Freddy Ayala Plazarte (Latacunga, Ecuador 1983) es un poeta que no se queda tranquilo, acaba de publicar su último poemario Mi padre en las rieles de Sumpa (Drugos de la naranja, 2011) que aparece con una gran introducción de Cristian Avecillas, la que comparto hasta suba la lectura de este interesante trabajo.
Por Cristian Avecillas
1. EL ASUNTO
En este verso, la quietud: allá donde el hombre reza bajo un poncho / y desaparece con su sombrero. En este verso, el viaje: A lo lejos rueda el vagón del horizonte. Y esa es la sustancia del nuevo poemario de Freddy Ayala Plazarte: “Mi padre en las rieles de Sumpa”.
Para la quietud, el ancestro: el padre y los Andes, el abuelo y el fuego, la madre y la nostalgia, y el silencio de la sierra ecuatoriana; para el viaje, Sumpa, Sumpa y sus amantes, Sumpa y los eriales frente al mar, y el mar.
Lo que hace Freddy, la gesta y el asunto de su trabajo de poeta, es crear los engranajes y las aleaciones líricas que integren y unifiquen y aseguren estas dos sustancias, estos dos paisajes: las rieles.
2. EL PRINCIPIO
Cada riel es un raíl. Y dos en disposición paralela son imprescindibles para el circular de los vehículos de fierro, desde Aláquez, rincón de los Andes próximo al volcán Cotopaxi, y además emplazamiento en donde está el origen del poeta, de su voz y de su sangre; hasta Sumpa, el lugar de los amantes sobre el verdadero nombre, por originario y ancestral, de aquellas tierras que conforman la actualmente denominada península de Santa Elena.
Estos dos escenarios nos son presentados, ya, desde aquella introducción que testimonia con realidad de historia fidedigna y comprobable, el discurso poético que vendrá. Allí, la voz poética nos dice: sombra de viscosos esternones y vértebra seca. Y ya en este decir se revela el primer extrañamiento. Leerse, puede, esta metáfora como una mera atribución de los amantes, sin embargo, la construcción en sí, nos depara un cuestionamiento: ¿Por qué dotar de viscosidad al torso y de sequía al dorso? ¿Por qué dotar de pluralidad a un hueso único y de singularidad a un hueso que es plural? ¿Y la sombra, por qué la sombra? ¿Acaso por su paredón de tiempo? ¿Acaso, sombra es lo que habita entre un esternón humano y su correspondiente columna vertebral, o acaso sombra es lo que habita entre dos amantes?
Posteriormente, el autor nos dispone una evidencia más de la disposición paralela con que ha sido construido su libro al presentarnos la dedicatoria: los números dispuestos gráficamente a manera de dos líneas paralelas, son otra vía férrea.
3. LA QUIETUD
Y entonces brota el poemario donde un verso que reconocemos brinda título al primer poema, de los doce, que abordaremos: “En el abrazo más antiguo de América”.
Este poema, proscenio, instaura ya en nosotros un espacio y un diseño: Y hacia Sumpa quisieron ir los primordiales / a amalgamar el fuego / cazadores de la luz orogenia / un escenario para quebrantar sus uñas con la madera. Este poema, exordio, prepara el ánimo oyente para un tiempo y un acontecer: Y su paleolítica angustia / manchada ya de silencio / cubiertos por la arqueológica sombra de la luna. Y es así como tenemos un espacio y un tiempo; podría, incluso, decirse, que tenemos un destino.
Pero del tiempo, no del espacio, brota el segundo texto del libro. “Doce edades sin abrir los ojos”. Y este poema nos trae el lenguaje, y más que el lenguaje como un sistema de articulación manifiesta de los hombres, este poema nos trae el evento de una voz poética pensándose y recordándose en el lenguaje. Cabe, ahora, notar que el número que califica a las edades es cifra de referencia biográfica: tenía doce años cuando surgió la fe de Freddy con todas aquellas vocaciones sacerdotales que impelen a los poetas:
La primera, la conciencia del poema -el manuscrito de los antepasados / reposaba sobre mis vértebras-, la segunda, la lectura del poema -algún tiempo me tuvo en la penumbra con sus letras / quería caminar hacia escalas del ciprés-, y la tercera, la evanescente consecuencia del poema -“Hablando con lo ausente”, que es el título del tercer texto del conjunto.
Entonces ya tenemos un emplazamiento. Y ya son dos las realidades -destino y emplazamiento- que en disposición paralela, el autor nos conferirá para el circular de los vehículos de fierro: sus poemas.
Y así arribamos a la estación del tercer texto del conjunto; probablemente el texto más dolido por lo vivencial y victorioso por las cometas, donde la paridad de las realidades se describe adentro, idóneamente, consiguiendo un mundo propio y doble: un mundo “real” aterrador ante los ojos del niño, y el mundo “poético” que el mismo niño crea y adentro del cual se salva: durante los madrigales / un niño / dejaba escapar una cometa de sus manos / y corría al regazo de su cama / a espiar el apareamiento de las luciérnagas.
