Fracasamos, a veces con una continuidad alarmante. Deshechos y desechos, apenas un recuerdo que con el tiempo se va volviendo difuso hasta desaparecer. ¿Nos queda la experiencia? claro, pero solo para sumar trofeos de remordimientos, del quizás, de la posibilidad, del hecho contrario al sucedido. Luego la realidad siguiendo su curso, legándonos su esputo.
Es cierto que también ante la imposibilidad de la ruina, la ficción es el territorio para cambiar y acomodar el pasado; una construcción en la que el héroe puede ser uno mismo. Beneficiario de todo cuanto la realidad le negó. Comprendido, al fin, ante el caos de los errores del decir y actuar. Amado desde cada una de sus imperfecciones.
Eso me enseñó Alvy Singer en Annie Hall (Woody Allen, 1977). Porque desde el arte (o en aquellas abominaciones que se suele clasificar como tal) la ficción obra a favor. Entonces uno no deja de ser el fracasado compulsivo, el cuerpo abandonado, la voz que nadie escucha, el intolerable…porque el que cambió es el otro, la compañía que se volvió palabra y acción satisfactoria.
“Uno trata de que las cosas salgan perfectas en el arte, porque es muy difícil en la vida real” afirma Alvy, y le creo.
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