miércoles, 22 de enero de 2014

Terror y culto desde una habitación



No entren al 1408. Antología en español tributo a Stephen King (La biblioteca de Babel, 2013) posee algunos cuentos imprescindibles dentro de la tradición de la literatura de terror latinoamericana. Zombis, fantasmas, asesinos seriales, seres perturbados, escenarios escalofriantes…toda una amalgama donde el terror y el horror son los protagonistas.
Secretos que no deben revelarse, acciones que no deben realizarse. Todo un culto a la violencia y a muerte, presente en varios de los personajes.  
En esta obra el fantasma acechante de King ronda en los cuentos, a veces como Pennywise, otras como un ser arcano venido de un más allá desconocido, y casi siempre como la idea martillante en la mente del asesino o la niña perturbada, la voz latente y sedienta de sangre.

O contaba que en la alcantarilla de la equina de la iglesia se asomaba un hombre con la cara pintada de blanco y decía que había que tener cuidado porque, a veces, sacaba las manos y atrapaba los tobillos.
(Los Domínguez y el diablo, p. 25)

Y es que tengo un grave problema. En cuanto les tomo cariño a las personas, enseguida regresan las voces y empiezo a imaginar sonrisas repletas de sangre.
(Sonrisas, p. 119)

Después lo vi patalear brevemente en la superficie, tratando de mantenerse a flote, pero enseguida le fallaron las fuerzas y se fue al fondo. Al mirarlo allí abajo, tan quieto, pensé que ya no daba tanta pena, porque en realidad no parecía un perrito, sino más bien la sombra de una araña negra y muy gorda.
(El juego, p. 161)






Hay dos formas de leer estos cuentos: apaciblemente y en soledad, esperando que las historias se vayan apoderando de uno hasta apabullarnos en sus imágenes, pero también aquella poco saludable: escuchando death metal a todo volumen, desde un Canníbal Corpse hasta un Suffocation, este telón de fondo es el propicio para que estos cuentos vayan logrando su efecto insomne.

Había empezado como una leyenda urbana. Y recién después del primer escándalo, después de la primera oleada de incredulidad, mentiras y sangre, habían llegado los cordonamientos y los planes sanitarios.
(La masacre del equipo de vóley, p. 39)

Ella se lo comió a besos.
Él se la comió a mordidas.
Y aunque trató de pedir ayuda, aullar de horror y de dolor, no pudo hacerlo. Elcira Ramírez entendió demasiado tarde que cuando tu propio hijo te arranca la lengua, no se puede gritar.
(Setenta y siete, p. 84)

Nadie sabía que estaba allí. Nadie sabía lo que había hecho. Yo tampoco quería saberlo, ni acordarme, ni pensar en el martillo.
(Los cachorros, p. 199)

Así lo hago siempre: cuando los tomo, les digo que estar sujetos a mí los hará sentirse felices. Así que debe ser culpa de la sujeción: el efecto secundario.
(La gente buena, p. 256)

Pero en este libro no solo convive un terror moderno, donde las vísceras y la sangre a borbotones son los elementos únicos y más apetecibles al momento de construir las historias, no, aquí también habita un terror inclinado a la tradición del género, que va directo a la psiquis de los personajes, a los traumas desde la infancia, a las pesadillas, a las voces del inconsciente que tarde o temprano se apoderan de los personajes, que los hacen realizar acciones perturbadoras y socialmente incorrectas, que van logrando nuevos traumas en otros personajes, que nos van dejando con la sensación de que ese miedo no ha sido gratis, porque ha calado en nosotros: las víctimas.
Como toda selección, mis favoritos son Los Domínguez y el diablo de Mariana Enriquez, La masacre del equipo de vóley de Juan Terranova, Setenta y siete de Francisco Ortega, Sonrisas de Jorge Luis Cáceres, La culpa está en la mano izquierda de Solange Rodríguez Pappe, El juego de Patricia Esteban Erlés, Las islas de Mariana Perezagua, La gente buena de Alberto Chimal, El horóscopo dice de Antonio Ortuño y Los buitres de Rodolfo Santullo.
No entren al 1408, es el libro que todo seguidor de Stephen King debe tener en su biblioteca, hay cuentos que los espeluznarán, historias donde la sangre no solo es el elemento copando todo cuerpo y espacio, sino el justificativo preciso para que las pesadillas continúen tras entrar y cerrar la puerta en esta habitación.

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