Crónica del XIX Festival Internacional de Teatro de Manta
Introducción
Manta es sinónimo de las artes escénicas, puesto que la realización del Festival Internacional de Teatro, que hace diecinueve años el grupo La Trinchera (ahora Fundación cultural) viene realizando, ha logrado que el nombre de la ciudad pueda ser conocido más allá de sus alcances económicos de puerto y punto turístico.
Tal como ocurrió en el 2005 la inauguración del festival fue en las calles del puerto, allí una comparsa de jóvenes talleristas teatrales recorrió la parte céntrica de la ciudad, dándole todo el jolgorio a la fiesta que empezaría del 15 al 23 de septiembre.
Estos comentarios se publicaron originalmente, y por separado, en el diario La Hora. Nuevamente salen a la luz (ahora agrupados y con fragmentos inéditos) para que mediante este medio puedan llegar a otros y nuevos lectores que encuentran en el teatro un arte necesario de consumir, entender y valorar.
La Trinchera: del amor y sus tragedias
Malanoche escrita por Arístides Vargas y Dirigida por Charo Francés, no solo que reafirma el trabajo en las artes escénicas de La Trinchera, sino que demuestra el talento desarrollado en todos estos años en pro del teatro. La obra, más allá de presentarnos la historia de dos “amigos” enfrentados por el recuerdo de una mujer amada primero y luego asesinada, nos detalla todos esos elementos provocadores por el ambiente nocturno, donde el alcohol, los recuerdos y el tormento se entrelazan. Por ello una mesa de billar (signo de encuentro y desencuentro del amor y la muerte), imágenes de “santos” (esa cercanía constante a la purificación de los pecados) y un fantasma, nos vuelven a recordar la conflictividad salvaje que aún habita en nuestros pueblos manabitas, aunque la historia encaje en cualquier otro contexto.
Chespandolfo (Freddy Reyes) el singular personaje gay, no solo sirve como canal de unión entre la historia recreada por Carlitos (Nixon García) y Mifasol (Magaregger Mendoza), sino que es clave para que los hechos logren la reconstrucción precisa. Freddy Reyes, en su interpretación, logra darle toda la fuerza expresiva a su personaje afeminado: detallado trabajo expresivo y jerga, lo que lo hace sobresalir.
Hay una constante, ese otro lado, el imaginario que arrastra a los personajes a dejar de ser ellos, a enfrentarse con el tormentoso recuerdo de Ella (Rocío Reyes): ese espectro que ronda y reclama su partida desde ese más allá inmaterializado.
La obra nos sugiere implícitamente temas que van más allá del simple descubrimiento por saber quién mató a Ella; así no extraña que la migración, la sequía y esa desesperanza abarcándolo todo, que intenta gobernar a cada uno de los personajes hasta volverlos simples sombras de la noche, ronde en cada escena.
Malayerba: escape y provocación de una época
El teatro de Malayerba es sinónimo de calidad, de transgresión en sus argumentos. La razón blindada, escrita y dirigida por Arístides Vargas, posee todo el trasfondo (muy explícito al final de la obra) de presentarnos a dos presidarios políticos, que ante la crudeza de la realidad confabulan en distintos tiempos pero con la misma posición irreverente y cuestionadora que su situación y el mundo, desde su perspectiva, promueven.
El texto dramático de la obra no solo que gira en torno a un sitio específico como una cárcel de Argentina, sino que por la singularidad de los elementos y argumentos encaja perfectamente en nuestro contexto de conflictividad política y social. La acción de sus personajes recrean la absurda situación impuesta por el presidio, esa descomposición de la razón o lo que es peor, o quizás mejor, el florecimiento de esa otra percepción más inquisidora que se desarrolla ante la imposición y el silencio obligado. El ritmo en el que transcurre la obra es armonizado por sus actores Gerson Guerra y Arístides Vargas, que no fallan en sus acciones gestuales, corporales y argumentales.
La provocación como constate recae en su mayor parte en la actuación de Vargas que transgrede al sistema, a sus políticas y dictaduras, desde distintas y desenfadadas voces. Así su personaje no duda en afirmar: “No puedo evitar pensar en tristeza cuando pienso en país”.
La obra en cuanto a escenografía nos transporta a la visión desesperanzada de una época, donde el tiempo y las palabras entre los dos personajes resultan ser dos opciones salvadoras; allí habita uno de los símbolos de mayor interés dentro del texto dramático: el metal, ese material del cual no solo se teoriza sino al cual se añora por ser el medio para acceder a ese escape negado del encierro: la muerte.
Gestus: la muerte como pretexto de crítica
¿Cuánto se ha escrito, visto, escuchado y representado en torno a la muerte? Al parecer no todo, puesto que Gestus de Guayaquil, con su obra Que en paz descanse, demostró y provocó en su texto dramático, desde otra visión, donde las hipocresías terminan y surgen todos los secretos que la muerte no puede soportar callar.
