lunes, 26 de febrero de 2007

Charles Chaplin, lo cómico del desencanto






¿Quién no ha reído más de una vez al espectar alguna película de Charles Chaplin –o por lo menos a las que el actor presentaba un humor refinado-? ¿cuántos no se han dejado conmover por las desgarradoras escenas a las que nos arrastra su personaje Charlot -y todo sin ese toque llorón y sensiblero que Cantinflas desgastó-?, quizás muchos. No es nada sencillo espectar al personaje miserable que recorre calles, cárceles, guetos; intenta desacoplarse a propósito de los colectivos para dejar marcada su personalidad: sensible y a ratos colérica, sin quedar marcado por sus múltiples historias.
Charlot, el pequeño personaje harapiento, de mirada enternecedora, al borde de la locura, espectro atemorizado a lo estático, a ratos nos conmueve, otras veces nos hace reír pero casi siempre nos retrata en esa sociedad disparatada -sin tiempo y espacio-, para reafirmarnos en un mundo saturado de contradicciones y desencanto.
No es solo el hecho de que el personaje haga bailar a un par de papas sostenidas con dos tenedores, mientras imagina que el amor comparte su espacio (en La quimera de oro); que la mendiga ladrona de pan lo conmueva hasta creer en días mejores (en Tiempos modernos), o peor que asumiendo una personalidad distinta decida acoplarse por su bien y por el de toda una raza, incluso si de ello dependiera abandonar el toque místico de su silencio (en El gran dictador).
Charlot es un desesperado que busca en el silencio violentar al sistema al que se encuentra atrapado. Es un soñador por demás que cree ciegamente en una falsa esperanza por días mejores –aún teniendo todo en contra para ello-, es una sombra inadvertida que muchas veces renuncia a serlo para ser un cuerpo protestante, que utiliza y abusa del humor exagerado para atacar a su absorbente y lastimero mundo.
El amor en el personaje es un punto clave para que pueda tener motivos mayores para no abandonarse a las desgracias que muchos quieren. En La quimera de oro se enamora de una bailarina de cabaret y su regreso a la montaña, junto a su amigo minero, es motivado por la bailarina, quien es la excusa para enfrentarse nuevamente a los elementos de la naturaleza y darle un giro positivo a su miserable existencia; también en Tiempos modernos es una mujer quien logra hacer que la esperanza fluya en él, que enfrente situaciones a las que jamás habría imaginado encarar, todo por el amor a la joven y hermosa pordiosera; y, en El gran dictador es gracias a otra mujer que asume reemplazar –sin querer- al ridículo dictador para liberarla (y liberarse) de la persecución y abuso de poder que representaba la caricatura de Hitler.
El caos existencial llevado a su mayor explosión es donde se desenvuelve Charlot, demandando felicidad en ambientes donde la miseria ha copado todo, donde los sueños resultan ser pesadillas constantes, donde el desahucio es un todo acrecentándose cada día más hasta volver callejones sin salida las vidas de los personajes secundarios, menos la de Charlot que intenta –aunque casi siempre no lo logre- someterse al sistema.

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