hecho?
Porque no lo he
sabido hacer.
Y en caso de que llegue una editorial y te proponga publicar
pero ajustado a sus políticas de edición ¿accederías?
Me encuentro en
una situación desesperada, tendría que acceder, no me queda de otra.
Incluso a riesgo de que se pierda la esencia que defiendes:
el humor negro…
Ya he experimentado
ese tipo de actividad editorial porque he sido pionero en algunas revistas de
surf como escritor y obviamente en determinado momento sentí que me estaban
haciendo ver como un tonto por el tipo de censura o edición que estaban
realizando, pero tengo que comprender que estoy subordinado, mi posición está
subordinada al editor y tengo que respetar esa situación. Mis valores y forma
como enfoco la vida puede diferir mucho de la persona que me va a editar. Peor
es que ni siquiera te publiquen.
Finalmente ¿Cuánto influye en tu obra el que hayas
sido surfista?
A través del
surf descubrí todo un mundo nuevo. Yo era un chico de barrio y al descubrir el
surf comencé a darme cuenta que había otras realidades, las realidades de la
gente que vive en la playa, del local que vive de la pesca. Cuando empecé a
hacer surfin los locales no surfeaban. Ellos miraban, se reían, posiblemente
nos miraban como locos por meternos justamente al mar cuando estaba bravo, porque
lo lógico es que si el mar está bravo aléjate de ahí, pero nosotros cuando el
oleaje estaba fuerte era nuestro memento propicio para sentir la mayor
satisfacción que es bajar una ola grande, es como encontrar un cierto poder de
libertad y de reafirmación de uno mismo.