lunes, 9 de junio de 2008

El héroe ególatra





De los superhéroes estadounidenses más famosos y con el cual me identifico, es Spiderman, no por ser el tipo que trepa paredes y libra a la ciudad de enemigos cada vez más fuertes, si no porque detrás del héroe se encuentra el hombre, Peter Parker. Un fracasado, de clase baja, intentando sobrevivir de la mejor forma, siendo periodista gráfico o como desencantadamente lo mostraron las tres películas: desempeñando cuanto oficio le permitiese ingresos económicos. Si no fuese por la interferencia del “hombre araña” me atrevería a decir que copiaron mi vida para crear el estereotipo de Parker.

Parker es un chiro. Con tantos problemas emocionales precisos para un coctel suicida. Pero a pesar de todo no es un presuntuoso, no desea volverse popular a costa de Spiderman (cada uno por su lado), prefiere el silencio. Totalmente diferente del ególatra y multimillonario Tony Stark, otro de los personajes de Marvel que en su afán por escapar de sus captores en tierras afganas, diseña y construye un traje robótico; este primer diseño es el inicio de lo que después perfeccionará y los medios de comunicación y la población identificarán como: Iron man.

Se trata del reciente film que recrea la vida de Stark, un famoso armamentista, orgulloso de su trabajo y su “labor” por reforzar la seguridad de su nación y de cuantas adquieran sus armas cada vez más ingeniosas y mortíferas. Su percepción de la realidad cambia a partir de su secuestro; esta captura hace que el hombre frío e individualista cambie radicalmente. Después de tres meses de cautiverio logra huir (no detallaré la construcción del traje y de la fuerza motora que inventa para sí mismo y sobrevivir, vean la película), y de regreso en su país anuncia que la compañía que representa dejará de construir armas. Tras este anuncio se va descubriendo el complot existente en la Compañía Stark, donde clandestinamente se vende armas a grupos terroristas y se ha planificado el secuestro y muerte de Tony.

Como era de esperar el antagonista de la película, Obadiah Stane, es quien fue el mejor amigo del padre de Tony y uno de los más competentes, después de Stark, en la compañía. Así este consigue los planos básicos para el diseño del traje robótico y crea el suyo, más grande y armado. El resultado: una caótica lucha robótica, donde gana Tony. Fin de la trama.

Ahora bien, no interesa ahondar más en cómo ocurre la pelea entre Tony y Stane, en cuanta destrucción se crea en la compañía Stark, o si el mensaje en contra de la industria armamentista es una bofetada para Estados Unidos; lo que interesa es analizar el egocentrismo de Stark. Un pedante por demás, seguro de sí mismo y de su potencial creativo, sea para armas de destrucción o protección (aunque ambas siempre se relacionarán según el uso que se le de).

Es al final de la película, y pasado los incidentes de la noche anterior, donde se ha creado la cuartada perfecta para desvincularlo a él de todos los acontecimientos. Así ante el acoso de la prensa y su ego envolviéndolo desesperadamente, decide descartar la mentira y afrontar los hechos: “Soy Iron man”. ¿Por qué lo hace? ¿qué gana asumiendo la responsabilidad de ser quien estaba dentro del robot?. Hay dos respuestas para ambas interrogantes: ego y fama. Dos cosas a las que Stark desde joven se ve vinculado y a las cuales les es difícil alejarse. No le interesa el anonimato, no es un pelele que desea pasar inadvertido en la vida (nada personal Peter). Jamás lo ha hecho: primero inventó armas para destruir, y segundo desea salvar al mundo de las armas que construyó. ¿Cómo? Construyendo una mejor.

Y es que el “Soy Iron man” es más que una afirmación, es un grito para que la atención no vaya hacia otros lados. Su seguridad se basa en cuanta admiración pueda dársele, y al asumir su identidad secreta sabe que permanecerá en el trono de la popularidad. Es evidente que a Tony Stark no le interesa que los logros de Iron Man sean atribuidos a alguien más, es por eso que reconoce su obra y se reconoce a sí mismo como el nuevo héroe en una ciudad y planeta peligrosamente conflictivos.

Iturburu recapitulado




¿Existe franqueza para autoevaluar una carrera literaria? sin duda que sí, es lo que hace Fernando Iturburu en Rumor de inventario (CEN publicaciones, 2008), su antología personal, donde se explora a sí mismo para dar a conocer al lector (y recordarse) su proceso evolutivo en la literatura.

Para quienes no leímos sus primeros libros (publicados a finales del setenta e inicios y finales del ochenta, donde las prioridades de muchos eran los juegos y diversión) esta obra es un acercamiento, quizás no completo pero sí próximo a lo que Iturburu ha considerado valioso, de su trabajo en distintos géneros, porque aquí no solo se encuentra al Iturburu poeta y narrador que muchos hemos leído a medias (para que mentir: uno o dos poemarios y El cholo Cepeda, en lo personal), sino también al cronista, ensayista y blogger.

Rumor de inventario es un repaso de todo lo que ha escrito este autor guayaquileño (publicado y en otras ocasiones aún inédito), y de su misma vida, porque como lo afirma: literatura y vida se han mezclado para sobrevivir a quienes habitan junto a él: familia y amigos.

Pero más allá de la recapitulación fragmentaria, que se recoge en este libro, de la obra de Iturburu, está el mensaje: apoderarse de una voz poética y narrativa, que pueda alejar a cada autor de la mediocridad a la que muchos escritores del país han llegado y legado a otros; de ese hermetismo intelectual -sobre todo en poesía- y de lenguaje rebuscado, que no solo espanta al lector de mediana formación sino que crea círculos elitistas.

Ser sinceros con el trabajo literario que cada uno pueda desarrollar, ese es uno de los legados implícitos más importantes que ofrece Rumor de inventario.