miércoles, 30 de julio de 2014

Réquiem al ladrido ausente


Ya no lo veré moviéndome la cola al regreso a casa, escuchar sus ladridos en la noche, espantando gatos o tal vez delincuentes. Ya no correré a su lado, como lo hacía cada vez que lo sacaba por el barrio.

Ya no escucharé que sigue enfermo, que no ha comido, que continúa vomitando, que los medicamentos ya no lo alivian, que su posición sigue siendo la misma desde la última semana: acostado sobre su cama, mirando, solo mirando, sin pretender levantarse o vivir.

Ya no lo veré, y sin embargo sus fotos me (nos) persiguen, cientos de ellas en momentos felices, cientos de ellas para recordarnos su paso en nuestras vidas.

Hoy ha muerto Joshy, un miembro más de nuestra familia, y lo primero que he recordado, mientras me alejaba para no verlo “dormir” ante la inyección del veterinario, ha sido a los otros miembros, a los que pululan en mi interior: Capitán, Pepe, Morrison, Buba, Gringa, Sury…todos ellos anclados en momentos de nuestra historia. Todos ellos apareciendo en poemas y relatos, en mis reconstrucciones.


Y la lección de la vida sigue siendo la misma: vive y deja morir.

domingo, 20 de julio de 2014

Docentes escritores




¿Qué vuelve a un docente un escritor al que tomar en cuenta?, ¿Mientras más se escribe y publique se deja claro que existe un conocimiento y discurso de por medio?

El publicar no vuelve escritor
Existe un error que no se ha logrado corregir aún, creer que con el simple hecho de publicar un texto (llámese artículo de opinión, ensayo, informe o libro) se es escritor automáticamente. Nada más engañoso. Publicar lo hace cualquiera con capital suficiente para pagarse los costos de una imprenta, pero muy contrario es la labor del escritor constante que ha presentado un discurso y se sostiene con un estilo.
Entonces la pregunta fundamental sería ¿Cuántos ensayos, en su vida académica, es capaz de desarrollar un docente?, ¿Cuántos de estos ensayos pensados, analizados y escritos merecen ser publicados? y ¿Cuántos de estos ensayos han sido publicados en revistas significativas?
El problema más común en el que muchos docentes caen, es escribir e intentar publicar trabajos que no responden al área de conocimiento en el cual se han especializado. Así no es raro encontrar a docentes que publican poesía y narrativa (sin pretender ser poetas o narradores) o en casos más desesperados libros de autoayuda o compilados de frases célebres. Libros que no representan el mínimo aporte para su currículo académico.
Lo ideal sería que un docente (pongamos un ejemplo), especializado en Comunicación Social y catedrático en esta asignatura, escriba trabajos en torno a esta área. No artículos de opinión, sino ensayos que fundamenten una tesis donde exponga un criterio sustentado con adecuada bibliografía y sobre todo que aporte al contexto al que se dirige.

Las revistas académicas
Las revistas científicas y académicas se volvieron casi que exclusivas en el panorama universitario local y global. Por eso las universidades del país continúan creando nuevas publicaciones periódicas que puedan acoger los trabajos de sus docentes y de invitados. Revistas capaces de destacar la labor académica de cada institución, donde los trabajos y la firma de sus autores puedan dar a conocer el nivel de profesionales con el que se cuenta.
Pero la creación de publicaciones periódicas no es un tema que se elabora de la noche a la mañana, este necesita de un proyecto que configure tanto objetivos como propósito del medio, asimismo necesita fondos, personal y autores dispuestos a continuarlo. Contar con un adecuado y comprometido consejo editorial interno y externo que avale oportunamente cada texto publicado.  
Y en este escenario de constantes filtros, cuyo fin es el de publicar trabajos de calidad, la publicación periódica puede continuar o contrariamente estancarse.

