jueves, 14 de diciembre de 2006

Hostel o el gore hostigador (crónica cinéfila)




El cine gore es toda una empresa compuesta de sangre, vísceras, gritos y desesperación, con la muerte siempre alrededor de cada situación a la que los personajes se ven arrinconados. Hostel (2005) de Eli Roth está compuesta por todos los elementos conocidos en una película de esta naturaleza que sobrepasa el terror, pasea por el horror y se estanca en lo grotesco: fuente inacabable donde la sangre es el elemento más abundante.
Basta saber que en la producción del film ha intervenido Quentin Tarantino para imaginar la ultra violencia que el largometraje puede contener, aunque una vez finalizada la película nos queden inquietudes y varias interrogantes promotoras de la decepción.

Personajes desesperantes
El reparto flaquea en casi todo el largometraje, esto porque muchas de las escenas posteriores son predecibles de imaginar. Muchos personajes intentando ser siniestros a excusa de cualquier cosa y situación tornan al film tedioso. Sumado a todo esto que los diálogos nos remiten a cualquier película terrorífica norteamericana, sin nada de hondura en sus argumentos, y más bien demostrando superficialidad en lo que se dice, donde el sexo, mujeres despampanantes y la sangre son los elementos abundantes.

Sangre, gritos e ingenuos turistas
La historia, después de la infaltable dosis de sexo y cuerpos femeninos desnudos rondando en cada escena, es para público de estómagos fuertes. Porque eso de estrellarse con vísceras, sangre, imparables gritos, y, como si no fuera suficiente, vómito a borbotones, a pocos hará estremecer de gozo.
El espacio geográfico se vuelve clave para el desarrollo de los acontecimientos: una ciudad incrustada en medio de la nada, donde la mayor parte de la población vive del secuestro y venta de turistas a las mafias.
El director confabula a partir de esta realidad subterránea (porque según dice el mismo director la historia surgió de un anuncio en internet –de algún lugar remoto de Asia- donde se puede pagar por matar), para crear una más increíble de aceptar, donde la carnicería entre humanos es el oficio de mayor recurrencia y satisfacción.

¿Asesinos frustrados o mediocres consumistas de muerte?
El argumento sin duda posee bastante originalidad, puesto que parte de información basada en hechos reales (con otro contexto y situaciones distintas); así las leyendas urbanas se conjugan con datos verídicos y se complementa toda la ficción posible para lograr el resultado final en la película.
Pagar por matar: ese es el fin de todos aquellos miembros del club de asesinos frustrados que habitan en esta enfermiza película. Mediocres desadaptados que ante las complicaciones de asesinar como lo haría cualquier matón respetable, optan por comprar a sus víctimas y desatar su furia.

Escenarios lúgubres
Sin duda lo más sobresaliente del film son los escenarios sobrecogedores, donde objetos antónimos de vida son lo más destacable. La muerte así no es solo el hecho consumado que habita en cada uno de los asesinos frustrados, sino el testimonio material estancado en las paredes de las habitaciones-carnicerías, en los cuchillos, bisturís, sierras, machetes ensangrentados; en aquella terrorífica vestimenta de carnicero que recorre los pasillos tétricos y en los múltiples gritos que se apagan por las gargantas abiertas.



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