Paper man (2009) de Kleran y Michele Mulroney, me ha desgarrado con preguntas, aquellas que te hacen volver, en cámara lenta, viendo cada cuadro del pasado como si estuvieran justo ahí, a lado, respirándonos con su aliento tibio y perturbador.
Richard (Jeff Daniels) creyó en ese alguien junto a nosotros, guardian de secretos, sombra y espía perdurable. Jamás opté por el amigo imaginario (ante la ausencia de verdaderos), siempre fue un minúsculo Alexis, con mi misma voz, con mis mismos lamentos, con mis mismas preguntas sin responder, el que estuvo ahí.
Paper man me ha hecho repreguntarme ¿A dónde refugiarnos cuando nos estancamos con la creatividad literaria? ¿qué métodos o recursos optar para volver a encauzarla y salir librados?. Existe una diferencia de haberme preguntado esto hace muchos años y hacerlo hoy: tengo respuestas.
Richard y otros prefieren sus personajes salvadores (a veces nefastos en sus sugerencias), yo, en esta tarde que el ventilador no abastece, que mi hijo salta por trigésima vez en su patineta, que mi esposa refunfuñe ante la ausencia de ese alguien receptor, me refugio en el metal, en el metal más corrosivo, incompresible, bestial, guturalmente salvador; en ese metal que retumba mientras las palabras van creando las oraciones correctas para apoderarse de una vez por todas de las páginas expectantes.
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