martes, 25 de septiembre de 2007

Marcel Maceau, atrapado para siempre en el silencio




No recuerdo específicamente la revista donde leí una entrevista a Marcel Maceau -el mimo más sobresaliente y conocido a nivel mundial- en que rememoraba el encuentro inesperado con su ídolo Charles Chaplin dentro de una terminal aérea. Entonces -decía Marceau- se reconocieron, saludaron y compartieron un instante de alegría imperecedera, cruzando algunas palabras y despidiéndose con toda la carga emocional que hermanos artistas puedan trasmitirse en ese pasajero espacio en el que se encontraban; lo habían logrado, o por lo menos él lo había hecho, y el sentimiento se había manifestado en algunas lágrimas.
Revisando el diario local me he encontrado con la desagradable noticia -lo es, y más de lo imaginado- de que Marceau ha muerto, entonces todos mis muertos acuden nuevamente a mi memoria. Le he comentado a mi esposa la fatídica nota, pero desconoce quien sea o era aquel extraño sonriente de la foto que luce tan viejo y feliz.
Sus movimientos, gestos y hasta artificios recordados me remiten a Opiniones de un payaso de Heinrich Bôll, y no es que precisamente esta novela logre un retrato de Marceau o se acerque a lo que pudo ser su vida (que desconocí y desconozco), es solo que el personaje de Bôll es tan sombrío y mis muertos tras de mí exigiendo mi sacrificio a la tristeza que impone el momento, que he tomado el libro y repasado los capítulos más desesperanzadores. Un subrayado me detiene: “Soy un payaso, y colecciono momentos”, y este es uno de ellos...

Registros desde la soledad de una butaca




(Lecturas del XX Festival Internacional de Teatro de Manta)

Las siguientes lecturas fueron publicadas individualmente en diario La Hora de Manabí, algunas se mantuvieron inéditas (el diario no las publicó y hasta el momento no se ha justificado), ahora las he reunido para formar este completo cuadro analítico.
Como entre mi trabajo oficial -asistente de edición en Mar Abierto- y otros camellitos para sobrevivir no me alcanza el tiempo para el ejercicio del periodismo cultural gratuito, no pude asistir a todas las presentaciones, sin embargo pude espectar varias e importantes obras de grupos que lograron sobresalir, otros no tanto.
Dos puntos importantes pesaron en este nuevo festival: 1) la rebaja de las entradas para así lograr mayor interés del público mantense, lo que lamentablemente no se evidenció en la asistencia; y 2) ofrecer cinco obras gratuitas en los tres espacios que se utilizaron: el teatro Chushig, la sala de conciertos de la ULEAM y el Malecón escénico, excelentes iniciativas para continuar formando un público teatral.

Las conflictividades aniñadas
Siempre se ha puesto en duda toda aquella pomposidad y alegría de la clase adinerada, porque detrás de tanto brillo algo oxidado debe anidarse (con abuso del lugar común). La Candelaria de Colombia con su obra De caos y deca caos nos acerca, en su puesta en escena, a los secretos que habitan en este aniñado caldo de cultivo: donde lo que podría ser no es, y de eso se encargan los diez cortes que componen la obra, al ir revelando las infructuosidades de esta clase social, hasta representar disímiles tramas unidas en el fondo por el caos interno de sus personajes: aquellas burdas y frágiles recurrencias en la que se atrincheran cada uno.
Se trata de una obra que no repara en descubrir en sus peores momentos y temores a quienes el poder (que solo el dinero puede crear) sofoca y oculta de sí mismos. Entonces los espacios (situados en esa otra realidad de abundancia material y dudoso glamour que los medios de comunicación difunden) son una cómica y turbulenta confrontación con lo que deberían desarrollar los personajes, cuyas moralidades están en desuso.
La desintegración del núcleo familiar es un signo de peso en cada cuadro, así la farsa que esta representa logra un clímax desconcertante en sujetos opuestos a la línea aceptable por el estatus y aquella normatividad impuesta por la tradición soterrada que los acoge, sus rebeldías -adredes o sin intención- son logrados artificios de ruptura para con su propia estirpe: desencadenante necesario e insostenible en sus relaciones.
Una obra que acierta en sus argumentos y desvalora lo que desde abajo se ve como un círculo perfecto y sin fisuras, porque detrás de tanta pomposidad y máscaras de armonía el poder es una burbuja rellena de fango latente en su explosión.

