lunes, 20 de abril de 2009

Diana Zavala, la narradora paciente




Hace algunos años, cuando éramos compañeros y estudiábamos Comunicación, no imaginaba que su interés por la literatura (además de la lectura) llegase a la creación. Estaba equivocado, no sólo se ha convertido en una de las actuales narradoras de la provincia, si no en una de las pacientes y trabajadoras escritoras manabas, que a pesar de aún no haber logrado una proyección nacional, va lento pero asegurándose de ir bien. Al fin y al cabo si los grandes escritores nos han enseñado es que no cuenta la desesperación en publicar, si no el trabajo con las palabras. El reconocimiento vendrá por añadidura.

Sus cuentos, escasos hasta ahora, han aparecido en la prensa manabita y recientemente varios de ellos se han reunido en el libro Soledumbre, que agrupa los trabajos de los talleristas del poeta Pedro Gil. Así Diana Zavala (1983) se aferra a la escritura de cuentos cortos con la convicción de quien trabaja su última obra para sobrevivirla.

Comparto dos de sus cuentos para darle al lector una idea de la obra de esta joven narradora:

Bruma
Me espera en la esquina de cualquier dirección para que lo vea reír. Su boca deforme y su carcajada silente me alteran, los labios tienen el color de la sangre coagulada y cuando se estiran la saliva se escurre por la barbilla y forma en el piso una laguna que nos refleja. Le he rogado que no lo haga y me responde agitando de izquierda a derecha su cabeza acuosa y gigante. Intento agarrarlo para obligarlo a parar, pero la bruma lo esconde y lo muestra en un juego tortuoso. Él sabe que estoy mal y lo disfruta balanceándose en los trapecios helados de mi conciencia.


Parapente

Cometas humanas, multicolores. Osadas.
Las veo, no saben que las observo. Ellas ven a la ciudad maqueta.
Me pregunto si desde allá se puede lanzar los problemas, si son presos de la gravedad, tal vez vuelen o se adhieran a mí para caer juntos.
No me he cambiado, el pijama es lo más cómodo para estar en el cuarto, para ir a otro. Para recibir a la pesadilla que no duerme.
En la avenida un padre le enseña a su hija a montar en bicicleta. La alienta…la suelta y se derrumba. Escucho su chillido, el reloj, las olas, mi pecho. Me quedan diez minutos.En los años de primaria solía dormir después del almuerzo y despertar creyendo estar en el día siguiente sin las tareas hechas, u orinar bajo un almendro con urgente necesidad y encontrar que la realidad es una sábana mojada y maloliente. No hay tiempo para releer los recuerdos. Un pelícano cae en picada sobre su alimento. Ellos se acercan.Flotan las cortinas, me abrigo con ellas. La brisa opaca el vidrio de la ventana y me permite escribir un deseo transparente.
Están aquí
ya estoy lista.

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