miércoles, 13 de diciembre de 2006

Causa de adicción



El supermercado era un lugar que sólo el diablo había podido inventar.
Isaac Singer

Quién ha dicho que ir de compras al supermercado es cosa de mandarinas, nada, allá los acomplejados, porque cuando espera una revista para engordar las pupilas (si es que se puede decir tal cosa, claro), perforar los poros y alterar a todos los espermatozoides disponibles, toda clasificación y cliché están demás. Unas piernas, nalgas, senos y pezones apuntándonos directamente a los labios (ese es el punto preciso, ¿o no?), arrancándonos toda posibilidad de resistencia, extrayendo cientos de gotas de sudor, jamás de los jamases, podrán hacernos retractar.
Y en esas andaba, junto a Noemí, en una de esas sofocantes tardes soleadas de ciudad costeña, haciendo las compritas del mes. Mi objetivo: SOHO; mi estrategia: disimular y darle poca importancia a las modelos incluidas en la edición; mi compañía: colérica, a punto de estrellarme la revista en la cara; el ambiente: caliente, muy caliente (aunque el acondicionador de aire lo mantuviera a uno fresquito por fuera).
A la primera página (y con esa cara de ingenuo que ni yo mismo me creo) me he hallado con un cuerpo “prohibido” (solo para mí, aclaro), de nalgas, ojos, senos, pezones, labios, imposibles de describir sin atentar el honor de alguien (ya saben, así que no se hagan lo locos). Entre temblores he pasado la página, me he distraído en los títulos de los artículos, y luego procedido a soltar varias carcajadas (eso nunca falla). Y como el ambiente ha continuado caliente, muy caliente, he cerrado la revista y puesto en el carrito de compras antes de que de inicio la lid.
De la manito, como todo un mandarina hecho y derecho (solo de apariencia, así que no se lo crean) hemos recorrido los pasillos del supermercado. Noemí y su lista, la lista y Noemí, Noemí la lista, la lista de Noemí (que tonteras que se piensa para no dejarse atrapar por un trasero que se mueve junto a nosotros, que convive junto a las verduras, el yogurt, la mantequilla, jamón, leche. Y no me digan que todo eso no es sugestivo).
Hemos parado. Aguardo pacientemente en la fila de la caja, ella me abandona en busca de algo olvidado de la lista. Bajo la mirada, extiendo las manos, abro las páginas centrales de la revista (es ahora o aguardar hasta llegar a casa), el espectáculo me pertenece, me lloran los ojos, se altera el pulso, el sudor vuelve a aparecer, avanzo un puesto más cercano a la caja, la cajera me ve de reojo, la vecina de fila me sonríe y gira ofreciéndome una panorámica privilegiada, Noemí se acerca, cambio la página, intento serenarme, me estanco en cualquier cosa y empiezo a leer. Entonces me abordan escenas de pezones lamidos, sexos húmedos, nalgas enloquecedoras: Martha, en el hostal miserable junto a la terminal, sus piernas en mis hombros, sus senos en mi boca, el amor en espera. Claudia, en la playa, mi lengua en círculos sobre sus botones de carne oscura, su sexo mojando su interior, mis dedos secándola, mi olfato consumiéndola. Tamara, en mi habitación, atragantándose de mí, poseyéndome lentamente con su boca. Roxana, en el baño de la oficina de su trabajo, negándose al uso del condón, volteándose, abriéndose, extasiándome. Alexandra, solos en el departamento de su hermana, tocándome, besándola, creyendo tener el control al estar sobre mí. Isabel...
-estás bien, flaco -me dice Noemí.
Sí, respondo inmediatamente, antes de que el sudor y la mirada perdida me delaten. He cerrado la revista y puesto junto al resto de compras. La vecina de fila me vuelve a sonreír. Noemí en guardia. Empiezo a volver de a poco del trance.
Y en esas andaba, como en el principio dije si mal no recuerdo (¡es que una revista de esas puede alterar a cualquiera!), comprando material inspirativo, historias ligeras, cuerpos imponentes, rasgos arremetedores, y un largo etcétera, que el repetirlo puede ser causa de alarmante adicción.
(este relato es parte del libro de crónicas Desde un rincón olvidado de ciudad que en el 2007 se publicará)

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