lunes, 19 de marzo de 2012

Poesía de la ausencia



Lo ido, lo no presente, lo impalpable, lo que se añora frente al mar, junto a una costa que todo trae, menos lo que se necesita, lo que necesita una voz para salvaguardase de sí misma. Eso es El náufrago y la isla (Zero’s Publisher, 2011) segundo poemario de Antonio Vidas (Portoviejo, Ecuador, 1974).

Poemario donde la ausencia lo copa todo: cada verso, cada figura construida de recuerdos, reforzada en el dolor, un dolor que ha herido a la voz poética, aquella voz poética emigrante, que lo contempla y describe todo desde un espacio geográfico distinto. Desde ahí, familia (madre, padre, hermanos, esposa, hijos) y tierra (un Manabí que se extraña oler, recorrer y registrar) soportan el peso de las palabras.

la vejez del tiempo se pegó a mi frente
bostezada y muda en atléticos calvarios.
(…)
una vez lloré al oír las torres con clítoris de campana
que llaman al tiempo embalsamado del amor.
(…)
camino del tiempo ardió la hojarasca de lágrimas,
la bohemia infinita de los días nebulosos.
Canción y eutanasia de otoño, pp 24 y 25

Para verte, me dormí en el fin de tu jornada,
leproso comienzo sobre rocas y caléndulas,
cada vez más el otoño, allegándose hasta mi llaga,
mis ojos hechos cuencos de agua y hojarasca,
desde charcas de otra vida que tornaran a llover,
Elogio al molino, p 28

Y el invierno lloró vaciándome a puñaladas el corazón,
dolor lacrimógeno de esta trenza
que venía lloviendo a cántaros en su hombro;
Invierno del corazón, p 36

Su autor, es un poeta manabita, pero también un emigrante que vive las cuatro estaciones, que ha padecido en ellas. Y entonces el otoño, el invierno, la primavera y el verano, tienen tanta significación en su poesía.

Tarde más muerta,
yo era un muerto caminante del sueño
sin fecha del invierno.
Tarde de aires que exprimió las piedras para beber su secreto,
tumbas repletas del sonido que tiende a secar la playa.
Por el sendero de las piedras, p 37

Pero cuando la voz se vuelve aquel lamento intransferible, donde una madre espera en otro continente, en una casa que guarda los momentos más trascendentes en la historia de un hombre, allí surge un efecto estremecedor en poemas como este:

Ya será de noche en el patio y se han callado los perros,
despidiendo manos que amaron, de la casa verde en que fueron.
Ya será de noche y tú andarás buscándome,
sintiendo bajo tu planta,
el cráneo de mi niñez en el lodo.
Y no llores,
ya no preguntes a Dios: ¿Por qué concebiste algo lejano?
Misiva y luz de las sombras que emigraron, p 41




En este El náufrago y la isla, habita una voz que recurre, y con insistencia, a revivir el pasado, a denotar la ausencia como alegato poético, donde el amor ha sucumbido:

Y yo te amaba, tú me amabas, hace ya mil inviernos,
abrazados al fuego de la leña que recordaba
el olor del planchado glacial que tus manos entonaban
y mi buen tedio de hacer la pipa y el té.
Novela, p 42

Viuda era la primavera y aunque blanca en mi contra,
oscuro el corazón con dos tornillos menos,
la cazadora de perdices y de mi alma en antaño
con dos tiros de pétalo mató mi nariz y la fosa del pecho.
Primavera, p 48

La primavera dio a luz la muchacha que yo amaba.
Y desde la nevada ardiente de cartas de enamorados,
para que vientos grafológicos lean mi dolor electrónico,
alquimia de amor de un mordisco mudo de palabras,
mi lengua se extravió en las parcelas de su aliento
cabalgado en praderas óseas con válvulas de oxígeno,
y alcobas de inmortalidad con extintores de llama
para encender en su boca carámbanos de besos.
Oda a la musa perfecta, p 49

Cada estación juega con el estado emotivo del poemario, y cada una de las cuatro ilustraciones reafirman el sentido acongojante del que está compuesta esta poesía.

Verano polar del corazón que durmiera panza arriba al sol.
Alcobas emplumadas de magia que zarparan al cielo
y el ojo partiera en vacaciones para nunca volver.
Verano en que pedalean las cumbres y salen al camino
con sudor esmalte de caracoles y collares de rocío.
Verano del baúl del tiempo con desvanes altos y abismos,
hora en que el patio buscaba gnomos bajo las piedras.
Verano, p 57

Adiós tardes de olivo y veranos de vieja lumbalgia,
tardes que morían siempre con los ojos de mi madre.
Adiós al bardo que ya marcha sobre mares de heno y ovejas.
En alazanes de cobre buscan para siempre las rutas del sol.
Bicicletas del verano, p 60

Abraza con ternura los árboles aunque te digan: ‘viejo’,
corazón erosionado que ya reforesta el olvido,
deja el verano para otros; he anticipado mis vacaciones.
Carta a vejez, p 61

Yo también he sentido el fin desde el comienzo del mundo,
amor iniciado en la inquisición de témpanos
y en la fragua del manzano,
desde que el mar tala mis pies y me eleva la orilla a chorros
y la osa polar de la nube
y los mástiles penden del cielo como ahorcados.
Playa y adiós, p 63

La poesía de Antonio Vidas es una poesía en estado puro, sin contaminación, sin tendencia alguna asfixiando su creatividad. Esta segunda obra ahonda en su compromiso con la lírica, una lírica que se construye sin ataduras.

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