El nuevo viaje a la memoria
La agrupación ecuatoriana Malayerba se ha caracterizado por presentar un teatro bien particular y complejo, donde el constante viaje a la memoria de sus personajes es uno de los argumentos infaltables. Con su obra Bicicleta Lerux lo han logrado nuevamente, abusando de símbolos, signos, artificios, indicios, y el mayor desconcierto posible desperdigado sobre el escenario, cuya tarea de reconstrucción no es fácil. Obra hermética, pero cuyo trasfondo atrapa por la sensibilidad a la que se acude.
A pesar de la analogía con la obra La Odisea de Homero no se trata específicamente de una recreación épica más, sino de un universo paralelo que recurre a sus personajes para a partir de ellos recrear fantasmas y desorientar al personaje principal en ese viaje de la memoria que es su vida. Se trata de una nueva introspección hacia la búsqueda de imaginarios ansiados en medio de una caótica pesadilla donde sin necesidad de dormir se está dentro de un trance repetitivo y enloquecedor.
Más allá del espacio (dentro de una casa y sus definidos lugares) el personaje viaja, alucina, se enfrenta con cada uno de los seres que habitan en su memoria, todo para lograr el obsesivo objetivo propuesto: Lerux, otro imaginario -y el más importante- dentro de la trama. Entonces él -Ulises- no es un viajero de lugares físicos sino de ficciones laberínticas que cada vez lo alejan más de aquella Penélope que desteje el tiempo y acepta un no regreso del esposo que partió siguiendo un rastro hacia la nada.
Arístides Vargas, como dramaturgo y director de la obra, ha acertado otra vez en este trabajo imponente donde implícitamente se navega -junto a los personajes- por las turbulentas aguas de ese Aqueronte llamado urbanidad.

El gobierno de la animalidad femenina
La puesta en escena del grupo argentino El rayo misterioso con La consagración de las furias ha sido hasta el momento -dentro de las obras presentadas en el festival- la que más ha transgredido sobre el escenario -físicamente, sobretodo-, recurriendo al tema de la animalidad de los géneros, en especial del masculino sometido al femenino, para retratar y escandalizarnos. Se trata de una obra donde los cuerpos dicen más que las palabras y en medio de una trama apocalíptica nos azora con la vida y muerte, maternidad y sobrevivencia que incurren en la historia personal que es también la historia colectiva.
Más allá de la significativa exposición de los cuerpos femeninos, está la violencia física y verbal que se antepone en cada una de las escenas para reafirmarnos en nuestra brutalidad humana, en la hecatombe interminable que representamos en contra de nuestra especie.
Trabajo reflexivo e intenso que no decae en ritmo, que nos enfrenta a los infortunios y desencadenamientos sanguinarios de nuestras geografías caóticas (latinoamericanas) donde el género femenino ha pasado a la representatividad de ambos géneros en el proceso de la conservación de la especie (ante el abandono y reproche de un machismo imperante). Así la carne que palpita fuera de las entrañas no solo desarrolla el círculo de la vida, porque en un momento fragmentado -traumas, odios almacenados- puede y logra convertirse en el círculo de la muerte.
Entonces La consagración de la furias es la concentración desbordada de las barbaridades, extremos y venganzas que el género femenino encuentra cuando la dependencia del género contrario lo hace a costa suya; nadie dijo que su vida se volvería una exigida ofrenda en nombre y bienestar de otros.