La obra escrita por José Martínez Queirolo y dirigida por Bernardo Menéndez, escarba el mundo frívolo de la burguesía (como primer momento), mostrando desde una visión sarcástica y desencantada la vida, post mortem, de Simón (Virgilio Valero) y Enriqueta (Monse Serra). También pone como contrapeso esa otra parte social marginada por la primera, subestimada. El texto dramático es frontal al asumir su propuesta, ya que los argumentos bordean, internan y explotan el materialismo sobrecargado de banalidades ante ese espiritualismo deshecho de sus personajes.
El espacio fúnebre, más el apoyo audiovisual (una característica particular que hasta ahora dos grupos han mostrado) enfatizan el texto dramático logrando mayor explicitez en la trama. La obra no solo que hace de la muerte el símbolo del cual confabular sino que es el pretexto idóneo para argumentar mediante singulares ejemplos la psicología y visión de sus personajes absurdos. Esa ausencia de conciencia invadiéndolo todo que sirve como radiografía escandalosa de un estrato social, donde las apariencias y el qué dirán, aun después de ser simples cadáveres, merecen todo el espectáculo posible que la muerte y su ritual representan.
Gestus (y es allí donde recae la fuerza expresiva) logra una puesta en escena dinámica y amena, donde el nivel actoral no pierde peso y el ritmo de la obra se mantiene.
Contraluz: la fiesta idólatra
La puesta en escena del grupo Contraluz, con su obra La Fiesta, acercó al público mantense no asiduo al arte teatral. Su representación no solo puso de manifiesto los ritos religiosos de Manabí (las fiestas de San Pedro y San Pablo) sino que intentó tomar como pretexto el tema para reclamar ante el contexto político y su problemática actual. Compuesto de un joven cuerpo teatral, la obra mantuvo un nivel acorde a las condiciones del espacio (la bulla e incomprensión del público) y al ritmo de trabajo de sus responsables.
Teatro del Caballero: la locura como refugio de paz
La introspección del ser humano ante el arremetimiento sofocante de la sociedad, es el argumento de fondo que Teatro del Caballero de Cuba hilvana en su obra De parís, un caballero, escrita por José Antonio Alonso y dirigida por Irene Borges. La migración como punto central de la dramaturgia nos muestra dos perspectivas: una donde Cuba es el punto de llegada (para europeos) y otra donde es de partida (para cubanos).
La intercalación de distintas voces dentro del texto dramático no solo que ayuda a comprender más la obra sino que muestra el potencial actoral de José Antonio Alonso, como mendigo, como Caballero, como los otros. Esa cualidad de convertir una historia sencilla matizada por la esperanza, locura y paz, donde las necesidades comunes del colectivo han sido superadas y se intenta vivir de los imaginarios como fin satisfactorio, en una historia universal en torno a la búsqueda y hallazgo de la felicidad.
La representación, sino en un primer momento, enfatizó en su propuesta como signo artístico y como referente y muestra de actitud de vida. Los ritmos caribeños, con toda la carga emocional en sus letras y sonidos, lograron complementar los símbolos utilizados (zapatos, pisadas, maleta). Y aunque un par de zapatos viejos para muchos no signifiquen nada, para la puesta en escena fueron la clave para que el Caballero de París logre nuevamente transitar en la memoria de los personajes secundarios y en los rincones de la isla.
Y aunque las condiciones del espacio (Sala de Conciertos de la ULEAM) no fueron las más idóneas, por algunos problemas relacionados al sonido, la obra y su intérprete lograron salir adelante sin mayor complicación.
Mandrágora: teatro de calidad
Y no ha pasado es nada del grupo ecuatoriano Mandrágora reafirma la calidad teatral que el público ansía espectar al relacionarse con las artes escénicas. La obra es conmovedora desde toda perspectiva, allí se conjuga la sensibilidad y fuerza expresiva de sus actrices con la historia. Hay un excelente desarrollo escénico, donde no solo queda la trama como testigo silencioso de los hechos en torno a dos personajes totalmente marginales, sino que la obra es un canto al humanismo, a esa apertura de las cosas sencillas de la existencia.
Susana Nicolalde, como Cachinera, da una dimensión significativa a su papel, no solo por el excelente nivel actoral que presenta en su interpretación, sino por ese tratamiento de su personaje: ese inmiscuirse en la filosofía popular donde el sentimiento y la sobrevivencia son claves para habitar en la noche, para apropiarse de lo desechado, para valorar lo desvalorado.
