viernes, 27 de marzo de 2015

Los poetas autosilenciados

Foto tomada de http://cultura.elpais.com/cultura/2012/08/09/actualidad/1344527856_447139.html



¿Qué pasó con aquellos poetas que en algún momento se creyó continuarían un trabajo más constante?, ¿Perdieron interés en la poesía o solo en la forma tradicional de publicar?, ¿Qué ha sido de ellos tras los años posteriores a sus libros?
Este texto tiene un breve acercamiento a la obra de cuatro autores ecuatorianos, que en la actualidad son un recuerdo vago en el círculo poético nacional, y no tienen presencia como poetas en la esfera digital. Autores de ópera prima, acogidos al silencio. Nacieron en la década del setenta y publicaron a inicios y mediados de la primera década del siglo XXI.

Diego Lara
Eva Medusa (Eskeletra, 2000) se titula el poemario de Diego Lara (Ambato, 1972), un trabajo cargado de erotismo, donde el pop impregna las imágenes, y habita una violencia cotidiana normalizada, concretada en el poema “Canción de cuna” (fragmento):

recuerdo que todos éramos felices
y la sangre corría,
yo tenía un héroe llamado Jackie Chan
y nada me gustaba más,
el amor era demasiado limpio
como para ponerse a jugar con él,
y el aire siempre olía a cafeína y nicotina

Tres años después de su debut, aparecen cinco de sus poemas en el número nueve de la revista Eskeletra (junio, 2003). En la actualidad se pueden leer otros de sus textos en su página web, donde se evidencia su labor de diseñador gráfico, involucrado en múltiples proyectos, uno de ellos la Fanzinoteca: un espacio para reactivar la creación de fanzines en Ecuador.

Yuri Cadena
Yuri Cadena (Zumba, 1972), después de ser coautor del libro Rompepalabras (Mar Abierto, 2000), un trabajo colectivo que incluye narrativa y poesía, no volvió a publicar ninguna otra colección de poemas.
Diez poemas son la única obra hasta ahora conocida de este autor, quien se concentró en su carrera como militar.  Uno de ellos es “Caricatura” (fragmento):

Un hombre
grafica a un hombre,
se alimenta de él,
por tres segundos.
Le causa una indigestión
en el cerebro
que vomita una carcajada.

Enver Carrillo
Poemas escritos en el inodoro (Machete Rabioso, 2005) de Enver Carrillo (Quito, 1973), único poemario publicado por este autor, integrante del colectivo homónimo del sello editorial. Después de publicar, participar en varias lecturas, tanto en su ciudad como fuera de ella, no se ha sabido nada de él. Sin embargo vale recordar el poema “Supervivencia”:

en el colegio
tocaba escupir el sánduche
para que no me lo arrebataran

¿cómo defiendo hoy
a mi muchacha?

Paola Zambrano
Suplicio de la horca (Shamán editores, 2005) de Paola Zambrano (Galápagos, 1979) también constituye el primero y hasta la fecha único poemario de esta autora. Trabajo donde predomina el verso corto e imágenes cargadas de soledad y desencanto, concentradas en este verso “El mundo es un argumento inútil”. El siguiente fragmento corresponde a la prosa poética titulada “Sucesos”:

Mis confrontaciones internas han logrado abrir una nueva etapa, mientras algunos tratan de resaltar la versión romántica de la vida, yo he llegado a un lugar donde nadie me conoce y puedo empezar de nuevo.

Poetas perdidos
¿Qué ha evitado que estos autores continúen publicando?, ¿Qué los detiene a emular a otros -muchos- autores que habitan en las redes sociales y se vanaglorian de cada nuevo escrito y publicación?, ¿Por qué no ser parte de un círculo poético de elogios y odios radicales?.
La ausencia de un segundo poemario no ha sido barrera para seguir escribiendo, hay constancia de que por lo menos dos, de los cuatro poetas, continúan en ello: Diego Lara desde su propia plataforma digital, y Paola Zambrano en un nuevo trabajo poético que busca editor y sello.
Quizás la no pertenencia a aquel círculo poético de elogios en demasía y peleas, responde a un compromiso enfocado a la escritura, liberado de cualquier “tendencia” y amiguismo, propicio para que la poesía en construcción pueda continuarse.
Pero a todo esto ¿Continuarán creyendo, estos autores, en la poesía?, ¿Volverán a publicar algún día?, ¿Se siente el vacío de su poesía en el país?.

domingo, 15 de marzo de 2015

Fausto Morocho o la danza ritual de vida

Lenin Vimos, integrante del colectivo Tras la sombra del arte, y Fausto Morocho, artista plástico.