Luego la cronología y el poemario nos deparan a una estación nueva: el niño ya es adolescente. El cuarto texto nos convida los descubrimientos de las otras oscuridades que posee una noche. Vemos, en el día, el recuerdo, el juego y el sueño de un niño todavía, y luego de la bendición nocturna de la abuela, vemos unas gradas, un zaguán, un camastro, y también vemos lomos, pezones, salivazos. Todo adentro del poema que es también memoria del poeta.
Desde esta memoria vemos a la madre y al abuelo. En el quinto texto, la madre aparece, y todo es nostalgia del mirar: ella, envejeciendo, mirando una fotografía, mirando archivos, mirando un espejo: temiendo al monstruo de sus ojeras. Es tanta la nostalgia que incluso María, la de los templos, la percibe o la ejecuta, aunque el poeta ya celebra otros templos y otros dioses: la Madona del altar dirigía su nostalgia al cielo / ignorando que otras vidas se exaltaban en mis edades.
En el sexto texto, cuando el abuelo aparece también está la historia del fuego: el abuelo recogía la leña y entonces: el fuego era su pasado; ceniza, sus cejas; el Fénix, su sombrero; el humo, los cóndores; las llamas, el ego de las aves. Tanta soledad, tanta pureza, parece pertenecer al tiempo de los Andes, cuando el fuego construía al hombre y a su cordillera, donde queda la sombra.
4. EL VIAJE
Entonces salimos. Dejamos la memoria, la nostalgia y la montaña, y vemos el camino férreo. Este es el recorrido a través del páramo: el niño en luces gélidas faja su rostro / ve que un pájaro gira la llave del ocaso / y cae en la intersección de una cruz / se agacha a recogerlo. Diríase que al bajar de la gélida montaña ya aparece el mar.
Y es verdad. De pronto, en el noveno texto, ya no hay cóndores, hay albatros y fragatas, la nostalgia ya no está en una mochila ni en un rostro ajado y solitario, está en el mar: los espectros del alba riegan / su nostalgia en el mar.
Y en estos versos: se acerca un deshuesado ejército de tréboles / a cubrir las letras del mármol; percibimos el tiempo pasado, y sobre los momentos de contemplación y quietud, sobre los Andes y la lápida, ha surgido ya otra vida: la vida de los tréboles.
Entonces se resuelve el poemario. Arribamos a Sumpa. El pasado, es al mismo tiempo; el paleolítico y la memoria del poeta: a veces el aire de mi difunto da vueltas como una bisagra / en mi paladar / un caballo desaparece de las rieles de Sumpa. El presente, en cambio, son las dos tumbas, la de los de Sumpa, y la del Padre; la tumba de los amantes al borde del mar, donde: atrás de la ausencia queda una fragata / a romper el siglo de las piedras; y la tumba del padre en la palabra: a veces el aire de mi difunto da vueltas como una bisagra / en mi paladar.
5. EL ARRIBO
Hemos llegado. Nos queda, entonces, el presente del poemario que es también un horizonte. Lo que hemos hecho los demás, los lectores, es seguir los rieles que el poeta ha creado para sí y para nosotros. Y así arribamos, desde el fuego del ancestro hasta el fuego en los amantes, y de alguna forma descubrimos que al tomar la decisión de leer y comprender este poemario, también, hemos sido primordiales. Y hacia Sumpa quisieron ir los primordiales / a amalgamar el fuego.
Allí ya está el poeta, con sus imágenes y sus recuerdos. Allí, su padre, Amante como los de Sumpa. Entonces creemos entrever en el occiduo instante del poemario, la respuesta a los cuestionamientos iniciales. Nuestro poeta ha dotado de viscosidad al torso porque en su verdad el pecho paternal sangraba. Y sabemos que deben ser plurales los esternones pues la suma de ellos constituye otra línea férrea. Y la sombra, que corresponde al secreto de las tumbas, es también su obrar: sobre mis labios se pudre el silencio que mantengo.
6. EL DESPUÉS
Y lo mejor de todo es que existe un después.
Más allá del hecho evidente y único de que “Mi padre en las rieles de Sumpa” es un libro logrado y hermoso, es que el gran poeta que lo escribió, a pesar de haber puesto los pies en el infierno, como nos refiere en uno de los epígrafes, es un hombre de fe, es decir de poesía; porque no existe fe si no hay poesía.
Este es el verso, casi el último del libro, que nos refiere esa fe, esa persistencia, esa continuidad en poesía. Nos dice el poeta: yo todavía continúo en las rieles.
Y al decirnos esto, al escribir esta palabra: “todavía”, Freddy Ayala Plazarte nos invita a un después.
Y no hay después que no sea viaje. No hay después que no sea quietud.
1 comentario:
Alegría por este poeta equinoccial que busca su identidad en la raíz de su paisaje.
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