martes, 28 de junio de 2011

Mínima metodología ante la ausencia creativa



Paper man (2009) de Kleran y Michele Mulroney, me ha desgarrado con preguntas, aquellas que te hacen volver, en cámara lenta, viendo cada cuadro del pasado como si estuvieran justo ahí, a lado, respirándonos con su aliento tibio y perturbador.

Richard (Jeff Daniels) creyó en ese alguien junto a nosotros, guardian de secretos, sombra y espía perdurable. Jamás opté por el amigo imaginario (ante la ausencia de verdaderos), siempre fue un minúsculo Alexis, con mi misma voz, con mis mismos lamentos, con mis mismas preguntas sin responder, el que estuvo ahí.





Paper man me ha hecho repreguntarme ¿A dónde refugiarnos cuando nos estancamos con la creatividad literaria? ¿qué métodos o recursos optar para volver a encauzarla y salir librados?. Existe una diferencia de haberme preguntado esto hace muchos años y hacerlo hoy: tengo respuestas.





Richard y otros prefieren sus personajes salvadores (a veces nefastos en sus sugerencias), yo, en esta tarde que el ventilador no abastece, que mi hijo salta por trigésima vez en su patineta, que mi esposa refunfuñe ante la ausencia de ese alguien receptor, me refugio en el metal, en el metal más corrosivo, incompresible, bestial, guturalmente salvador; en ese metal que retumba mientras las palabras van creando las oraciones correctas para apoderarse de una vez por todas de las páginas expectantes.

lunes, 27 de junio de 2011

Nada que ganar





El pelafustán, el alcohólico, el mal nacido, aquel que observa desde un rincón del antro menos recomendado del planeta; el mal vestido, mal oliente, el imbécil que duda de su felicidad, ese es el mejor personaje de Arturo Accio en Nada que ganar. Novela narrada desde la histeria, donde su protagonista (un alter ego distorsionado por los sueños rotos y la desidia, al más puro estilo bukowskiano) nos pasea a pie o en auto por calles en la madrugada, junto a esperpentos marginales llamados amigos, viviendo junto a ellos el caos irracional pero común que la noche y la soledad explotan.

Ax es un personaje zombi, no en busca de cerebro sino de un corazón que lo atrape, que lata fuerte junto a su resaca; que lo traiga de vuelta del averno diario al que se ha sometido en un acto simple, pero necesario, de masoquismo.

Esta novela es el Suicidal dreams del que nos hablaba Silverchair (a mediados de los noventa) y también el Natural disaster que tan melancólicamente nos dice Lee Douglas de Anathema. Es el manifiesto desesperado de su protagonista por sobrevivirse a sí mismo. Es el vacío concentrado desde un empleo, un departamento, un amor que llega pero jamás está ahí; es la nada abrigándolo todo, poco a poco, paso a paso hasta una oscuridad inacabable.