¿Cuánto simbolismo habita en los cuerpos en movimiento? ¿Cuánta de esta representatividad movible retrata la condición humana? ¿Cómo el mito y el rito logran una fusión capaz de proyectar los elementos corporales desde la danza?
Todas estas conjeturas me las he planteado a partir de la serie titulada Danzantes, obra del artista Fausto Morocho, que esta noche nos reúne. Un trabajo en el que la ritualidad desde el movimiento corporal ahonda en elementos cargados de una mitología andina.
Así la danza es retratada desde el rito popular, donde los colores intensos, las máscaras y los movimientos, dotan a la muestra de una fuerza visual electrificante.

El cuerpo desde el rito
Estas acuarelas representan a un conjunto de entes caracterizados por un colorido carnavalesco, donde se danza como ofrenda. Donde el cuerpo sirve como medio para agradecer por la continuidad de los elementos naturales. El cuerpo como medio para proyectar la vida en su apogeo.
Se danza a la fertilidad, a la vida humana y animal -que prolonga la humana-. Se danza porque la humanidad encontró en el movimiento corporal el lenguaje idóneo para manifestar su añoranza y también su complacencia.  

Lo onírico
La parte onírica es otro de los elementos que habita en esta serie. En ella los cuerpos danzantes se desplazan en un terreno donde flotan, caen o se sostienen en un imaginario arraigado en sus mismos cuerpos en movimiento.
Un mundo donde el individualismo se defiende y disfruta, donde el yoísmo se enaltece y vanagloria desde cada movimiento de los personajes.
Un territorio donde la fauna, estampada desde la vestimenta de los danzantes, se vuelve un símbolo que habla de la prosperidad y respeto a ese todo natural al que se pertenece.
 

Uno de los cuadros que conforman la serie Danzantes.



Máscaras y vestuario en lo litúrgico   
Pero existe también, en la obra de Morocho, un acertado juego entre el recurso de las máscaras y la vestimenta de los personajes, que nos acerca a un plano donde lo litúrgico es parte de la ritualidad asumida.
Por ello las máscaras, tanto las de diablo como los encapuchados. Matizando que se danza por temor, y porque es parte del mito asumido y la ritualidad lo exige.
Así los elementos naturales, sean de la flora y o la fauna, de un territorio en el que habitan los personajes de Danzantes, son la parte más significativa de esta serie. Una obra que desde la particularidad de cada escena busca enfatizar el aprecio a la vida. Una que, desde esta serie, está cargada de misterio y solemnidad.

Cierre sin ritualidad
¿Cuánto simbolismo habita en los cuerpos en movimiento? ¿Cuánta de esta representatividad movible retrata la condición humana? ¿Cómo el mito y el rito logran una fusión capaz de proyectar los elementos corporales desde la danza?
La obra Danzantes de Fausto Morocho, el artista que conozco desde las calles de su natal Riobamba, entre callejones y calles adoquinadas, en ambientes lúgubres, entre neblina noctámbula, en su palabra siempre adherida al arte, no solo posee elementos donde la vida vibra desde su pincel, y sobre todo desde su mirada a la danza ritual, sino que habita en cada uno de los cuadros de la serie, un retrato de la identidad andina, a la que demuestra conocer.

Manta, viernes 13 de marzo de 2015.

(Texto leído en la inauguración de la muestra Danzantes del artista riobambeño Fausto Morocho, realizada el día viernes 13 de marzo en el Museo Municipal Etnográfico Cancebí, en Manta. La muestra sigue abierta hasta el 3 de abril)