Carcajadas,
eso saldría de su boca si me viera en este momento. Carcajadas ácidas.
Carcajadas como lanzas, con puntas envenenadas. Carcajadas como murciélagos en
forma de libros cayendo en picada sobre mí. Carcajadas fosforescentes apuntándome
directo a los ojos.
Entonces
lo contemplaría, y le ofrecería una sonrisa de aceptación: me lo merezco. Por
la luz, por las miradas, por la expectativa, por el espacio que se va volviendo
un mar con oleaje desesperante, que va engullendo viejos y nuevos nadadores.
Y sí, se
burlaría de mi intento de sensiblería, de este enjambre de palabras y punzones.
Aplaudiría la ocurrencia, soltaría más carcajadas para decirme que continúe
pero con calma y alerta.
Todo porque
uno es incorrectamente social, porque no usa corbata, no lee la biblia, ni va a
misa, ni visita cementerios ni peluqueras, uno solo anhela volverse mantarraya
y leer las olas, corregir corales, rechazar delfines (hermosos y aburridos), juntarse
con tiburones y anguilas, porque en ellos, en su ferocidad y estigma, están las
perlas de ese mar bravío.
Silencio
breve, silencio acumulativo, silencio cuarteado, silencio…y su carcajada nuevamente,
estremeciendo paredes, diciendo que la felicidad está en reír a borbotones, en
reír sin censura, en reír hasta incomodar.
Su
carcajada de no poeta, su carcajada de narrador, su carcajada de editor, su
carcajada retumbando en el mar que pensó y creó, en el mar que vivió, en el mar
donde se fue forjando autores y títulos, en el mar donde sus historias aún
laten, en el mar donde fabular y enloquecer fue lo esencial.
Sé, que
no creería cuanta mentira dijera ahora. Menos exprimirme lágrimas y dramatizar
un poco. Esto detendría sus carcajadas. Todo porque él sabría que en las
palabras está el dolor, que en las oraciones más desenfadadas está la ausencia,
que uno piensa y siente escribiendo.
Mientras
tanto su carcajada me acompaña por las noches, mientras recuerdo y recorro
lugares (Telmo, Tigre, Martita) donde compartimos ideas, donde el tema de la
edición nos seguía desde la oficina, donde el mar se iba juntando a los vasos
que potencializaban nuestras pláticas, donde el libro y la vida eran una fusión
interminable para continuar latiendo.
Su
carcajada no se ha extinguido, aún es un eco que como ola choca contra el mar,
aquel mar en el que continúo navegando hasta que decida lanzarme por la borda o
algún marinero adelantado me convierta en alimento para peces.
Con
calma y alerta. Su carcajada me habla.
(Texto
escrito a propósito del Homenaje a Ubaldo Gil que la ULEAM le realizó el viernes 31 de enero
de 2014)
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