martes, 12 de diciembre de 2006

C o la poesía hecha teatro



Cuatro años han pasado para que el escritor quiteño Javier Cevallos vuelva a publicar un trabajo poético. En el 2001 a muchos nos sorprendió con La ciudad que se devoró a sí misma y ahora nos ofrece este C (2005), más maduro, más incomprensible?, más metafórico en sus versos.
C se presenta como un texto que simula una obra teatral (y esto porque así lo presenta la estructura del libro), donde el personaje principal en un agónico soliloquio, recrea la fantasmal vida de sí y de su alter ego (más fantasmal y lúgubre).
Poemas que se centran en la nostalgia, que hablan de la muerte, de la debilidad en la que se acorralan ciertas voces desprendidas del mismo C; la recurrida –y ya lugar común- melancolía del artista incomprendido y desvalorado, el suplicio por las respuestas que jamás llegan a la voz poética.
Cevallos –y el título C, parecería estar encajando de sobremanera- nos acerca a sus fantasmas –aunque sospecho que se centra en uno especial- perseguidores de su realidad: amigos suicidas, penitentes nombres poéticos arrasados por la nada.
El instante de eróstrato es una introducción que intenta acercar al lector a la obra, es el antecedente de todos los porqués que el autor desplegará a lo largo del poemario. La ciudad y sus fantasmas merodeando al autor; la ciudad y sus tragedias, reavivando escenas. Cevallos lo afirma cuando dice: “Vuelvo al barrio, / a la calle absorta; / me asomo al paraje prodigioso / y recreo una vida –no la mía- / Doy forma al sueño, a la imagen, / al dolor, al tacto, / y los descubro míos / y mía la vida soñada.” (pág. 11)
El autor explora sus recuerdos tormentosos, porque así se nos presenta la muerte de un amigo, y entonces C ya no es solo un supuesto, porque: “A C nada le importa. Es una manía antigua, un rasgo atávico. Se limita a observar con el gesto divertido del que sabe lo que otros ignoran.” (pág. 17) Y es que C no es tan simple de comprender, puesto que él es un: “lanzafuegos, punkero, fakir, / habitas las plazas de la Gran Babilonia, / de la ciudad que se devoró a sí misma.” (pág. 35)
Es fácil acercar al personaje poético con el autor, puesto que la poesía, tan intimista con exageraciones y distorsiones incorporadas, habla de la vida del mismo Cevallos, hasta volverla producto lírico. Pero además, y esto es lo que le da más fuerza a sus textos, incorpora vidas ajenas, trabajando con las distintas historias que una ciudad puede encerrar, hasta volverlas una sola masa de la cual escribir, describir y poetizar.
Y “C no existe como certeza, / permanece, apenas, como la solitaria simiente / en medio de una multitud anhelante.” (pág. 42) Porque “C se desprende de otro cuerpo, / de un deseo satisfecho que no es el suyo.” (pág. 53)

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