Antonio Vidas (Santa Ana, Ecuador, 1974) es un poeta que de a poco, y sigilosamente, ha ido abriéndole paso a su poesía, una poesía arraigada a su país, a su tierra, a su familia, a las escenas naturales que la emigración le obligó dejar.
Autor de los poemarios El arpa del ceibo en llamas (2010) y del reciente El náufrago y la isla (2011).
Y ha sido a excusa de la publicación de su segunda obra que hemos contactado con él para hacer un repaso por su vida, siempre ligada a la poesía.
¿Cuándo nace el Antonio Vidas poeta?
Antonio Vidas ya nace desde muy niño, cuando dibujaba y le echó un guiño la palabra; cuando se entretenía en los portales de la cantina de su pueblo, en Santa Ana, escuchando a los viejos las leyendas de lutonas y duendes, y en las veladas escolares participaba en amorfinos; luego vino la preceptiva literaria, los ejercicios del soneto, la oda y las baladas en la adolescencia; cuando leyó a Hidrovo por primera vez y sintió el deseo de liberarse de los grilletes de la rima y de las escuelas caducas para descubrir que la materia prima -ya fuera de las parcelas del libro-, se encontraba en su entorno, en los campos, en el mar, en la ciudad; cuando se encontró a un verdadero amigo de estudio y de copas como Michael Solar en las aulas del colegio Olmedo. Puede parecerle utópica esta reseña, sin haber fecha de su evolución, entre las bases de la experiencia y el sueño, Antonio Vidas nace cuando quiso vivir la vida de los demás, las muertes ajenas y se encontró solo, cuando pensó en vivir la poesía en una especie de bohemia, antes que escribirla, como la transhumancia del viejo Luchador, el primer montonero que cruzó los Andes e inflamó la revolución de los pueblos, cosas que me gustaban escuchar a los mayores, el sueño de este muchacho empezó a forjarse así.
¿Tu condición de emigrante fue el detonante para empezar a publicar?
No. Ya era un jubilado en el silencio desde Ecuador, cuando después de una última borrachera, quemé todo mi arsenal de libros y todo poema que fuera cómplice de este autor, pensé mantenerme en nunca publicar. Lo había intentado en Portoviejo, de una manera débil y desconfiada, pero todo pequeño esfuerzo de mi parte, fue interrumpido por mi propia negativa. A la isla llego a publicar, y como no, mi primer libro "El arpa del ceibo en llamas", a la distancia, debido a un tiempo de muerte emocional y casi física con mi cadáver y la separación del hogar. Llegado a este punto, mi segundo libro "El náufrago y la isla”, se llegó a publicar, y ahora sí como detonante de vivir estos últimos años apartado de mis raíces con la ayuda del poeta y editor Efraín Espinoza que reside en Ibiza. Desde que llegué aquí, vine con el propósito de todo emigrante que viene a buscar mejores días, no pensaba en nada más y a lo que he dicho en su primera pregunta, sólo pensé en vivirla y jamás llegar a los estratos de la publicidad. Es más, nunca quise emigrar, pero seguro que el inconciente poético, el cual siempre me empujó a aventurar, me sacó con engaños del país.
¿Ha cambiado tu percepción poética desde que vives en Palma de Mallorca?
Dicen que poesía es destino. Hace siglos, en mi juventud, pensaba que la poesía era la droga más poderosa que todas las innombrables de la tierra, una religión, fe ciega en crear que reúna la globalidad de todos los conocimientos. Algunas viejas ideas siguen golpeando mi presente, otras no, aprendo de mis errores, poca vida tenemos para abarcar todo, nunca terminamos de aprender y siempre estamos en constante evolución. Pero le aseguro que el poeta cambia, y eso no es delito, la poesía no, puede vivir sin nosotros, como un microbio, muy a pesar de los cambios climáticos de la ignorancia, incredulidad o del mundo. Si nos fijamos en un cuerpo que es joven y luego envejece, por blanco o negro que sea su piel, teniendo en cuenta la seguridad del tiempo en curso, creyente o no, la calavera siempre es color hueso. Espero haberle contestado.
No. Ya era un jubilado en el silencio desde Ecuador, cuando después de una última borrachera, quemé todo mi arsenal de libros y todo poema que fuera cómplice de este autor, pensé mantenerme en nunca publicar. Lo había intentado en Portoviejo, de una manera débil y desconfiada, pero todo pequeño esfuerzo de mi parte, fue interrumpido por mi propia negativa. A la isla llego a publicar, y como no, mi primer libro "El arpa del ceibo en llamas", a la distancia, debido a un tiempo de muerte emocional y casi física con mi cadáver y la separación del hogar. Llegado a este punto, mi segundo libro "El náufrago y la isla”, se llegó a publicar, y ahora sí como detonante de vivir estos últimos años apartado de mis raíces con la ayuda del poeta y editor Efraín Espinoza que reside en Ibiza. Desde que llegué aquí, vine con el propósito de todo emigrante que viene a buscar mejores días, no pensaba en nada más y a lo que he dicho en su primera pregunta, sólo pensé en vivirla y jamás llegar a los estratos de la publicidad. Es más, nunca quise emigrar, pero seguro que el inconciente poético, el cual siempre me empujó a aventurar, me sacó con engaños del país.
