domingo, 16 de febrero de 2014

El amor que suena




I
A mí el amor me suena desde la disolución, desde la pérdida, desde el abandono radical, doloroso y abrupto, desde toda una masa pegajosa que segundos antes tuvo forma agradable. Así me suena, desde un reproductor de música enfurecido.
Pero no es así, la realidad, mi situación, las horas que paso junto a otro cuerpo, ese cuerpo con nombre y múltiples versiones de felicidad. En la verdad, que puede también ser mi mentira cómoda, soy un objeto de abrazos y besos, un objeto que ha pasado la raya de lo imposible y se ha estancado en una línea donde la soledad ronda y no puede alcanzarla.
El amor en estéreo, el amor desde una balada que electrifica, que se mete por los millones de poros y va asomándome como versión única, para este momento irrepetible.

II   
Cuando decida dejarme cogeré la Primer que no uso, regresaré al pasado de arpegios desesperados, volcaré todos mis textos a letras abrumadoras, a letras que el espacio romántico detestará, letras que darán cuenta de la historia de un hombre y una mujer que han decidido suicidarse en medio de una discoteca, porque su amor y hasta su no amor debía ser reconocido y un espectáculo morboso.
La Primer de la que no he podido tocar más allá de los mismos temas que fui creando en pesadillas palpables, canciones sin nombres, canciones del desastre, canciones que chillan en mi garganta y revientan en paredes manchadas.

III
El amor no ha sido amor siempre. El amor me huele a caca de gato acumulada. El amor se volvió algo baboso debajo de las sábanas. El amor ríe mientras me dice adiós, que ya no va más, que eso fue todo. El amor piensa en sacar las cuerdas de mi Primer y estrangularme. Y lo espero, cada cercanía mortal, cada enredo de esa ausencia desbordada.

IV
Soy Paul Stanley y en el escenario no hago más que tomar mi Primer y cantarle I still love you. Le digo que no se vaya, que el pasado y presente ha sido hermoso, con sus altas y bajas, con sus cosquillas y caras serias, con aquella irreconocible manera de decirnos amor. Stanley en mí, Stanley con sus agudos, Stanley con sus muecas y su cabello despeinado, Stanley diciéndole que aún la amo, que todo mi mundo ha sido ella (aunque esto signifique salirme de la canción y entrometerme con Sangre Azul). Stanley cambiando el futuro.

V
Siempre buscando el amor total en mí, uno que como aura me irradiara, que además de decirle a ella le comunicara al resto que un ejemplo de amor era yo. Uno que no compraba chocolates, que evitaba serenatas, que se negaba a escribir cartas, que jamás vestía de rojo, que no dibujaba corazones sobre la arena, que no se tomaba fotos para expresar sus sentimientos. Sí, un ejemplo de amor negándose al amor tradicional, porque mientras otros cargaban con peluches, tarjetas, flores y quizás aún con el dolor del tatuaje en el brazo anunciando la pertenencia de alguien, este amor, uno negado al amor meloso iba rayando paredes a su paso, escribiendo de la vida, de aquella real, conflictiva y querible. Del amor, materia explosiva de la que uno, masoquistamente, se pierde por partes.   

VI
A mí el amor me suena a todo volumen, retumbando, sacándome sangre de los oídos, diciéndome en frases subliminales que siga en su cautiverio. Así me suena, desde un reproductor de música enfurecido. Y de a poco me voy volviendo una masa pegajosa que segundos antes tuvo forma agradable.

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