Pero así como la sensibilidad de sus personajes, Cachinera y Duende (Susana Ortiz), es una de las características sobresalientes del texto dramático, también lo es el argumento de fondo contra la represión, contra ese sistema llamado de orden (y desorden). Nicolalde arremete y ejemplariza, con su personaje, acerca del tema hasta volverla una mini comedia con un trasfondo de seria advertencia. La inclusión de jerga callejera (y el escenario entonces se vuelve imprescindible) complementado con la no tan sobresaliente expresión corporal, le dan mayor fuerza a la obra tanto en el texto como en la interpretación.
Y es que Y no ha pasado es nada, resulta un título sarcástico, pues la obra demuestra que sí ha pasado (y pasará) algo y que ante ello se espera no callar jamás. Menos cuando se tiene bajo la responsabilidad el mostrar, a un público ávido de teatro, una obra de calidad.
Contradanza: el lenguaje corporal llevado al éxtasis
La danza mexicana ha sido un referente de calidad en anteriores festivales y esta vez no fue la excepción, así lo confirmó Contradanza con su obra Camas con historias, cuya dirección y coreografía estuvo a cargo de Cecilia Appleton. La obra desde principio a fin es una muestra de agilidad y expresión corporal, donde la comunicación del lenguaje de los cuerpos se vuelve un medio para recrearnos situaciones alrededor de una cama: símbolo atrayente del amor, erotismo, sexo y conflictividades de pareja.
Es a partir de este objeto (cama) que las múltiples historias en torno al amor normal y “anormal” (sobre todo en nuestro contexto, aún prejuicioso, donde el homosexualismo masculino y femenino, continúa siendo un atentado al pudor y las buenas costumbres) encuentran un sitio para nacer, desarrollarse y morir entre las sábanas.
La música no solo que juega un papel importante en la obra, sino que nos conduce a todos los estados anímicos de sus personajes, donde la sugestividad y la provocación con los cuerpos transgreden el espacio. El sueño, el insomnio y las fragancias como signos adherentes a la cama; y, como testigos subjetivos, encuentran el ambiente propicio para habitar y llevar al delirio todo ese derroche de intimidad que se muestra en escena.
Es clara la propuesta del cuerpo de baile: mostrar ese fluir descontrolado de la bisexualidad (y de la heterosexualidad) que la realidad y situaciones afectivas han desarrollado y aceptado, donde el amor y el deseo no encuentran distinción de sexo, puesto que los prejuicios han pasado a segundo plano para darle paso al placer carnal (sin obviar lo emocional): principio y final de salvación.
Conferencia de Nara Mansur
Con un masivo público la teatróloga cubana, Nara Mansur, compartió su conferencia Dramaturgia contemporánea cubana con los estudiantes de la Facultad de Comunicación de la ULEAM y comunidad universitaria. Su intervención (aunque pesada, por la extensión del texto leído) nos acercó a la evolución y tendencias del teatro cubano, donde temas como la migración son la preocupación de muchos dramaturgos de la isla. Mansur fue ejemplarizando para dar una perspectiva más cercana de lo que sucede en su país en el campo teatral, así no dudó en compartir fragmentos de textos teatrales donde el humor, la ironía y la inclusión del argot cubano resultaron de interés para un público (en su mayoría estudiantes) que recién están acercándose a este arte.
Escena de Caracas: los infiernillos del recuerdo
Dirigida por Miguel Issa y basada en textos del poeta Rafael Castillo Zapata, la obra Árbol que crece torcido es una conjugación de reminiscencias personales, frustraciones por lo que pudo ser y no fue, añoranza ante los amores jamás concretados, y una nostalgia abarcando hasta la mínima palabra y expresión corporal.
El argumento resulta por momentos como si fuera remendado: partes distintas unidas para una finalidad, y puesto que los textos son poemas (cuya voz lírica habla de añoranza, amor y desprecio) cada uno escrito a partir de una sensibilidad independiente, el director de la obra halla una justificada conexión en la trama, aunque esta no logra mayor consistencia en su desarrollo.
La degradación del personaje, esa inferioridad que demuestra la sensibilidad artística ante el normal desarrollo de la trivialidad de los demás, es lo que denota mayor peso dramático en la historia con su protagonista (multiplicado en cuatro como distintos símbolos del tiempo retenido en disímiles etapas vitales). La puesta en escena resulta por momentos compleja en su comprensión, no en los argumentos que a primera, en medio de todo el desborde poético, se logra asimilar (las imágenes a las que se alude se vuelven claves para entender la psicología del personaje atormentado por el pasado y el presente aceptado como maldición salvadora); sino en el complemento corporal que recurre y reitera constantemente en sus acciones.
La música juega un papel importante para reafirmar los estados anímicos del (los) personaje (es), donde la bohemia y los demonios perseguidores del ayer logran arrebatarle el presente; ese tiempo situado en una línea romántica y existencialista por demás.
