La figura del poeta perdedor, del derrotado que va por
la vida (y por las páginas desde las que se lo lee y conoce sus dramas)
luchando y protestando contra todas las injusticias sobre él. La sombra que se
mueve en la urbe desde sitios no recomendables; el silencioso mimetizado con el
paisaje para que nadie lo señale más. El esperpento que intenta ser feliz, pero
no puede porque el espacio, los seres, las condiciones socioculturaleseconómicas
en las que nació, creció y se ha mantenido, no lo dejan libre.
Ese poeta, o, mejor dicho, ese personaje es el
recurrente por Diego Rojas Arias (Pasaje, 1986). Un poeta ecuatoriano que
desarrolla en sus poemas un delirio de reducción. Un elogio al vacío donde todo
le pertenece: esa nada de la que se atiborra con gula. Sus poemas dan cuenta de
una voz que desde una posición colérica se enfrenta día a día contra el
sistema, contra el prejuicio, contra la desazón de una fe que se desgasta, de
la que poco le queda para aferrarse a ella.
Su segundo poemario Con todos los diablos encima (Andesgraund/Todos tus crímenes quedarán
impunes, 2017) es el testimonio de que el poeta como personaje sigue teniendo
de qué hablar: un discurso desenfadado contra todo: el amor, la economía, las
oportunidades…y una lista larga de añoranzas que parecen no cumplirse jamás.
Por eso la voz poética asegura que “los poemas son
cementerios de papel / y yo lo peor que le ha pasado a la poesía” (p.13). Esto dentro
de un contexto donde el poeta no escribe de temas aceptados socialmente, sino
que explora y grita cosas que molestan a esos otros que odian y se odia. “Yo no
nací para escribir poesía / señores / nací para destruirla” (p.49).
Pero, contrariamente a lo que se creería, de que Con todos los diablos encima es un
poemario lloriqueante, cargado de frustración, herido desde el orgullo,
quebrado en los sueños…se trata de un trabajo donde el humor negro, el
sarcasmo, la burla hacia el yo de la voz poética persiste y funciona:
“lo bueno es que a nadie le pedí prestado
para construir mi infierno
yo solito le prendí las llamas
y mandé a llamar a mis demonios
no me quejo / festejen conmigo
ojalá hicieran un buen mosh
mientras les leo esto” (p.17)
Rojas, y su personaje, saben cómo darse una buena
tunda y salir librado (en un ejercicio imitador de El club de la pelea) “yo soy la única verdad que tengo / pero
tampoco me creo” (p.26). Una constante la de ser víctima y victimario: “un
desastre esto de escribir / este constante ir hacia la deriva / hasta naufragar
sobre el pavimento” (p.11).
Con todos los
diablos encima ha sido desde su
publicación (una acertada coedición Ecuador-Chile) escasamente comentado, como
si a propósito se le diera la espalda al autor y su obra. Quizás, porque bien
lo advierte la voz poética:
“si ni encerrados en sus tumbas
los poetas dejan de fregarnos
cuídate de las aguas mansas
que de los poetas me cuido yo” (p.38)
“¿Hasta cuándo me tomaré en serio esta huevada de la
escritura? / ¿será por eso que no consigo novia poeta?” (p.43) son preguntas
que tanto el personaje como el autor se siguen haciendo. Esto, aunque una sentencia
apunte directo sobre él: “he aquí el fruto de tu vientre mamá / pudriéndose”
(p.16).
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