lunes, 31 de enero de 2011

Camargo: sexo y muerte




Siempre quise conocer a la leyenda criminal, al sicópata que mi abuela temió y tuvo presente cada vez que sus hijas salían de casa, al violador y asesino que mi madre aún no cree que pudo haber sido el autor de todos aquellos crímenes del ochenta, al maniaco sexual que me recuerda cada ultraje presente aparecido desde los diarios.

La oportunidad me ha llegado al encontrar la obra Camargo de Oscar Bonilla León (Editorial Dina, 1987) un trabajo que para la década debió haberse vendido como pan caliente (este primer tiraje era de 10.000 ejemplares y quizás le continuó otro similar) sobre todo porque el tema estaba vigente, los deudos aún adoloridos, la sociedad ecuatoriana impactada por la noticia, las autoridades no saliendo del asombro y un Camargo envejecido desde una celda esperando a que otro interno lo aniquilara.





Una obra espeluznante, porque no solo es la interpretación del autor, si no que la voz del asesino aparece con fuerza en cada una de estas 250 páginas, confesándose sin tapujos, culpando a la sociedad de su “enfermedad”, buscando mediante la narración de sus atrocidades una paz interior, demostrando la facilidad para engatusar, someter, violar y estrangular a mujeres y niñas; gritándole a León Febres Cordero (Presidente por esos años) que la inseguridad urbana era su refugio.

Un trabajo que nos ayuda a conocer a este asesino en serie desde su profundidad criminal, a saber que no siempre la fuerza es la que predomina en los asesinos, porque el conocimiento lo supera. Daniel Camargo Barbosa lo confirma en este libro.








miércoles, 12 de enero de 2011

Fotocopia # 1



Fotocopia # 1 (octubre, 2010), es un fanzine quiteño centrado en la creación literaria, cine, música y todo arte en general. Su propuesta no es común, y es este el detalle para que ahora lo reseñe.

Su introducción ya nos deja claro su propósito: “Leer es importante, escribir es importante, inventar es importante pero más importante es publicar”. Porque la exposición ayuda y la crítica (aunque a muchos no les parezca) es necesaria.

Este primer número (que ignoro si sea también el último) incluye cinco cuentos, un poema, reseñas, una muestra mórbida de pinturas, y una nota crítica en torno al cineasta David Lynch. 32 páginas con textos singulares, provocadores, desligados de cualquier compromiso social-cultural y enfocados en el arte.

Fotocopia es uno más de las decenas de fanzines (casi todos fotocopiados) que circulan subterráneamente en el país, medios alternativos que tienen dos caminos: uno, continuar si el o los editores están convencidos de su importancia; dos, desaparecer si no hay un compromiso total por la continuidad. Esperemos que Fotocopia haya elegido el primer camino y sigan sus responsables escribiendo y publicando como la primera vez.
fotocopiarevista@gmail.com

jueves, 6 de enero de 2011

Fotograma # 4





Fotograma, la revista de cine ecuatoriano, ha llegado a su cuarto número y a su primer año de existencia. Su logro no solo está en la persistencia y el haber sobrevivo hasta ahora (teniendo en cuenta que las revistas de arte, en este caso cine, se consumen poco), si no en continuar el proceso de visibilizar la producción cinematográfica ecuatoriana y sobre todo la manabita, que continúa emergiendo.

Esta cuarta entrega (diciembre 2010) ofrece una multiplicidad de temas que dejan satisfecho al lector. Juicios críticos que denotan trabajo de parte de los colaboradores, secciones nuevas que intentan atraer más lectores, aportes significativos y un editorial al que debe prestársele atención con carácter de urgente: la conformación de la Asociación de críticos de cine de Ecuador (propuesta que deberá tener propósitos precisos para no caer en el juego de la simple representatividad figurativa).

Recomendados los textos: El Prometeo prometido, Rabia, Menos acá del cine ecuatoriano, The social network: un apunte sobre estilo, El spaghetti western; así como las entrevistas a Jean Michel Frodon, Héctor Gálvez y Ventura Pons.

Fotograma en su primer año nos ha dejado un legado para quienes más allá de ver cine gustamos también leer sobre él. Esperemos que este 2011 nos sorprenda gratamente.