¿Ha cambiado tu percepción poética desde que vives en Palma de Mallorca?
Dicen que poesía es destino. Hace siglos, en mi juventud, pensaba que la poesía era la droga más poderosa que todas las innombrables de la tierra, una religión, fe ciega en crear que reúna la globalidad de todos los conocimientos. Algunas viejas ideas siguen golpeando mi presente, otras no, aprendo de mis errores, poca vida tenemos para abarcar todo, nunca terminamos de aprender y siempre estamos en constante evolución. Pero le aseguro que el poeta cambia, y eso no es delito, la poesía no, puede vivir sin nosotros, como un microbio, muy a pesar de los cambios climáticos de la ignorancia, incredulidad o del mundo. Si nos fijamos en un cuerpo que es joven y luego envejece, por blanco o negro que sea su piel, teniendo en cuenta la seguridad del tiempo en curso, creyente o no, la calavera siempre es color hueso. Espero haberle contestado.
¿Cómo sobrelleva un poeta su vida, alejado de la familia?
Uno tiene que estar bien para que la seguridad emocional y económica alcance a los suyos y los contagie, esto lo digo desde el plano de los oficios terrestres, quizás reconociéndome en todas las soledades colectivas y singulares que han emigrado. Como poeta siempre me puede la nostalgia, pateo con fuerza las puertas del recuerdo y entro, y de ahí no salgo. Después de volver de las faenas del mundo, me siento en mi mesita de noche, hago acrobacia con mi lápiz frente a un papel, y la mente vomita toda imagen o pensamiento del día, y de pronto, ahí están de pie sus rostros, los de mis hijos, los amores perdidos, los padres y hermanos, la patria toda, de Manabí, ese país pequeñito que me puede el corazón siempre que lo dejo arrancarme de cuajo como una mata de yuca, al final del túnel, veo siempre el rayito de una lágrima de esperanza. Ser poeta es duro, porque tienes que sacrificar todo el tiempo posible, las noches de sosiego en que estás a dos distancias de tu cama donde tu mujer te espera, o cuando tu hijo te muestra las notas de escuela y tú miras el centro del poema, sin desclavar los ojos. Ese tiempo que sacrificaste duele como un arrepentimiento ya sea como un peso inútil o un tiempo venturoso. A veces me pesa ser poeta, me reclamo a mí mismo “eh, Antonio, yo nunca quise ser poeta”.
¿Cuanto ayudó El arpa del ceibo en llamas al reconocimiento de tu poesía?
Es muy pronto para decirlo, no quiero ser de los que alcanzan reconocimiento después de lanzarse al vacío; somos más próximos de caer en el olvido. La palabra semejante que identifica a los demás es la llave que abre las puertas de la memoria colectiva y ahí sí, es donde radica el verdadero reconocimiento.
En lo personal me ha ayudado a pagar una deuda que tenía con mi pasado, a darle el descanso que merecía con un minuto de silencio por esa alma en pena en que se habían convertido mis primeros poemas, y de pronto, ¡zas!, saltan a las escenas amistades de mi entorno que creí haber perdido, el tiempo me las devuelve sanas y salvas, el reconocimiento es palpable en ellos, incluso en gente que ni siquiera sabía que escribía poesía. Una palmadita en el hombro te invita a seguir en el camino. En Manabí no sé mucho, debido a que estoy lejos y no he hecho una presentación oficial de mi libro; a través de blogs y de autores como Diego Velazco o Cristian Talavera, muy incondicionalmente se me ha presentado. No sé mucho de las jaurías de la crítica, o de tinta de prensa, tampoco me apena ni me alegra. Alguno, solo en el mundo, me estará leyendo a espaldas, y ni siquiera lo sé, y eso me basta, porque una sola semilla da para muchos frutos. Uno debe ser grato con las dos o tres personas que llegan a escucharte, dos o tres ya es multitud; el que no nos comprendan, no nos convierta en artistas, hay que seguir luchando.
A finales de 2011 Zero´s Publisher publicó El náufrago y la isla, ¿cómo te ha ido en este segundo poemario? ¿cuánto ha ayudado a visibilizarte como poeta en España?