Ensamblaje: la tierra como símbolo de conflictividad
Ensamblaje de Colombia no solo ha sido una de las compañías teatrales de mayor peso en todo este festival, sino que es una clara demostración de teatro trabajado al mínimo detalle, tanto en lo escénico como en lo argumental. Su obra Esta tempestad dirigida por Mérida Urquía, fue una muestra de talento a borbotones; la puesta escénica y la historia sobre la que se trabaja y acopla la violencia en Colombia, resulta una excelente metáfora de denuncia ante el problema del desplazamiento de los campesinos de sus tierras, pero sin descuido de la parte artística.
La selva (o el campo: espacio geográfico de conflicto) como escenario donde la tierra como símbolo de separación sobre la cual se guerrea, es el entorno propicio para que la trama logre proyectarnos a esos personajes atormentados por la separación, tal como ocurre con Calibán (Harrison Arévalo) símbolo de la tierra, de ese arraigamiento capaz de invocar a la muerte con tal de salvaguardar lo que le pertenece.
Y aunque la obra no se enfoque directamente entre el sometimiento al que se ven obligados muchos campesinos por las guerrillas, sino más bien nos habla del conflicto donde la tierra es el punto sobre el cual gravitan personajes mágicos, malignos, conspiradores, y otros que hacen del amor el conducto de salvación; el drama es esa representación de la ruptura y muerte entre el campesino y la guerrilla.
Ariel (Santiago Montaña) es el personaje artífice que conduce la trama a todos los desenlaces trágicos posibles, es el imperceptible mago y heraldo que espía y entorpece el amor y la armonía posible dentro de la obra. Donde las noticias desgarradoras de esa masacre interna, como prólogo y epílogo, no hacen más que acercarnos a esa realidad que no se muestra directamente sino que se metaforiza, pero que está ahí y todos sabemos.
Lamatajau proescena: la seducción como arte
El arte del seductor de los mexicanos Lamatajau proescena, dejó mucho que decir como cierre del Festival de Teatro. La obra en un primer momento logró identificarse con el público, que se divirtió con el humor negro y esa muestra realista de los artificios en torno a la conquista seductora (la mayoría de ellos lugares comunes, aunque al parecer esa era la intención), pero la compañía teatral no supo cumplir a cabalidad con el ritmo e interés de la trama, que en la parte inicial presentaron.
Si bien el cuerpo actoral sobresalió en cuanto a la vocalización (contralto) de uno de sus actores, a esa frescura que por momentos intentaron mantener al ofrecer, en la trama, sus recetas para la seducción femenina, donde la Bruja (mujer) como símbolo del cual se habla, teoriza, recomienda, advierte y sobre todo ama, se vuelve tedioso, sobre todo porque se vuelve a reafirmar en los argumentos toda la maquinaria seductora (aunque al parecer también esa es la intención), para provecho individualista.
Si bien los cuatro personajes como representación de ese diario íntimo de aquel seductor modelo, ese Casanova al borde de la muerte por problemas, irónicamente, del corazón (no del subjetivo sino del músculo), hallan en su testimonio todo el humor, la gloria fugaz, el amor ficticio y todas aquellas decepciones que marcaron su ruta para ser lo que son. Pero a pesar todo esto la obra flaquea, tanto en su argumento como en la puesta en escena, sobre todo en el segundo acto.
A manera de conclusión
Fue notoria la ausencia de público en muchas de las obras, factor en cierto modo propiciado por ese casi complot o sabotaje que en estos dos últimos años se ha encontrado al iniciar el festival y justo aparecer algún circo seduciendo a los pocos espectadores de la ciudad. ¿Será a propósito la llegada de estos circos justo al iniciar el festival de teatro? ¿habrán leído los productores circenses aquella terrorífica novela de Ray Bradbury, La feria de las tinieblas? ¿qué alternativas tomarán los organizadores del festival para evitar este problema?
Es cierto que el público en Manta asiduo al teatro es limitado. Los estudiantes universitarios, por otro lado, que deberían acercarse a este arte no lo hacen, y eso quedó demostrado el día de la presentación en la Sala de Conciertos de la ULEAM donde los espectadores no pasaron de treinta. ¿Ausencia de interés de los estudiantes o los catedráticos al no invitarlos e invitarse ellos a la expectación? ¿Departamento de Cultura, Facultades de Comunicación y Educación, dónde sus respectivos públicos?
En cuanto al desarrollo de las obras, como ha ocurrido en anteriores festivales, no todas tuvieron la misma valoración del público, críticos, periodistas y actores, pero como la finalidad era la de apreciar y comparar el nivel actoral de los grupos y compañías invitados, eso fue lo que el selecto espectador pudo apreciar en todo el festival.
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