domingo, 6 de julio de 2014

Heredar millones de páginas


I
La mayor herencia de mi padre fueron sus libros, los que permanecieron intactos cuando empecé a interesarme por ellos. Libros en un principio extraños, de miedo (la colección de Esoterismo de Ariel) interesantes y formativas (enciclopedias para ver el mundo antes de que llegara internet). Libros de páginas amarillas y empastado resistente. Libros que fui consumiendo uno a uno.
Aún conservo el ejemplar de la segunda edición de la novela Pacho Villamar de Roberto Andrade (Casa de la Cultura, 1960). Un ejemplar que empieza con la firma de mi padre, que guarda cicatrices de polillas sin triunfo. Un libro que guardo con amor, por tratarse de la edición más antigua que acoge mi biblioteca.

II
Hoy, después de muchos años de lecturas y de alimentar mi biblioteca, tengo una herencia para mi hijo. Una herencia que da cuenta de lecturas enfocadas en el terror, el horror, el miedo. Una herencia contada por páginas: millones para degustar, millones para sentirse verdaderamente un millonario en medio de la nada.
¿Le gustará la poesía de los ecuatorianos o la de otros países?, ¿Las novelas de mis autores favoritos?, ¿Concordará con los subrayados que atestiguan mis lecturas?, ¿Reirá o se enfadará de los comentarios más prejuiciosos escritos al final de muchos libros?, ¿Reconocerá, al igual que yo, el verdadero valor de una obra?
Por ahora le repito que los libros que leo, subrayo, cargo conmigo y cuido, también son de él, su herencia. Una herencia en la que continúo invirtiendo, agrandando, dándole un sentido más de uniformidad (géneros, colecciones, editorial, autores). Una herencia a la que he ido incorporando sus escasos libros infantiles y juveniles (el futuro es mañana).   

III
Pero mi herencia no solo la conforman libros, también están los manuscritos que hasta ahora no me he atrevido a publicar (porque uno se vuelve responsable y autocrítico en demasía). Carpetas donde reposan proyectos que avanzan lentamente (y el testimonio de una vida entregada a escribir en torno al cine, literatura y rock). Manuscritos, de amigos escritores, en sus primeras versiones (verdaderos tesoros). Revistas literarias, rockeras, cinéfilas y culturales para pasarse días enteros leyendo. Suplementos culturales en donde el arte es analizado en serio. Libros imposibles de conseguir (económicamente hablando), en sus versiones impresas y anilladas.   

IV
Siempre es difícil desprenderse en vida de una herencia resguardada y cuidada con recelo. Porque herencias como estas delatan el pensamiento de un hombre, de su gusto, sus influencias, de todo el mundo ficcional e ideológico elegido. Una herencia que debe asegurar con antelación un legado de aprovechamiento.

V
Cuando mi hijo me pregunta por qué continúo trayendo más libros a la casa, lo primero que hago es sonreírle. Porque los libros me llevan a distintos viajes, le digo, porque me acercan a un conocimiento desconocido, porque me van diciendo cosas que sabía a medias, porque se van volviendo “mejores amigos”, porque desde mi juventud hasta ahora han reemplazado el exterior banal y caótico, porque me fueron y van aislando (oportunamente) de personas sin aprecio, porque me divierten, porque en ellos mi imaginación se explaya, y sobre todo porque son una herencia, una superior al anhelo mercantilista y consumista con el que sueñan muchos.
 

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