Sin excusas para escribir y publicar 
No es necesario esperar a que una revista académica apruebe la publicación de un texto, recordemos que “pensamiento o ciencia no publicada no existe”, y desde esta perspectiva no se justifica la excusa de que un docente deje de escribir y publicar sus trabajos. Las opciones son sencillas, una de estas es la apertura de un blog donde se pueda exponer las ideas, tesis y argumentos desde el área de conocimiento que se proceda.
Un blog, además, es una plataforma digital que no solo llega al contexto local sino global. Un medio capaz de catapultar y reconocer el trabajo del docente escritor (si es que existe el trabajo de por medio). Así desde este constante ejercicio de escritura con fundamento se puede llegar a plataformas de mayor difusión (llámese revistas especializadas en soporte digital o medios en soporte impreso de otras geografías). Las posibilidades son múltiples. 

Docentes no escritores
Escribir, un docente debe escribir y en lo posible publicar, para ello debe acudir a los filtros correspondientes: una editorial, lectores pares, un tutor. Especialistas que logren guiarlo adecuadamente al desarrollo y terminación de un texto.
El docente debe difundir lo que crea, lo que ha puesto en práctica desde su aula, lo que ha investigado y aplicado. Un docente debe dejar un legado y ese legado se trata de sus trabajos: artículos, ensayos, libros.
Porque el docente silencioso, que no escribe ni publica solo le aguarda un futuro: la invisibilidad. Y ya hay demasiados docentes fantasmas rondando las universidades del país.

sábado, 12 de julio de 2014

La vida como aventura



¿Por qué el convertirse en centenario debe ser el anuncio del acabose de una vida?, ¿Será que la sociedad nos ha acostumbrado a ver solo la vejez como esa etapa de cierre existencial, sin aventura, sin sorpresa, sin nada que esperar salvo la muerte?, ¿Qué ocurre cuando 100 años no es el final que se espera y aún laten y persisten las historias?
Sospecho que todas estas interrogantes se las hizo el sueco Jonas Jonasson, cuando pensó y luego escribió su ópera prima El abuelo que saltó por la ventana y se largó (Salamandra, 2012. Octava edición). Novela que nos habla de la vejez, de la importancia de la vejez, de aquel oscuro “movimiento” social que acompaña a las familias, que se erige pacientemente desde los asilos, de vidas conteniendo historias a montón, algunas menos creíbles que otras, pero historias al fin, capaces de alimentar la imaginación.   
Allan Karlsson es el protagonista de esta cómica, sangrienta, política a todas luces, y crítica novela. Un centenario que decide abandonar el asilo, donde el estado lo ha recluido, el día de celebración de su cumpleaños. Con este sencillo acto desata una cadena de acontecimientos que involucran a la policía local, delincuentes organizados y un conjunto de personas que en un momento determinado se reconocerán como “amigos”.
A partir de este hecho la vida de Allan se vuelve una revelación por momentos increíble: dinamitero de profesión, amigo coyuntural de presidentes de estados comunistas, socialistas y capitalistas. Salvador de dictadores. Corre caminos, siendo parte de los hechos más trascendentales de la historia política entre Occidente y Oriente: desde su intervención en la creación de la bomba atómica hasta la caída del imperio ruso.

 



En esta novela, desde la postura apolítica de su protagonista, la política es aquella maquinaria involucrada en todos los acontecimientos más importantes en la historia de la humanidad del siglo XX: Segunda Guerra Mundial, la creación de la bomba atómica, la devastación de Hiroshima y Nagasaki, el franquismo, el comunismo, capitalismo, la carrera espacial entre EE.UU. y Rusia…Y en donde desfilan personajes protagonistas de todas estas décadas, desde Franco, Lennin, Mao Tse Tung, Einstein hasta Roosevelt, Nixon…
Y es que Allan, desde las aventuras en las que se involucra (casi siempre desconociendo el tedioso contexto político), no repara en las consecuencias posteriores. Por eso su sinceridad, en volverse una voz descomprometida con causa alguna, puesto que para él la única causa es vivir como si se tratase del último día, y en esa filosofía existencial acepta las situaciones en las que irremediablemente queda atrapado: secuestrado para que comparta a los rusos la fórmula para la bomba atómica, prisionero por cinco años, espía de los Estados Unidos…
Novela de discurso ácido y crítico a la política, al fundamentalismo más atroz, al fanatismo ciego y destructivo. A toda esa masa que baila al vaivén de sus “líderes”, que acepta sin razonar las causas ajenas, de espaldas a la realidad.
Pero también Allan es el modelo anti vejez, que sale en defensa de aquella población de tercera edad “inútil” para muchos (incluso para políticas estatales). Una población, que mediante la ficción de esta novela, demuestra ser tan útil y “productiva” como cualquier otra, incluso ante aquella acelerada y estrellada juventud que desfila en la trama.
El abuelo que saltó por la ventana y se largó es la demostración de que los ancianos aún en su fragilidad son capaces de patalear y con creces, hálitos de vida superiores a todos aquellos que andan muertos rebotando en el laberinto de la urbe.

