lunes, 27 de junio de 2011

Nada que ganar





El pelafustán, el alcohólico, el mal nacido, aquel que observa desde un rincón del antro menos recomendado del planeta; el mal vestido, mal oliente, el imbécil que duda de su felicidad, ese es el mejor personaje de Arturo Accio en Nada que ganar. Novela narrada desde la histeria, donde su protagonista (un alter ego distorsionado por los sueños rotos y la desidia, al más puro estilo bukowskiano) nos pasea a pie o en auto por calles en la madrugada, junto a esperpentos marginales llamados amigos, viviendo junto a ellos el caos irracional pero común que la noche y la soledad explotan.

Ax es un personaje zombi, no en busca de cerebro sino de un corazón que lo atrape, que lata fuerte junto a su resaca; que lo traiga de vuelta del averno diario al que se ha sometido en un acto simple, pero necesario, de masoquismo.

Esta novela es el Suicidal dreams del que nos hablaba Silverchair (a mediados de los noventa) y también el Natural disaster que tan melancólicamente nos dice Lee Douglas de Anathema. Es el manifiesto desesperado de su protagonista por sobrevivirse a sí mismo. Es el vacío concentrado desde un empleo, un departamento, un amor que llega pero jamás está ahí; es la nada abrigándolo todo, poco a poco, paso a paso hasta una oscuridad inacabable.

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