martes, 12 de diciembre de 2006

Los animales salvajes de Rodríguez



Los poetas maduran, se encuentran en una constante transformación y búsqueda de su voz poética, es el caso del guayaquileño Augusto Rodríguez que con este tercer poemario parece al fin encontrar una línea poética sólida a seguir. Animales Salvajes (Paradiso Editores, 2005) es su nueva producción poética, libro que además de poemas libres agrupa prosas poéticas, donde, para esta ocasión, logra desarrollarse de mejor manera en su labor de escritor.
Animales salvajes (con quien su autor ganó el premio nacional de poesía David Ledesma) nos enfrenta a múltiples realidades donde el autor, como canal de expresión, se muestra parte de esa multiplicidad; Rodríguez nos conduce por callejones sombríos y desencantados en cada una de las historias que presenta. Sus poemas no han perdido esa característica forma de decir las cosas sin rodeos, pero además de esto se incorpora un ritmo más atrayente a su escritura, sobre todo en las prosas poéticas que demuestran mayor trabajo.
El poeta nos presenta hasta cierto punto el hastío del mundo sofocador y egoísta (un lugar común desgastado por todos: poetas o no poetas), cuando trata lo social. La idea transita y recorre varios de los trabajos poéticos, escritos desencantadamente, donde profundiza hasta presentarnos desfigurados ante nosotros mismos y el colectivo. Pero además de mostrarnos esa siempre recurrida tendencia por lo social, nos acerca a otra más perversa y agradable temática como la muerte y sus distintas partidas: el horror de la vida muriendo, de la nada siendo parte del todo individual, de cada fantasma que transita en sus distintos escenarios lúgubres.
El poeta lo escribe sin censura, observa y transcribe, aborta y desentierra las tramas cotidianas para ofrecerlas al lector en sus poemas. Se burla de las distintas condiciones humanas, de las tragedias comunes que en el fondo tratamos de evitar para no ser parte de ellas. Explota el tema rudo de la realidad deprimente, de esos lugares subterráneos donde los cuerpos que habitan no hacen más que enfrentarse día a día contra sí mismos o contra todo su caótico e insolucionable entorno.
Rodríguez nos presenta prosas poéticas de arrolladores contenidos como “Al poeta lo aclama la multitud” o “En el cuarto de hotel donde nos escondemos” que nos acercan a esas figuras desilusionadas que el autor proyecta y trasmite una y otra vez sin piedad. Y es que poemas como “Al poeta lo aclama la multitud” no hacen más que reflejar el panorámico entorno literario de nuestro país (y hasta de otros contextos). El artista es solo “artista” en su nicho, fuera de él el mundo lo ignora: el vacío sofocando hasta los instantes medio mágicos que él cree existentes. Por ello es que el autor recurre a decir –escribir- como último reducto de autodesconsuelo: “creo que la poesía / me ha borrado de su esfera / no me necesita” (palabras para Pablo Palacio, pág. 33).
Cuando escribe del tema sentimental (con toda la carga colérica de por medio ante los típicos conflictos de toda relación) Rodríguez no duda en revelar: “Estoy tan cansado de ti y de mí / que dormido te sueño matándote y matándome” (Confesión, pág. 16), o en esa misma línea al tratar de encontrar sentido a sus sentimientos y ahonda en su condición de amante: “tú y yo seremos dos segundos / que desaparecerán de todas las memorias” (Dos segundos, pág. 10); pero si de figuras impactantes, y de mayor trabajo metafórico se refiere, estos tres versos lo demuestran: “ella me tragó / luego me vomitó con furia / yo era carne, saliva y nada” (Animales salvajes, 8 pág.).
Sin duda Animales Salvajes es la obra de mejor trabajo poético hasta ahora publicado por Rodríguez, cuya composición no solo destaca en fondo -por las temáticas a las que recurre y con quienes trabaja el poeta- sino por la estructura, de aparente ligereza, pero con detallado trabajo, como solo quienes se encuentran en esa búsqueda de madurez y responsabilidad literaria con su obra saben hacerlo.

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