Sobre la cama el libro yace cerrado y desconoces cómo abrirlo desde adentro.
Solange Rodríguez
Genial sería una palabra corta para designar a esta obra literaria titulada El lugar de las apariciones (Edino, 2007) de Solange Rodríguez (Guayaquil, 1976), porque no solo la genialidad abunda en los cuentos agrupados en este libro, el mismo que va más allá de una exploración maquiavélica donde el texto resalta en un constante juego de complicidad sugerente entre narrador y lector. No por gusto atrapa, envuelve y sobre todo obsesiona el recorrer cada una de estas páginas que resultan callejones sin salida, donde la inteligencia debe defenderse, a dientes y uñas, para librarse de yacer cadáver dentro de las fauces de este compendio fantasmagórico.
Rodríguez es irreverente en sus argumentos. Se arraiga a situaciones cotidianas donde el amor y el seudo amor (o simplemente esa necesidad de compañía y satisfacción carnal que cada individuo demanda constantemente), la locura, lo extraordinario y absurdo, son las excusas necesarias para inventar tramas alternas, donde los hombres suelen ser la clave nefasta, y las mujeres el perfecto símbolo de libertad.
Una escritora de armas tomar, resuelta a dejar un legado literario que denota trabajo en cada una de sus confabulaciones. Hay un delatado ejercicio literario en sus composiciones que demuestra un verdadero oficio con las palabras. Sus historias atrapan porque la atmósfera, con mucho de escuela de novela negra, presentan a las tramas (y por ende a sus personajes) cargadas de cinismo y el característico desencanto. Nada más preciso para lectores asqueados de sensiblería, belleza y todo un mundo rosa desbordándose alrededor. El lugar de las apariciones es el libro prohibido que le fue negado a todos aquellos lectores temerosos de apreciar la vida desde su turbiedad alucinada, o sea desde ese espacio impreciso donde conviven realidad y fantasía.
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