miércoles, 4 de enero de 2012

Sobre cuentos de largo aliento


Toda obra colectiva de talleristas, aunque los poemas y relatos que los compongan los firmen múltiples autores, es a fin de cuentas una obra colectiva. Me explico: un taller literario consiste básicamente en corregir (sugerir, confrontar y sobre todo editar) cada uno de los textos presentados por sus integrantes. No hay trabajo, poemas o relatos, de tallerista que no se salve de contener un verso, una frase, una escena sugerida por otro de sus compañeros. Una obra colectiva.

Por eso, en nuestro contexto de talleres y orgullosos talleristas, resulta aburrido leer las biografías (a veces apabullantes y grandilocuentes) de autores que enfatizan en presentar obras individuales. Lo son en la mera firma, pero sin el reconocimiento de haberse tratado de textos trabajados junto a otros (y quien lo niegue deberá alejarse de su taller literario y entregarse a la soledad creativa, solo allí viene el verdadero reto para el autor).

Con este antecedente me encuentro con Luz lateral, cuentos de largo aliento (Jaguar editorial, 2011) obra colectiva integrada por algunos talleristas de la Casa de la Cultura. Libro que, a decir del editor, “atestigua desde lo lúdico un reencuentro con nuestras identidades ecuatoriales”.

Historias de amor (mucho amor), odio, muerte, impulsos descontrolados, conforman las temáticas de este libro. Sin embargo varios de estos trabajos sobran, debieron trabajarse hasta el agotamiento, alcanzar un mismo nivel. Por ello, rescato los relatos La Fannycita de Amira Acosta, Proyecto Efra de Jenny Cortez, En el almuerzo de Mayra Alejandra Arias, La trilogía del amor de Kenny Oñate, Casados recién de David Cedeño y San Biritute de Fausto Cristóbal Ramos.

Y hay que decirlo, se exagera cuando, el editor, afirma que “con esta obra, estos nuevos narradores, denominados la Generación Fractal, demuestran una incesante búsqueda de oficio literario, y configuran relatos iluminados de belleza conceptual, propio de los buenos escritores”.

Aún, a este conjunto de talleristas, les espera un camino largo, porque tras la independencia les tocará responsabilizarse absolutamente de su obra. Y solo allí se reconocerá a quienes lograron el compromiso total con la literatura.

martes, 3 de enero de 2012

El Diablo vengador


En la oscuridad su voz escucharé
y siento que con odio
venganza les daré.
Legión, Venganza.

Ig es el Demonio, en su más pintoresca representación, imagen fidedigna del cliché cristiano: cuernos, de piel roja, y armado de un tridente para atacar a sus enemigos: el mundo. Aunque en este caso el mundo se reduce a su vida: una que empezó a hundirse tras el asesinato de su novia Merrin.


Stephen King junto a su hijo Joe


Cuernos (2010) la segunda novela de Joe Hill, demuestra que este narrador no se ha dejado apabullar por el éxito de su primera obra (El traje del muerto, que en este 2012 aparecerá en las carteleras de cine) y contrariamente en su nueva historia retoma esos valores invertidos de los que se componen sus personajes, para demostrarnos que el amor aliado a la venganza, lo justifica todo.

Novela donde el Diablo, encarnado en el protagonista (que amanece con cuernos en su frente y tiene el “don” de hacer develar los secretos más recónditos de quien se le acerca), es la voz y figura vengativa, remediando el breve pasado; reclamando sangre y justicia por una novia violada y asesinada brutalmente en el bosque; desenmascarando a vecinos, familiares, y amigos que dudan de su inocencia entredicha; y finalmente desapareciendo en un “accidente” que lo devuelve a su felicidad: junto a Merrin, su primer y último amor.



Sin duda la mejor herencia de Stephen King para su hijo Hill ha sido aquel telón deprimente con el que se componen sus personajes, el desencanto más desgarrador, ese apego a la realidad (desde lo emotivo) que logra mantenerlos de pie aún después de la última página.