Tempestad secreta y un prólogo necesario






Tempestad secreta (CCE, 2010) de los compiladores Luis Carlos Mussó y Juan José Rodríguez, es la reciente muestra de poesía ecuatoriana contemporánea publicada en el país, muestrario que agrupa a 29 voces reconocidas dentro del panorama poético, no sólo de Ecuador si no también Latinoamericano y de otros lares.

Poetas como Ramiro Oviedo, Edwin Madrid, Cristóbal Zapata, Javier Cevallos, Pedro Gil, Paúl Puma, Ernesto Carrión, Aleyda Quevedo, entre otros figuran en este trabajo (sí muchos no podrían estar de acuerdo con la selección, pero como toda selección ha dependido de los parámetros propuestos por los compiladores y sobre todo del gusto de ellos).

Más allá de la muestra poética, que nos acerca a autores de reconocimiento nacional (aunque esta sentencia estaría en duda si es que preguntásemos a un ciudadano cualquiera si conoce a uno de los autores), lo sobresaliente de este libro recae en su prólogo a cargo de Eduardo Ospina: un análisis crítico que deberían leer todos aquellos antologadores y recopiladores de nuestro panorama poético ecuatoriano; saber que una antología debe crearse con un fin verdaderamente justificado sin la mera figuración de por medio o lo que es peor el engrosamiento de una hoja de vida literaria cansona.

A continuación algunos argumentos de Ospina a considerar respecto a las antologías:
“Ya no es meritorio para los poetas estar o no estar incluidos (en antologías), y en muchos casos es incluso mejor quedar excluidos”
“Pocas (antologías) logran establecer una diferencia y convertirse en punto de referencia para la historia posterior al momento de su publicación”
“Las antologías son sobre todo el vehículo ideal para exhibir sin pudores el gusto literario de un individuo y su antojadiza manera de demostrarlo”

lunes, 3 de enero de 2011

Poesía desde el arpa de un ceibo encendido



El arpa del ceibo en llamas (Marfuz ediciones, 2010) de Antonio Vidas, es un tributo a la patria físicamente ausente, donde los núcleos: familiares, amistosos, heroicos e influyentes, son una reafirmación de pertenencia constantemente retratados. Poemario que se torna en una radiografía emotiva que expone en sus capítulos el sentir de una voz poética que a partir de su condición migratoria se reafirma en la simbología y ritualidad de su identidad.

Para el escritor Juan Secaira: “El arpa del ceibo en llamas plantea el recorrido por varios momentos —de añoranza, de ira, de rebeldía, de tristeza y de dolor—, que componen una vida, incluyendo la muerte y su irremediable llegada, por medio de constantes referencias a Dios y a su parafernalia, así como a elementos de la naturaleza, pero con la convicción de que el único milagro es el de la poesía.
Escrito desde las entrañas, o mejor dicho desde sus raíces, geográficas e íntimas, el poeta experimenta un vínculo con su entorno que no tiene nada que ver con posturas cínicas, mediáticas o falsamente vanguardistas. Versos de largo aliento, con una particular concepción de la metáfora, integran este libro, personalísimo y contundente.
Bien dice el yo poético: “Mientras llego, no me escribas; ya he talado mis manos…”.

Se trata de un autor alejado de la formalidad poética que solemos encontrar, es un poeta a su manera (Hugo Mayo tal vez lo hubiera apretado en un abrazo de hermanos distanciados en tiempo, como un abuelo frente a su nieto predilecto). Su biografía lo deja claro:

“Soy Antonio Vidas (Antonio García Vinces) de las soledades que emigraron a este mundo. Nací en la primavera de Santa Ana (abril 25 de 1974) a orillas del río Portoviejo en un pueblito con torres de naranjo y verdes golondrinas. Mi niñez es un sombrero y un machete al aire, leyendas de los abuelos, viejos pasillos de cantina, de guitarras y afectos silvestres. Mis dibujos son tiza de carbón en una pared de la escuela Ángel Arteaga, pero me tentó más la bohemia de la poesía. No tengo grupo, ni generación, ni penachos de oro en mi cabeza; a caballo lento he sido de los que van en busca del horizonte como un viento libre y salvaje que se amamantó solo del paisaje y de las lecturas antiguas, oyendo, monte adentro, los amorfinos de la tarde. Pero mi juventud es de una banca del colegio Olmedo, de los parques y las catedrales de Portoviejo; estudiante a corto plazo en Literatura y Castellano, fugitivo sediento de libertad y de descontento con el medio. No tengo oficios terrestres: he sido como los hijos del pueblo, albañil de sueños, pintor de crepúsculos, payés del verso, asesino de mosquitos, ladrón de amores.
Amo la poesía de Horacio padre e hijo, la de Ledesma y Chintolo, y ese hastío enyesado de los decapitados; la luminosidad de Dávila Andrade.
Resido en España, en un lugar del mediterráneo. Soy, de las soledades que emigraron. Soy de Manabí, ¡carajo!.”






Por eso con mucho acierto, el poeta Freddy Ayala, sostiene que: “Con mucho coraje Antonio Vidas retrocede a los escenarios de su pasado, viéndose a sí mismo en los demás, latente como un habitante más de la nostalgia, la palabra reemplaza a los ausentes de su memoria, exiliado ya en el olvido, sin aquellas voces que lo reclamen a sus orígenes, enfrentándose a sus antiguos quebrantos, pero su condición humana le permite alternar su existencia con otros semejantes. En esta obra transita la tierra de sus antepasados, Manabí, y la de su país equinoccial; Ecuador.”

La obra empezó a circular desde ayer, y se espera lo mejor para ella. Felicitaciones a Antonio por esta biografía y testamento poético. Comparto uno de sus poemas:


TUMBA DEL GRAN DÍA

Para ese verde quijote de la mancha manabita,
Hugo Mayo,
quien desposó a la Lutona
en las playas de Manta.


Tumba de mis días, ya siento tu losa pisarme los talones.
A tantas leguas de abeja tu dulzura. Oxigenas
al muerto con caídos crecimientos y flores agudas.
Ojerosa cal que ciegas precipicios que saltan de mis ojos,
tejes nudo de lluvia los dedos a que no vuelen.
¡Cómo que hoy es noviembre! Garrapatea la piedra en mi costado,
despioja en coma mis movimientos, en otros cráneos solitarios.

Veré el alba esconderse en mis ojos al cerrarse la losa del párpado,
sin oeste de sol, o este que tuve en clave de sol.
Veré mi contextura horizontal, caer el hueso nítido
en tu boca engrasada de ternura que me traga,
en tus intestinos matinales viajando a gatas;
cual moneda en tu panza de alcancía de mármol...

Tú, la glotona, la vomitadora del alma hacia el cielo,
la habladora todo el día en fechas mudas e iniciales,
y el ojo familiar del siglo que oye, al pasar el ramo...
Veré mis pies encabritados por delante de tus verjas,
la cabeza muda, arrastrar una multitud, con bridas y coronas.
Y estará alegre tu lapidario rabo al recibir mi bulto.

Día oeste que olfatea la paz
hundiendo el morro en calcáreas defunciones.
Alzas la oreja izquierda de tu cruz ante silentes maratones.
¡Cómo que hoy es domingo y no trabaja el párpado
en otras albas levantado!
Rudos óleos, misales rumiantes y cirios deslenguados rugen;
la campana que da una colleja al oído que está de espalda al rumor.

Perra tumba que vota espuma y arranca la cadena,
¡y persigue los muertos dando gritos por las calles!
¡Gusano!, es el alma que apesta y se sale por el ano,
es la horma de la vena que patea el pie seco de la sangre.
Es el corazón apeado del pecho hasta los talones,
que juega a buscar lombrices, almohadas de musgo impaciente.

¡Ah, esta tumba con pulgas y un moquillo torrencial!
Dado de palomas negras tirado al cielo,
a ganar el día perdido que nos resta de ahorradas mañanas,
¡y el ojo que trapecia enfrente numerosas trasparencias!
Y me sabrá a tierra mojada el sueño, el chillar de la hierba,
el desarrollo enano de los años que no han de crecer,
el pelo en prosa y las uñas largas en cortos gabinetes de mina,
allí donde la perra marmórea oculta su hueso y lo defiende,
y envenenada, le pega el invierno dos tiros secos de agua...