sábado, 12 de julio de 2014

La vida como aventura



¿Por qué el convertirse en centenario debe ser el anuncio del acabose de una vida?, ¿Será que la sociedad nos ha acostumbrado a ver solo la vejez como esa etapa de cierre existencial, sin aventura, sin sorpresa, sin nada que esperar salvo la muerte?, ¿Qué ocurre cuando 100 años no es el final que se espera y aún laten y persisten las historias?
Sospecho que todas estas interrogantes se las hizo el sueco Jonas Jonasson, cuando pensó y luego escribió su ópera prima El abuelo que saltó por la ventana y se largó (Salamandra, 2012. Octava edición). Novela que nos habla de la vejez, de la importancia de la vejez, de aquel oscuro “movimiento” social que acompaña a las familias, que se erige pacientemente desde los asilos, de vidas conteniendo historias a montón, algunas menos creíbles que otras, pero historias al fin, capaces de alimentar la imaginación.   
Allan Karlsson es el protagonista de esta cómica, sangrienta, política a todas luces, y crítica novela. Un centenario que decide abandonar el asilo, donde el estado lo ha recluido, el día de celebración de su cumpleaños. Con este sencillo acto desata una cadena de acontecimientos que involucran a la policía local, delincuentes organizados y un conjunto de personas que en un momento determinado se reconocerán como “amigos”.
A partir de este hecho la vida de Allan se vuelve una revelación por momentos increíble: dinamitero de profesión, amigo coyuntural de presidentes de estados comunistas, socialistas y capitalistas. Salvador de dictadores. Corre caminos, siendo parte de los hechos más trascendentales de la historia política entre Occidente y Oriente: desde su intervención en la creación de la bomba atómica hasta la caída del imperio ruso.

 



En esta novela, desde la postura apolítica de su protagonista, la política es aquella maquinaria involucrada en todos los acontecimientos más importantes en la historia de la humanidad del siglo XX: Segunda Guerra Mundial, la creación de la bomba atómica, la devastación de Hiroshima y Nagasaki, el franquismo, el comunismo, capitalismo, la carrera espacial entre EE.UU. y Rusia…Y en donde desfilan personajes protagonistas de todas estas décadas, desde Franco, Lennin, Mao Tse Tung, Einstein hasta Roosevelt, Nixon…
Y es que Allan, desde las aventuras en las que se involucra (casi siempre desconociendo el tedioso contexto político), no repara en las consecuencias posteriores. Por eso su sinceridad, en volverse una voz descomprometida con causa alguna, puesto que para él la única causa es vivir como si se tratase del último día, y en esa filosofía existencial acepta las situaciones en las que irremediablemente queda atrapado: secuestrado para que comparta a los rusos la fórmula para la bomba atómica, prisionero por cinco años, espía de los Estados Unidos…
Novela de discurso ácido y crítico a la política, al fundamentalismo más atroz, al fanatismo ciego y destructivo. A toda esa masa que baila al vaivén de sus “líderes”, que acepta sin razonar las causas ajenas, de espaldas a la realidad.
Pero también Allan es el modelo anti vejez, que sale en defensa de aquella población de tercera edad “inútil” para muchos (incluso para políticas estatales). Una población, que mediante la ficción de esta novela, demuestra ser tan útil y “productiva” como cualquier otra, incluso ante aquella acelerada y estrellada juventud que desfila en la trama.
El abuelo que saltó por la ventana y se largó es la demostración de que los ancianos aún en su fragilidad son capaces de patalear y con creces, hálitos de vida superiores a todos aquellos que andan muertos rebotando en el laberinto de la urbe.

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