domingo, 26 de enero de 2014

El rito del laberinto





Con Nomenclatura del internado (Mar Abierto, 2013) su autor Freddy Ayala Plazarte (Latacunga, 1983) deja asentado que su trabajo en la lírica no ha sido algo pasajero y coyuntural, sino todo lo contrario, se ha tratado de un discurso organizado y continuado, destacando un universo individual feroz desde su concepción estructural y agotador desde su visión vital, donde la infancia, la paternidad y el silencio han ahondado en su corpus poético.  

En ocasiones mis ojos ocultan
membretes del vacío 
pero una mariposa desfigura el amor en la ventana (p 29)

y el cuaderno sepulta canas del loto  
                                   huérfano de la madrugada
            en la esquina de un teatro
repentinamente dibujo 
                                    el horizonte de un antepasado  

y aunque menos sílabas tiene una sonrisa
agujas circulares prolongan la biografía de una imagen   (p 30)

En esta obra, la voz poética, enclaustrada desde una realidad que mira desde el ayer, que reconstruye con insistencia la deuda de reconocerse a sí misma, que busca con afán una ruptura de su pasado, espía recuerdos y estampas marcadas, aquellas acumuladas en su imaginario donde se reconoce en un presente insostenible.

Y retirarse en algún amanecer de las dimensiones de lo ausente  (p 25)

Y la sombra de un niño es un descomunal silencio en la ceniza (p 27)

Y un lazarillo abandona sus pómulos
en la costilla flotante
está de turno la memoria
pero las pantuflas impiden su despabilada (p 28)

Alrededor de varillas los hombres encogen su antigua infancia
y aún recuerdan  
                          el incipiente kilómetro después del punto (p 34)

Aquí, en estos versos, un laberinto fantasmal de rostros y sentires, es la crónica familiar que late y lastima, que engulle con furia. “Siempre crece la sombra de un ausente a espalda de las muchedumbres” (p. 22), y ese peso es proyección, una que ha resuelto desde el más complejo código delatarse, pero en el disfraz.  

Es polvo también su pensamiento
cubriendo la nebulosidad de un trébol

solamente invadido
por los siglos del cero
diagrama en un ajedrez el lenguaje de la luz  (p 20)


El silencio, la nada, el vacío apoderado de un todo que recorre estos tres tejidos (signo primitivo, óxido y stock) hacen de este libro un rito, rito donde el hombre, que es la voz poética, vuelve a su círculo de la infancia, donde el espacio y los objetos son el laberinto del que no se puede escapar.

A veces mover palabras sobre el fáctico músculo del mar
                         simplificando otro recuerdo luego del atardecer
                                   y quizá hallar una nomenclatura de rostros
                                                            en el destiempo del tiovivo     (p 32)

Aunque la sonrisa de un niño desaparece en los vidrios del océano 
tropiezo donde los juguetes
aún conservan huellas digitales   (p 39)

Y dos canicas en su constante retorno 
                                                                  miden
                                                                  la distancia del olvido  
                                     y dialogar con el mismo horizonte
                                       antes de perder la noción de lo ausente

boca abajo escuchar una muchedumbre de ácaros
                          y arrimado a la cebada 
                                         desprender más rostros ante la fogata  (p 41)

Un hombre detiene su gravedad en un charco
para ver cómo se despiden los astros 
              se sienta en el taburete de ciprés   
                         y concentra sus cejas en el movimiento del fuego (p 44)

A veces en el horizonte la vigilia de los minutos
incinera pensamientos en una capucha   
                         mientras piso el estiércol de un disparo
                                                        exilio la infancia al tragaluz
                                       pretenden los talones atravesar fogatas
             un escarabajo hunde su estertor en la hojarasca (p 45)
  

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