Un héroe más para el recuerdo
Que el público espere una obra, desde el inicio hasta el final, comprensible, con intervalos explicativos a todos los porqués presentados y además una relación más directa con los actores y la trama, parece ser una necesidad que ya conocía de antemano el grupo italiano Comuna Baires, porque esto es lo que precisamente hicieron en el desarrollo de su obra Memorias de un viejo cerdo.
Se trata de una puesta en escena osada en lo argumentativo, pero floja en lo corporal y gestual, y aunque esto sea relativo, restó fuerza a la historia que nos remite a la caricatura de un dictador y a la rebeldía de un intelectual que no claudica de sus ideales a pesar de significar su muerte.
Obra entretenida -y a la vez trágica en su desenlace- que nos acerca a su construcción (también a la metodología grupal, aunque sea parte de la ficción), porque mientras el personaje narrador la explica la trama se va armando y desplegando, no solo al detallar antecedentes, contexto histórico y delinear personajes, sino hasta avanzar al punto crónico del hilo argumental.
Trabajo descomplicado cuyo mayor objetivo, demostrado sobre escenario, fue mantener en la memoria el recuerdo de un héroe determinado, que es la representación y tributo a todos esos héroes anónimos opuestos a las imposiciones dictatoriales de épocas marcadas.

Las atracción de las acciones corporales
La importancia de la danza teatral es que sus interpretes pueden con mayor libertad corporal trasmitir toda la intensidad explícita de sus cuerpos sobre el escenario, para que así las emociones desbordadas en sus acciones y gestos puedan atrapar al público. Los suecos Memory wax con su obra Canción del destierro lo lograron desde el primer cuadro sombrío que presentaron. Jamás decayeron en ritmo, lo que hizo que su trabajo lograse el mayor respeto (los intrincados movimientos sobretodo).
Obra donde los sentimientos múltiples, unidos por el desencanto de la soledad individual, formaron un círculo repetitivo pero sin caer en ningún momento en la trivialidad.

Nostalgia y cólera desde el monte
El teatro ecuatoriano y específicamente el manabita ha logrado explotar todos los elementos e imaginarios que son parte de su cultura, Palosanto con su obra “Los atajos de Amado” lo hace desde una visión personalizada, recurriendo al escenario rural para recordarnos la violencia impuesta por la ley y los prejuicios conservados a través del mito y alucinada tradición oral.
Obra nostálgica y colérica, que nos enfrenta con humor y desolación, a la historia de un Amado perseguido por su herencia y un poder temeroso, trastornado y obsesivo con su desaparición.
Sus delineados personajes (cuidados desde el habla popular hasta la mínima acción particular de las costumbres montubias) hacen que la trama no pierda en ningún momento el ritmo inicial, y más bien prepara al público para ese final que se advierte y espera menos brutal de lo que la ficción ofrece: porque el acertado recurso fílmico logra un clímax intenso y poético, donde la armonía -a pesar del hecho sangriento- aflora simbólicamente en su protagonista.
Se trata de una puesta en escena que además de denotar trabajo, refleja esa aprovechable explotación del espacio manabita (su monte y montañas, recreados y reales) para volverla una obra a la altura de este festival.

La simbólica transgresión de la tragedia
La tragedia ha sido un género difícil de desarrollar y sobre todo de atrapar a un público ávido de comedia y ligereza sobre escenario (anhelos típicos de muchos espectadores manabitas). Antígona del grupo ecuatoriano Sarao, ha sido la obra seria -aunque no necesariamente el trabajo más sobresaliente del festival-, también la menos envolvente en cuanto a ritmo. Y a pesar del abuso melodramático de algunos de sus personajes, se trató de una puesta en escena arriesgada que, abogando por el teatro clásico, llegó con su mensaje.
Cindy Cantos (como la sufrida e irreverente Antígona) reveló trabajo actoral de intensidad, lo aprovechable de su caracterización hizo destacable su papel dentro de una trama, que a pesar de no haber sido basada en su totalidad en la versión original de Sófocles sino del dramaturgo Jean Anonuil, no falló en la estructura argumental (base para una obra de esta clase) que principalmente recayeron en ella y en el antagonista: Creonte (caracterizado por Lucho Mueckay), aquel arrogante símbolo de autoridad y castigo irrevocable.
Obra donde la negación del orden impuesto y la incapacidad de hacer valer los ritos occidentales del sepulcro, hacen de la muerte una salida justificable, y de la trama una simbólica transgresión.

