martes, 15 de enero de 2008

El amor como refugio de vida





Noemí ha sido directa: El amor en los tiempos del cólera. Te acuerdas cuando primero la leíste tú y luego me la recomendaste. Como olvidarlo, le he dicho, para posteriormente proceder a comprar los boletos (los más caros en mi historia cinéfila).

La sala es un desierto, pero de a poco -y cinco minutos antes de que empiece el film- somos no más de veinte espectadores con algo en común: conocemos la historia en su versión original, que cómo lo sé, pues reconozco a profesoras de colegio y universidad especializadas en el área de literatura, escritoras rosas y señorones de cultura; desde luego también un minúsculo grupo de adolescentes a los que la película les importa poco y quieren simplemente una historia de amor para pasar el rato.

El amor en los tiempos del cólera (2007) de Mike Newell, resulta un film que no se aleja demasiado de la versión original escrita por García Márquez. El director ha creado una obra entretenida cuyo mensaje es directo: el amor es capaz de perdurar en el tiempo. Así me lo hago saber, porque para qué gastar palabras con Noemí si está a sus anchas, por primera vez frente a una película capaz de conmover y entretenerla, eso y porque reconoce a los personajes que la cautivaron cuando devoró la historia en la soledad de su cuarto.

Entonces Florentino Ariza era un ser arcano rondando a su amada, un poeta lloriqueante que le recordaba a mí (imagino que por lo de poeta mas no por lo lloriqueante) y ahora Javier Bardem lo personificaba: sombrío, lascivo y con la esperanza de que antes de que la muerte lo arrinconara pudiera estar con Fermina Daza.

Más allá de la pasión de Noemí por la historia, a mí no me parecía -a medida que iba desarrollándose la trama- que fuera una película arriesgada que intentase partir de una obra literaria y buscar otros horizontes. El guionista había respetado la versión original enfocándose en los momentos más importantes en la vida del personaje. La estructura no era lineal y era justificable porque se necesitaba recurrir a los recuerdos para darle mayor intensidad a la vida de los perturbados Florentino y Fermina.

Me alegra ver el río en el que navega el barco que alberga a Florentino y Fermina. El amor ha esperado más de cincuenta años para ligarlos. Han contemplado sus cuerpos envejecidos y han hecho el amor a su manera. El “siempre” ha sido pronunciado y eso es todo para que aparezcan los créditos sobre la pantalla. Los cuerpos perdidos en las sombras se han develado y se levantan de sus butacas en dirección a la salida. Noemí suelta mi brazo agarrado desde el inicio del film (cosa de mujeres románticas). Shakira nuevamente se entromete con su canción que a muchos encantó, a nosotros no, imposible. No.

lunes, 7 de enero de 2008

La radiografía de un Guayaquil desconocido




Mía es la delación de la que se habla.
Míos, los pecados más horrendos que aquí se narran.
Mías, las bajezas expuestas.

Santos Feijó

El enemigo necesario (Ministerio de Cultura, 2007) del guayaquileño Marco Martínez (1979), es una obra de terror, porque se expone abierta y desvergonzadamente la naturaleza inaceptada de quienes habitan en esos rincones de ciudad, a los que pocos logran penetrar por peligrosas, maniacas y sobre todo adsorbentes.

Martínez ha logrado una acertada radiografía del Guayaquil del lumpen, subterráneo, arcano, etc., donde sus descabellados personajes compuestos por drogos, un transexual, una ninfómana y metaleros sobrecargados en sus pesadillas vitales, para sobrevivir a la realidad, hacen lo mejor dentro de esta trama: exponerse tal y como han sido planificados. El núcleo de tanta aberración: mostrarnos más allá de la pulcritud que rodea en la sociedad, y eso ya es mucho para tanta literatura de amor y negaciones de lo real.

Santos Feijó, el personaje protagonista y alter ego de Martínez, logra revolver el universo que expone; en él sus manías, miedos y odios se vuelven las manías, miedos y odios de todos (la locura es un bien transferible para el resto de personajes).

Existe fuerza en cada uno de los capítulos que componen esta obra, pero sobre todo crudeza y franqueza: narrar desde la experiencia -sin dejar a un lado la creatividad literaria-, es un recurso que suele quedar en pura pose (salvo las excepciones).

Por otro lado pocas veces una obra literaria ha tratado el tema del metal ecuatoriano (su historia, esencia y evolución) tan prolíficamente como lo hace Martínez en su obra -en su otro libro aún inédito titulado Patéticas formas de evasión también se retoma el tema pero desde una visión más global-, si bien no lo hace a nivel nacional como correspondería a un ensayo específico en este campo, por lo menos nos acerca a una parte del metal underground de su ciudad, que ya es bastante ante la carencia de escritos referentes al tema. Así no es extraño que varios de sus personajes resultan ser metaleros sombríos, que recorren los capítulos con la esperanza de desaparecer al cambio de página.

Para ser el primer libro de este, hasta ahora desconocido, autor guayaquileño, ha empezado bien. No está demás recordar que la presente obra ha logrado el primer lugar del concurso de novela corta “Medardo Ángel Silva”, que por segundo año convoca el Ministerio de Cultura de Ecuador.