domingo, 23 de febrero de 2014

Adam Sandler: detrás y al frente del humor amplificado




¿Cómo se pasa del adolescente ridículo que a fuerza de chistes agresivos intenta hacer reír a los demás, al maduro que ha resuelto hacer de su vida una cómica transgresión de sucesivos actos? Para esta interrogante existe una respuesta: Adam Sandler (Brooklyn, 1966) comediante, actor, guionista, músico y productor cinematográfico. Un multifacético actor (sobre todo) que resolvió aplicar la fórmula del humor trivial que habita en escuelas, colegios, universidades, amigos y familia, en la construcción de sus personajes. Depurando un estilo, que lo ha llevado a estar detrás (director y guionista) y al frente (actor) de películas inolvidables.

Universo Sandler
Todos tenemos un hermano, primo, amigo, vecino, compañero de clase, cuñado… que resultó ser el gracioso, el comediante, el bromista pesado pero entretenido, el ingenioso y muchas veces arrogante, que en medio de todo irritable comportamiento, divierte.
Sandler se ha puesto en los zapatos de todos ellos, entendió y aprovechó el abundante material que estaba ahí y lo explotó, desde el inicio, desde el insoportable Billy Madison (1995) sacando de quicio a un padre, a un empleado en busca de poder, y a una profesora sexy, como lo serían las coprotagonistas en lo posterior. Desde este Billy idiota (aunque previo se lo reconoció en Cabezas huecas, 1994, en su papel de Pip) holgazán, alcohólico, que finalmente termina encontrándole un sentido medio provechoso a su vida (yendo a la universidad, legando la dirección de su emporio empresarial al mejor empleado de su padre y besando a la profesora) hasta arribar a otros papeles de perdedores medio estables como en Happy Gilmore (1996) o en El aguador (1998) Sandler ha hecho lo más significativo de su carrera: entretener, y con ganas, con aquella emoción perdurable que compone su obra.

Humor que identifica
Si hay que reconocer en Sandler la fidelidad en su obra, en su arte cómico, en el absurdo que convive en cada uno de sus filmes, este recae en películas insignes en su filmografía como en El hijo del diablo (2000) donde del patético personaje diabólico termina siendo un héroe menos invisible. O en aquella alucinante y entretenida Click: perdiendo el control (2006) donde la moraleja del tiempo malgastado es una broma eterna. Pasando por aquella desesperante Yo los declaro marido y…Larry (2007) donde el tema de la homosexualidad, desde todos sus clichés, divierte. Lo mismo que ocurre en No te metas con Zhoan (2008) donde el matón que huye de la India para radicarse en Estados Unidos busca en el ser estilista la pasividad ante la violencia que lo acosa. Mientras que en Son como niños (2010) se destacada un tema persistente: la inmadurez, la misma que recae en un grupo de amigos reencontrados. Finalmente en Jack y Jill (2011) ocurre algo interesante: Sandler se desdobla en las caracterizaciones, así el estar desde ambas perspectivas, sea como Jack (desde el drama) o como Jill (desde el humor de siempre) no hace más que ahondar en su esencia de humorista, uno que ha sabido relacionar, sin complicación, géneros tan disímiles como el drama y la comedia a favor de su estética.

El drama aferrado al humor
Los personajes de Sandler no encajan del todo en la sociedad, muchos de ellos son inestables emocionalmente, perdedores certificados o en camino de serlo, pero en el fondo buscan una integración y resolver los problemas de su vida y con ello el de los demás, así se aprecia en Un papá genial (1999) donde el protagonista adopta un niño y descubre a su personaje en toda su emotividad paternal.   
Algo parecido ocurre en Siempre hay tiempo para reír (2009) donde su personaje, tras recuperarse de aquella enfermedad que lo aqueja, de reconocerse como un idiota en grado maduro y reencontrar el amor, entiende muchas cosas en provecho de su vida y de los que lo rodean, como su pupilo-asistente-amigo.   







Dinero, fama y mujeres
Las películas de Sandler giran en torno a tres objetivos: 1) dinero, 2) la búsqueda de reconocimiento y 3) alcance de mujeres hermosas. Desde luego que no siempre estas tres búsquedas se encuentran en la misma historia, existen múltiples variaciones: desde el conserje de hotel que al final logra el éxito añorado (Cuentos que no son cuentos, 2008) hasta estatus más evidentes como en Ejecutivo agresivo (2003) y Espanglish (2004) donde los personajes se desenvuelven en un contexto de clase media y alta. O historias más directas como en La herencia del señor Deeds (2002) donde el protagonista hereda 40 mil millones de dólares.  
Por otro lado en El juego final (2005) se da un ejemplo de reconocimiento, el personaje lo hace desde la prisión y desde el empoderamiento del grupo de fútbol americano. 