Entiendo que de este viejo del cual usted y yo hablamos, es apenas un muchacho que salió hace pocos años del cascarón. La obra se mueve tímidamente, de a poco va llegando una primera entrevista de una prestigiosa emisora como es radio Fiesta, a la cual no pude llegar en primera cita debido a mis obligaciones cotidianas y pude concretar en un segundo sí de mi parte; otras entrevistas de prensa como el diario Última Hora que me hizo en el bar Mon, el periodista Mateu Cladera, y una reseña de la presentación de mi libro por parte del diario Baleares sin Fronteras. Una carta de felicitación que me envió la embajadora de Ecuador en Madrid, la señora Aminta Buenaño, cosas que entendí desde el punto de vista literario y humano porque sé que es escritora, y no una manera de adueñarse del momento, ya que todo esfuerzo que salga de aquí, le puedo asegurar que no ha sido respaldado por nadie, sino por el mismo autor. Entre el público español, un emigrante que es poeta, es de admiración, suelen vernos como personas que llegan buscando un trabajo, porque la rutina ahoga a veces los deseos del artista, pero es en el colectivo de emigrantes, entre asociaciones donde me he hecho conocer de a poco. Estamos inmersos en un país de lenguas y dialectos donde el castellano tiene que hacer cola también. El autofinanciamiento de una obra que no tiene marketing que saben dar las firmas de grandes editoriales, se siente en un estado de sobrevivencia; y al final, la cantidad es de muchos, pero la calidad, es de pocos. Y le digo a usted algo que dije hace mucho, pero mucho tiempo: "soy ateo a la gloria, pero creo en el milagro de la poesía".
¿Has pensado regresar a Ecuador y presentar ambos poemarios?
Cada día mi mente cruza de puntillas el gran charco para visitar a los míos. Nunca fue mi deseo talarme de raíz, pero las necesidades de trabajo hicieron volar mis pies. He aquí el error de un hombre que dejó la universidad y sacrificó todo por entregarse a la bohemia poética. Si hubiera conseguido un título académico, no estaríamos hablando del Antonio Vidas ausente; es algo así como el dos y dos son cuatro de David Ledesma que gozó los dones de la vida, plena e intensamente, el inventario de Chintolo, ese renunciar a todo como Dávila. En El arpa del ceibo en llamas están todas las claves, le he dicho a mis hijos que volveré de extraños continentes con mi sombra al hombro, le he dicho a Manabí que volveré bajo el cantar algodón de los ceibos. Le he dicho a Mary en El náufrago y la isla, que el muchacho en dos agonías se hizo hueso y que ya no le importa el ruido que hacen las campanas. Está claro que volveré en poco tiempo, ya sea con los pies por delante, o con la frente colgada hasta el cóndor. Pero le aseguro que usted será el primero en saberlo, y que de alguna manera, sin reclamar posesión de nada, presentaré el fruto que ya no es mío, sino del público.
Desde tu perspectiva, ¿cómo se encuentra la poesía ecuatoriana? ¿cuánta es su presencia, tanto en Palma de Mallorca como el resto de España?
Yo diría que bien, con buena salud, a pesar de estar aislados, la virtualidad ayuda mucho a conectarse con otros escritores y saber de las noticias que se dan de nuestra poética. Dentro de Mallorca, ya lo he dicho, nuestra lengua tiene que hacer cola, se siente en pequeños círculos, pero falta más. Hace poco participé en los concursos de Premio Ciutat de Palma, un gremio de escritores defensores de la lengua catalana, amenazaba con no presentarse a la entrega por dar espacio a un premio en poesía castellana, que dista tener más oportunidades en el mundo que la de ellos.
El trabajo que hace el poeta Efraín Espinoza es admirable, sin ayuda gubernamental, se ha echo solo, asistiendo a eventos y a congresos con gran naturalidad. Tendríamos que hablar de los poetas George Perdomo o Estrella Perdomo, junto conmigo, somos pocos dentro de la isla. Tendríamos que hablar de Leonardo Valencia, Ramiro Oviedo a quienes no tengo la suerte de conocer, pero que seguro hacen conocer a grandes ecos nuestra palabra y que están por otros lares; los de "ultramar" como piensa Diego.
Finalmente, ¿en qué trabajas actualmente?
Preparo un cuento largo, algo como una especie de novela corta, que tiene la edad de mis primeros poemas y que intento terminar este año. Luego también hay otros cuentos con personajes de la isla, pero que van en proceso lento. También he iniciado otro mundo de poemas de color hueso, pero que también están en un remanso de espera. Perdone que no de títulos, es mi manera de trabajar, como hace muchos años atrás, en Manabí, bajo la lámpara de mi madre, un cuaderno no bastaba para construir un poema. Quiero decir que Antonio Vidas, no tiene abolengos, ni padrinos de tinta; si se saca la camisa, es como todos, color hueso, de familia pobre que no tiene donde caerse muerto. Supongo que toda esta entrevista le parecerá adornada, pero sólo ha intercedido el corazón y esta herida parlanchina. Perdone que no siga con usted, me está llamando el poema y seguro no tendré tiempo de comer hoy. A usted muchas gracias.
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