domingo, 6 de julio de 2014

Heredar millones de páginas


I
La mayor herencia de mi padre fueron sus libros, los que permanecieron intactos cuando empecé a interesarme por ellos. Libros en un principio extraños, de miedo (la colección de Esoterismo de Ariel) interesantes y formativas (enciclopedias para ver el mundo antes de que llegara internet). Libros de páginas amarillas y empastado resistente. Libros que fui consumiendo uno a uno.
Aún conservo el ejemplar de la segunda edición de la novela Pacho Villamar de Roberto Andrade (Casa de la Cultura, 1960). Un ejemplar que empieza con la firma de mi padre, que guarda cicatrices de polillas sin triunfo. Un libro que guardo con amor, por tratarse de la edición más antigua que acoge mi biblioteca.

II
Hoy, después de muchos años de lecturas y de alimentar mi biblioteca, tengo una herencia para mi hijo. Una herencia que da cuenta de lecturas enfocadas en el terror, el horror, el miedo. Una herencia contada por páginas: millones para degustar, millones para sentirse verdaderamente un millonario en medio de la nada.
¿Le gustará la poesía de los ecuatorianos o la de otros países?, ¿Las novelas de mis autores favoritos?, ¿Concordará con los subrayados que atestiguan mis lecturas?, ¿Reirá o se enfadará de los comentarios más prejuiciosos escritos al final de muchos libros?, ¿Reconocerá, al igual que yo, el verdadero valor de una obra?
Por ahora le repito que los libros que leo, subrayo, cargo conmigo y cuido, también son de él, su herencia. Una herencia en la que continúo invirtiendo, agrandando, dándole un sentido más de uniformidad (géneros, colecciones, editorial, autores). Una herencia a la que he ido incorporando sus escasos libros infantiles y juveniles (el futuro es mañana).   

III
Pero mi herencia no solo la conforman libros, también están los manuscritos que hasta ahora no me he atrevido a publicar (porque uno se vuelve responsable y autocrítico en demasía). Carpetas donde reposan proyectos que avanzan lentamente (y el testimonio de una vida entregada a escribir en torno al cine, literatura y rock). Manuscritos, de amigos escritores, en sus primeras versiones (verdaderos tesoros). Revistas literarias, rockeras, cinéfilas y culturales para pasarse días enteros leyendo. Suplementos culturales en donde el arte es analizado en serio. Libros imposibles de conseguir (económicamente hablando), en sus versiones impresas y anilladas.   

IV
Siempre es difícil desprenderse en vida de una herencia resguardada y cuidada con recelo. Porque herencias como estas delatan el pensamiento de un hombre, de su gusto, sus influencias, de todo el mundo ficcional e ideológico elegido. Una herencia que debe asegurar con antelación un legado de aprovechamiento.

V
Cuando mi hijo me pregunta por qué continúo trayendo más libros a la casa, lo primero que hago es sonreírle. Porque los libros me llevan a distintos viajes, le digo, porque me acercan a un conocimiento desconocido, porque me van diciendo cosas que sabía a medias, porque se van volviendo “mejores amigos”, porque desde mi juventud hasta ahora han reemplazado el exterior banal y caótico, porque me fueron y van aislando (oportunamente) de personas sin aprecio, porque me divierten, porque en ellos mi imaginación se explaya, y sobre todo porque son una herencia, una superior al anhelo mercantilista y consumista con el que sueñan muchos.