Cuando los viejos estorban
Cuando las expectativas de una obra de calidad son confirmadas, es cuando se agradece la existencia de un festival de teatro en la ciudad. El Galpón de Uruguay ha sido el mejor testimonio de que el teatro no solo puede entretener, sino conmover y a la vez ofrecernos esa descarnada panorámica de lo que en algún momento podrían ser nuestras vidas.
Trabajo sobrio que nos descubre en nuestras peores intimidades, ahí donde la vejez, fracaso económico, soledad e individualismo familiar son incesantes puñaladas en espera del grito final de cada uno de los victimarios llamados personajes: aquellos delineados estereotipos a los que estamos relacionados (madres, hermanas, hijos, amigos) porque conviven o somos, de distintas formas, ellos.
Nuestra vida en familia es una obra impactante, que recurre a un lenguaje poético para sensibilizarnos y advertirnos de lo que a la vuelta de la esquina podríamos desarrollar igual o peor. Una puesta en escena que no decae en ningún momento de su dramatismo, hay consistencia y profesionalismo en todas las acciones de su elenco y recursos que ofrece el espacio, todo para en un final desolador reafirmar porque El Galpón es un grupo de calidad teatral en Latinoamérica.





miércoles, 12 de septiembre de 2007

Una revista sobre arte y literatura




Un proyecto comunicacional bien planteado desde su inicio es imparable, así lo está confirmando El Quirófano, la revista del poeta guayaquileño Augusto Rodríguez que ya va por su cuarto número.
En esta nueva edición se continúa con el esquema inicial: adecuada distribución de los espacios, un diseño sobrio y contenidos precisos para generar reflexión dentro de la selva citadina que intenta imponer argumentos.
El editorial nos anuncia el libro póstumo que se prepara de la poeta Carolina Patiño (1987-2007), además de incluir una muestra de su poesía inédita. También una interesante entrevista al escritor quiteño Xavier Oquendo. Por otro lado Aleyda Quevedo ofrece un nostálgico testimonio de su acercamiento a la obra poética del peruano José Watanabe.
Recomendable el escrito titulado Cantautores, trovadores ¿canción de autor? de Fabián Jarrín, y una muestra de la joven poesía mexicana, así como dos microrelatos de la autora guayaquileña Solange Rodríguez.
Un medio impreso que de a poco va posicionándose en el país, más allá de los nichos subterráneos literarios de cada ciudad.

lunes, 10 de septiembre de 2007

El pan y la carne de Zapata




Cuando uno se acostumbra a leer a un autor en un solo género cualquier otra incursión en el campo literario -con una nueva obra- al principio será inaceptable, hasta que se lo enfrente (por lo menos así es como he aprendido a darle duro a los prejuicios) y se descubra lo contrario.
El pan y la carne del cuencano Cristóbal Zapata ha sido en segunda instancia (ya dije como fue la primera) un libro interesante. Relatos que no se apartan de la línea poética que el autor ha presentado en sus anteriores libros (de poesía, especifico), sino que más bien continúan la temática que ha caracterizado su obra: erotismo, sexualidad, y el amor infructuoso que busca calma.
Cuatro relatos (La babosa, El pan y la carne, Visión de Sayana y Claudia y Gina) en un libro que se deja consumir de un tirón, donde los escenarios urbanos (caóticos y desesperantes para cada recuerdo individual) nos remiten a historias cotidianas, donde el amor, erotismo y experiencias sexuales pueden conjugarse como fragmentarse en su combinación.
Hay figuras envolventes, y también escenarios comunes, pero gobiernan cada una de las tramas un acelerado grito de trasfondo, ese que teme a la soledad y sin embargo la enfrenta y acepta con odio.