jueves, 24 de febrero de 2011

Fiesta, broma y espanto



La urbe es el espacio en el que la voz poética de Fiesta, broma y espanto (Tenia literaria ediciones, 2011. Edwin Rodríguez Galeas, Riobamba, 1983) transita y sobrevive, enfrentándose con los obstáculos de la vida y la crueldad citadina agazapada en cada esquina, bajo las sombras o desde la claridad más escandalosa. Se pretende huir, desconocer la violencia de fondo que trasgrede y atemoriza:

De salida

Pueda que sí,
sea necesario borrarse de los mapas ensangrentados.

Hasta entonces,
de tanto humillarme para no ser humillado
mis piernas
aún en su intento por calibrarse para esta vida,
negocian el sentido contrario.

Me niego a caminar
como víctima y testigo.

Rodríguez Galeas, mediante esta obra, pretende testimoniar su realidad, representar los papeles de víctima y victimario, ser el ojo voyeurista que la sociedad ignora, pero también mantener la analogía entre ciudad y emotividad: ambas marcadas por el olvido de una felicidad duradera.

Desde un bloque

A veces soy un golpe viejo
una angustia desterrada
y es fácil desafiar todo –eso incluye a todos-
pensarlos
como última opción,
una soga al árbol en esta noche triste,
el circo que se quiebra en las esquinas;
no importa que me abracen
que tengan la oscuridad bajo el brazo
o hachas augurando pereza y paz.

Solo necesito de mi orilla fría.

Otras;
mi fuerza es una mitología de sobra,
mi mano una gotera de números y cadáveres,
la voz de alguien -eso te incluye-
un rastro de cariño siniestro
que se deviene en burla
de cora-sonsitos destripados.




Este autor ha sido un oportuno hallazgo dentro de los poetas ecuatorianos. Esta publicación (que se puede descargar aquí) evidencia trabajo y sobre todo la búsqueda de una propia voz, que ya es bastante.

Encanto

Ahora que la materia prima del corazón
parecen ser los pensamientos
-no me refiero a un acto de obsesión por hacer nada-
sino al recurso de autocreación;
veo a las marionetas tragarse sus raíces
oigo los nocturnos pasos de los agujeros
siento mis brazos ceder distancia
dando paso a los gritos
que crean un nuevo estado de tragedia.

Decido no esforzarme
no buscar armas de inocencia masiva
donde solo hay errores
y dejar,
forzar que esta simbología absurda
encuentre su frontera en mis bolsillos.

viernes, 18 de febrero de 2011

Pedro Herrera Ordóñez: lo quimérico, imposible y arcano



La imagen perdida (CCE, 2010) agrupa multidisciplinariamente el trabajo visual de Pedro Herrera Ordóñez, un artista ecuatoriano cuya obra ha logrado el reconocimiento internacional.

Para esta cuidada y atractiva edición (catálogo y muestra viva e imponente de la obra de Herrera) aportan varios escritores del país, aquellos que se han dedicado al análisis de la plástica y los que a través de ella han desarrollado un imaginario literario (me remito a la obra Taller de luz de Diego Velasco) capaz de representar los enigmas surrealistas que este creador propone.

Se trata de un recorrido alucinante, complejo y subjetivo por demás, donde la realidad es apenas un referente al que el espectador se asoma, porque las creaciones de Herrera ahondan en lo quimérico, imposible y arcano.

Si solo se han encontrado con la obra de Herrera desde portadas de libros (en Quito varios autores le han rendido tributo de esta manera) es el momento indicado para fijarnos en este artista que cada vez intenta romper con las normas fijadas de la plástica.










viernes, 11 de febrero de 2011

Perfección y muerte para el arte




Y si justo hoy, a esta hora, cuando todos en casa duermen, cuando solo un teclado es una melodía atroz, de pausas breves, de doble bombo interminable sobre las m, cayendo sobre las u, arrastrándose hasta las e, gritándole a las r, insultando a las t, fulminándose nuevamente ante las e. Y todo en un devenir turbulento, donde el vómito, un orgasmo o una arañada podría ser el toque para despertar. Pero la muerte es el sueño sin retorno.

Sí, El cisne negro (2010, Darren Aronfsky) también me atrapó. A penas diez minutos que dejé a Nina (Natalie Portman) alabando su perfección, tras haber conjugado su dualidad siniestra, arriesgada y autodestructiva; ápice anhelante y complaciente. Halló su parte extraviada (porque siempre anduvo tras ella, acosándola desde su mente) y la volvió su vitalidad al cien por ciento, hasta quemarla.

Perturbadora y cruda, una historia que explora las subjetividades del arte desde la esencia del artista. Proponiendo a la perfección como el argumento justificable para la entrega total; la locura como el estado inaudito para ser y estar más allá de todo convencionalismo. Como la búsqueda del suicidio: bella y nefasta manifestación sin segunda escena (el arte desde un corte, desde un nudo, desde un agujero, desde un charco, desde la misma postura final...).

Película visceral y enloquecedora, recordándonos que hasta las criaturas más dóciles y sensibles guardan una fiera que se impone, a riesgo de desaparecer.

lunes, 7 de febrero de 2011

Jamás dejé el infierno



Cuando me suelen buscar como la mejor o quizás más inmediata opción para sugerir lecturas, decido dar detalles de lo que he terminado de leer en días pasados: cuentos, novelas, poesía, blogs. Todo suele gustar, pero cuando quien ha acudido a mí parece no lograr una convención total de mis sugerencias recurro a mi carta bajo la manga, la novela que me atrapó hace muchos años y la que se volvió desde entonces un lugar común para mis ojos.

El Infierno, entonces digo, con la facilidad “satánica” que se me tacha. Sí, El Infierno de Henry Barbusse, la mejor novela que haya logrado retratar la vida, sofocación, sensibilidad y avidez de un voyeur. Porque mientras vivimos a través de observar otras vidas (y sobre todo cuando la nuestra significa una nada perdida en una blancura sin rasgar) los minutos avanzan más despacio, nuestros pálpitos aceleran y de repente nos volvemos adictos. Adictos a la observación, a vivir mediante otros, mediante sus acciones; a regocijarnos hasta la demencia; a deleitarnos morbosamente hasta sentir que somos esos otros: desconocidos, que nos ignoran y a los que en el fondo poco nos importa su existencia, salvo su acción inmediata para entretenernos.




Soy, continúo y hasta ahora no pienso abandonar mi condición de voyeur. Veo, imagino, traduzco la realidad inmediata a mi fantasía posterior. Parejas, mujeres solitarias transitando una vereda, corriendo tras alguna similar; tocándose ante la ignorancia de todos (o casi todos); ofreciendo secretos para dos (al emisor y al voyeur).

Barbusse me enseñó que “Violo su soledad con mis ojos, pero ella no lo sabe, y no es violada”. Y además que “Otros se matan con un arma o con el veneno; yo me mataba con los minutos y las horas”.

No soy el único. Soy parte de una legión. Saludos hermanos donde quiera que estén.