El amor aferrado al humor
Las comedias románticas han sido el género en el que mejor ha explotado su talento actoral Adam Sandler: cómico, caótico y conmovedor. Sin duda el mejor antecedente recae en La mejor de mis bodas (1998) allí Robbie tras haber sido abandonado por su novia en el altar, tras desmoronarse en su “oficio” de cantante de bodas, perder el objetivo de vida, minimizarse y finalmente retomar su consigna de hallar el amor, el personaje lega una lección invaluable: persistir a pesar de las barreras. El mismo mensaje se retomaría en Como si fuera la primera vez (2004) donde el protagonista -un Don Juan- tras enterarse que la chica que le mueve el piso ha sufrido un accidente que le afecta la memoria inmediata, logra una consigna que va contra toda esperanza: hacer que el amor sea aquel efecto constantemente renovado.     
Con una fórmula distinta aparece Una esposa de mentira (2010) donde un engaño -para conquistar a una joven hermosa- logra mostrarle al protagonista que el amor, encarnado en su asistente, ha estado ahí, junto a él, esperando a que mirara más allá de esa búsqueda implacable.

El fin: millonario, enamorado y feliz
Sea como cantante de bodas, baterista en banda mediocre de heavy metal, dentista, veterinario, bombero, peluquero, productor publicitario, conserje, dueño de restaurante, “poeta”… Sandler, en su conjunción guionista-actor ha sabido darle cuerpo y voz a sus personajes, resaltarlos con ese toque individualista que compone su universo actoral, y se ha impuesto, con saña, esmero y compromiso, dentro de una industria y un género difíciles y competitivos.
(Publicado originalmente en el número 8 de la revista iberoamericana de cine FOTOGRAMA: noviembre de 2013)

domingo, 16 de febrero de 2014

El amor que suena




I
A mí el amor me suena desde la disolución, desde la pérdida, desde el abandono radical, doloroso y abrupto, desde toda una masa pegajosa que segundos antes tuvo forma agradable. Así me suena, desde un reproductor de música enfurecido.
Pero no es así, la realidad, mi situación, las horas que paso junto a otro cuerpo, ese cuerpo con nombre y múltiples versiones de felicidad. En la verdad, que puede también ser mi mentira cómoda, soy un objeto de abrazos y besos, un objeto que ha pasado la raya de lo imposible y se ha estancado en una línea donde la soledad ronda y no puede alcanzarla.
El amor en estéreo, el amor desde una balada que electrifica, que se mete por los millones de poros y va asomándome como versión única, para este momento irrepetible.

II   
Cuando decida dejarme cogeré la Primer que no uso, regresaré al pasado de arpegios desesperados, volcaré todos mis textos a letras abrumadoras, a letras que el espacio romántico detestará, letras que darán cuenta de la historia de un hombre y una mujer que han decidido suicidarse en medio de una discoteca, porque su amor y hasta su no amor debía ser reconocido y un espectáculo morboso.
La Primer de la que no he podido tocar más allá de los mismos temas que fui creando en pesadillas palpables, canciones sin nombres, canciones del desastre, canciones que chillan en mi garganta y revientan en paredes manchadas.

III
El amor no ha sido amor siempre. El amor me huele a caca de gato acumulada. El amor se volvió algo baboso debajo de las sábanas. El amor ríe mientras me dice adiós, que ya no va más, que eso fue todo. El amor piensa en sacar las cuerdas de mi Primer y estrangularme. Y lo espero, cada cercanía mortal, cada enredo de esa ausencia desbordada.

IV
Soy Paul Stanley y en el escenario no hago más que tomar mi Primer y cantarle I still love you. Le digo que no se vaya, que el pasado y presente ha sido hermoso, con sus altas y bajas, con sus cosquillas y caras serias, con aquella irreconocible manera de decirnos amor. Stanley en mí, Stanley con sus agudos, Stanley con sus muecas y su cabello despeinado, Stanley diciéndole que aún la amo, que todo mi mundo ha sido ella (aunque esto signifique salirme de la canción y entrometerme con Sangre Azul). Stanley cambiando el futuro.

V
Siempre buscando el amor total en mí, uno que como aura me irradiara, que además de decirle a ella le comunicara al resto que un ejemplo de amor era yo. Uno que no compraba chocolates, que evitaba serenatas, que se negaba a escribir cartas, que jamás vestía de rojo, que no dibujaba corazones sobre la arena, que no se tomaba fotos para expresar sus sentimientos. Sí, un ejemplo de amor negándose al amor tradicional, porque mientras otros cargaban con peluches, tarjetas, flores y quizás aún con el dolor del tatuaje en el brazo anunciando la pertenencia de alguien, este amor, uno negado al amor meloso iba rayando paredes a su paso, escribiendo de la vida, de aquella real, conflictiva y querible. Del amor, materia explosiva de la que uno, masoquistamente, se pierde por partes.   

VI
A mí el amor me suena a todo volumen, retumbando, sacándome sangre de los oídos, diciéndome en frases subliminales que siga en su cautiverio. Así me suena, desde un reproductor de música enfurecido. Y de a poco me voy volviendo una masa pegajosa que segundos antes tuvo forma agradable.