jueves, 14 de diciembre de 2006

Casi un poema




La idea, como en todo cuerpo necesitado, era emborracharla y poseerla hasta la saciedad. No era un tipo pilas, como los que solía ver en rincones públicos o clandestinos, capaz de engatusar con las palabras, menos caricias claves o detalles convincentes dignos para lograr aflojar unas cuantas víctimas. Solo tenía a la poesía y cientos de páginas borroneadas en espera de corrección (según cuentan algunos). Libros, recortes de periódicos, algunas fotografías, contadas películas y un repetitivo orgasmo perdido en las paredes de mi habitación. Pero ella, estaba seguro, caería.
El cigarrillo lograría dejarme sin erecciones, de eso estaba convencido. Era mejor actuar cuando aún podía lograr todo lo imaginado y me esperaba hasta lo inimaginado por experimentar.
La maldita discoteca de por medio, pero los sacrificios serían retribuidos. Algo de billete para la inversión, una hora fija para el encuentro, varios condones para no cargar con alguna sombra, litros y más litros de alcohol para el cometido.
Desde luego cabría la posibilidad de que nada sucediera. Que me emborrachase primero y estallase en ira. Que me emborrachase primero e intentara poseerla en donde sea. Que me emborrachase primero y que me dejara por otro. Que me emborrachase primero y que una vez en el hotel me poseyera. Pero desvariar en el último momento era normal en mí. Esperaría.
Bailamos, sería la segunda vez por alguien. Recité mis escasos poemitas rosas escritos para la ocasión, algún otro poema plagiado para enternecer el terreno; una caricia vaga, un toqueteo seudo descuidado, varios besos –con esa lengua calcinada y acelerada de tanta nicotina- confirmantes del “querer”.
-me quieres -la cagó.
-te necesito –respondí.
Con botella, del mismo trago, en mano –para asegurar la borrachera fraguada- nos fuimos al hotel más baratero de la ciudad. Dobló. El plan dio resultado.
10 AM, desperté. Ella aún yacía dormida. Recogí su pequeño interior oscuro y acerqué a mi nariz, aspiré hasta recrear lo ocurrido horas atrás.
Contemplé su delgado cuerpo desnudo sobre la cama, sus largas y blancas piernas, su pubis escaso, sus minúsculos senos de pezones puntiagudos, su boca semiabierta.
Los cinco condones sin usar, regados en la mesita adjunta a la cama, desencantaron la imagen.
Prendí un cigarrillo, hallé un lápiz y sobre papel higiénico empecé a escribir un poema que hablaría del amor libre y sin ataduras, del sexo desenfrenado y sin protección, de lo poético de los hoteles miserables, del licor como afrodisíaco, del olvido como juego, del aborto como opción salvadora ante la tristeza agobiante de nuevas vidas en este mundo. Escribiría del “amor”, ella entendería.

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