martes, 29 de enero de 2013

Cómo sobrevivir al trabajo editorial



Una editorial, vista desde afuera, puede ser el lugar más extraordinario y alucinante en el que muchos lectores, escritores, comunicadores (y sin duda otros profesionales) quisieran trabajar. Ser testigo de las obras desde su condición de inéditas, pasando por el proceso editorial correspondiente hasta su publicación y promoción. Conocer a los autores de reconocimiento nacional, estar en contacto con los nuevos valores literarios y académicos que van emergiendo. Todo, visto desde afuera, es ese paraíso que se busca con afán.

Pero lo que muchos desconocen es que más allá del reconocimiento en los créditos de cada obra, hay un complejo y dedicado trabajo, uno que demanda esfuerzo y sacrificio, uno que exige al límite, uno que no tolera errores en demasía, uno que persigue hasta después de las horas laborales.         

El asistente editorial puede con todo

Dentro de una editorial, del proceso que se dedica a cada libro, de las actividades programadas, el asistente es ese profesional que todo lo puede, está en su naturaleza, y si no lo puede lo debería poder. Su función está en desarrollar las disposiciones del editor, de constatar que todo el proceso relacionado al libro llegue a su término sin contratiempos.



El diagramador, un perdedor a tiempo completo

Dentro de la cadena de edición de un libro está el rol de diagramador, uno de los más importantes porque es quien trabaja con el contenido de la obra, y desde esta perspectiva la responsabilidad es mayor porque está en juego no solo el nombre del autor, sino el de la editorial. Una página incompleta, oraciones, párrafos, cuadros estadísticos ausentes, pueden significar un mal trabajo.

Sin embargo, la verdadera labor del diagramador es entender a cada uno de los distintos y siempre especiales autores. En esto consiste su naturaleza de perdedor, de hacedor y deshacedor de cuanto diagrama. De repetir una y las veces necesarias el trabajo que logra un final después de muchos intentos fallidos.

Y es un perdedor porque su condición está condicionada a las decisiones de un autor. Entonces las oraciones, párrafos y páginas se borran, se cambian, se modifican y cuando cree que debió dedicarse a otra profesión, finalmente se aprueba.



Del autor y sus obsesiones

No hay autor que no sea obsesivo con su trabajo. Existe desde el reiterativo (aquel de corrección constante) hasta el silencioso (que espera casi el final del proceso de edición para anunciar cambios). Todos ellos son el terror de un equipo editorial. Todos ellos han decidido publicar un libro, y desde este propósito todo es justificable.  

Es cierto, también están los del otro bando, los cancheros, los autores que conocen los procesos y pasos a seguir dentro de una editorial, de las facilidades que hay que ofrecer a quienes se encuentran en la tarea de darle forma y vida a su libro, los que han entendido que las mayúsculas, negrillas y subrayados en exceso no aportan al texto. Estos autores son el sueño de un equipo editorial, pero no solo de sueños vive un equipo editorial.






Del derecho autoral, ISBN e ISSN

Ya no queda duda: libro que no posea su respectivo registro en la Cámara del libro de cada país es un libro que no existe dentro de los registros nacionales de producción. Puesto que el ISBN y su respectivo código de barra no solo ayudan a una debida y masiva comercialización, sino que pone al autor dentro del mapa de autores de cada país, lo visibiliza, lo vuelve “escritor” dentro de los parámetros y las estadísticas.

Lo mismo ocurre con el registro en el Instituto de Propiedad Intelectual (IEPI). Si se trata de un autor que se respeta y respeta su creación registrará su trabajo, inédito, por publicarse o publicado. Todo en función de ser parte de un banco nacional de datos concerniente a la creación, tanto literaria como académica, tanto valorativa como descartable.  

¿Y qué pasa con el ISSN? Lo mismo que con los registros anteriores. Las publicaciones periódicas necesitan un registro para su existencia oficial, para desligarse de su condición fantasmagórica, para regirse a parámetros de calidad. El que una revista exista sin este registro no la desmerece, pero la vuelve menos asequible a fines específicos como una indexación.

Para todos estos tres registros persiste el mito de lo imposible. Lo que es mentira, porque tanto el autor-editor como el autor que posee el respaldo de un sello editorial pueden acceder y beneficiarse.



Redención

Una editorial, vista desde afuera, siempre será el lugar más extraordinario y alucinante, y aunque desde esta posición alarmista y levemente exagerada se asegure lo contrario, la verdad es que estar adentro, siendo un filtro ante otros, muchos, descuidos de quienes publican por publicar, es una experiencia que pocos pueden llegar a disfrutar.

Quien haya dicho que los masoquistas estaban en extinción se equivocaron, están ante uno. Uno que ama hacer libros, propios y ajenos, adsorbentes y aburridos, complejos y ligeros. Uno, de la camada invisible, de cada editorial.
(Conferencia leída el jueves 24 de enero de 2013, en el marco del II Seminario Internacional de Editoriales Universitarias) 

1 comentario:

Marco dijo...

Un amigo decía que el camello de editor es ingrato. El más mínimo error se imprime miles y miles de veces.
En un diario la presión también es mortal. Publicar todos los días inevitablemente implica cometer errores todos los días (desde baladíes hasta tipo foto de Chávez intubado).
Pero mis respetos a todos los que trabajan en esto. SON UNOS BACANES.