¿Existe franqueza para autoevaluar una carrera literaria? sin duda que sí, es lo que hace Fernando Iturburu en Rumor de inventario (CEN publicaciones, 2008), su antología personal, donde se explora a sí mismo para dar a conocer al lector (y recordarse) su proceso evolutivo en la literatura.
Para quienes no leímos sus primeros libros (publicados a finales del setenta e inicios y finales del ochenta, donde las prioridades de muchos eran los juegos y diversión) esta obra es un acercamiento, quizás no completo pero sí próximo a lo que Iturburu ha considerado valioso, de su trabajo en distintos géneros, porque aquí no solo se encuentra al Iturburu poeta y narrador que muchos hemos leído a medias (para que mentir: uno o dos poemarios y El cholo Cepeda, en lo personal), sino también al cronista, ensayista y blogger.
Rumor de inventario es un repaso de todo lo que ha escrito este autor guayaquileño (publicado y en otras ocasiones aún inédito), y de su misma vida, porque como lo afirma: literatura y vida se han mezclado para sobrevivir a quienes habitan junto a él: familia y amigos.
Pero más allá de la recapitulación fragmentaria, que se recoge en este libro, de la obra de Iturburu, está el mensaje: apoderarse de una voz poética y narrativa, que pueda alejar a cada autor de la mediocridad a la que muchos escritores del país han llegado y legado a otros; de ese hermetismo intelectual -sobre todo en poesía- y de lenguaje rebuscado, que no solo espanta al lector de mediana formación sino que crea círculos elitistas.
Ser sinceros con el trabajo literario que cada uno pueda desarrollar, ese es uno de los legados implícitos más importantes que ofrece Rumor de inventario.
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