viernes, 5 de enero de 2007

Quién llamó a Marilyn



-Una joyita de marido que te has conseguido, pelada -ha dicho Marilyn (hermoso nombre para alguien que no se acerca ni siquiera al bagrecito del Lunes Sexy de El Extra) una de las amigas mojigatas que Noemí ha recolectado en sus años como universitaria. Nadie, que yo sepa, la ha invitado para este día, pero la muy sin paro ha llegado de paracaidista, de seguro porque el marido (más monstruito que ella) recontrapluto la noche anterior le ha de haber sacado la madre, sino de dónde ese moretón que intenta cubrirse con las gafas de tres por un dólar.
He visto calladamente todo el ritual que ambas han desarrollado en la entrada al departamento: el besito en la mejilla, el abrazo fuerte, fuertísimo que hasta logré escuchar un sonidito como de costilla rota, espero y no sean las de Noemí, porque sino ahí si me va a conocer la tipita esa: personaje de terror de película barata.
También la he saludado, he aprendido a ser discreto con gente como ella y con otros peores. Su beso en mi mejilla me ha dejado en blanco (y para el que no lo sepa, soy medio morenito tirando a negro), creí haber olido todas las peores alcantarillas de la ciudad, pero es evidente que su boca es la más hedionda y penetrante. Ahora entiendo al pobre del marido intentando deshacerse de ese espécimen con el que se ha embarrilado, al fin y al cabo lo que de seguro pretende es liberarla de sí misma, lograr en ella una mutación a la fuerza, intentar convertirla en algo no tan desagradable como lo que es.
-Gracias por el cumplido -le he respondido en lugar de Noemí. Se ha sonreído y he logrado contar en sus dientes delanteros cinco caries a punto de dejarla sindi, será todo un espectáculo mórbido el verla así, espero que cuando suceda no nos hayamos largado de la ciudad.
He pedido permiso y huido de ellas, pero más del bagrecito. Me espera la terminación de la próxima edición de mi revista de rock. He cerrado con llave la puerta del pequeño cuarto que hace de biblioteca: un cuartucho donde yace mi computadora y todos los libros que desde mi adolescencia empecé a comprar, patear, intercambiar y hasta recibir de obsequio.
Mi revista no ha alcanzado el nivel que tanto he añorado y eso es comprensible porque las portadas ausentes de sangre, vísceras o cuerpos semi desnudos, pueden pasar simplemente desapercibidas.
Hace poco había leído de la antiestética a la que acudían muchos editores de revistas rock-metaleras de Europa para lograr el fin necesario en el público que adquiriría sus medios, de esa recurrencia por lo mórbido, deforme, intradicional de apreciar. En el país -sobre todo en la sierra- algunos amigos empezaban a utilizar arte extremo enfocado en la ultra violencia; otros a fotografiar a modelos semidesnudas o desnudas con temas alusivos a lo gótico; y, unos cuantos intentando hacer de personas con deformidades estrellas subterráneas. Recordaba incluso la foto vía mail que un personaje sombrío -pero genio en estos temas- de Cuenca me había compartido, donde el rostro desfigurado de una joven, al que una especie de gangrena carcomía la nariz y parte del ojo derecho, no solo me había impactado sino que despertado la emulación, pero buscando un estilo propio y con otro tipo de modelos.
De todas mis ideas espantosas, según la estética de Noemí, de seguro la que pasaba en mi mente en esos momentos era la mejor, desde mi perspectiva de estética retorcida.
Salí directo a la habitación, busqué el álbum fotográfico de Noemí, aquel donde se conservaban las imágenes de los paseos a balnearios idos junto a sus compañeras. Hermosas mujeres la acompañaban, pero ese no era mi objetivo. Entonces di con ella, ahí estaba sobre una piedra cercana a un rompeolas, posando como lo haría alguna modelo sin estilo, mano en cintura, piernas cruzadas, mirada coqueta (pésima pose la desdichada). Sí, ahí estaba, ostentando una figura cadavérica, compartiendo una sonrisa más cercana al llanto que a otra cosa, intentando abultar senos inexistentes, desgarrando la apacibilidad visual con los vellos de sus piernas o aquellos que delataban sus axilas.
No se si era coincidencia que su cabello negro y largo le diera además una imagen de personaje de terror oriental, pero lo que sí estaba seguro era de que Marilyn debía ser mía (no literalmente, tampoco hay que ser un bagrero extremo); tenía que lograr que aceptara posar para la portada de mi revista, desde luego que no sería yo el valiente a enfrentarse a su desnudes, sino algún amigo fotógrafo y valiente para estos casos de estética horrorosa. Pero eso de ir hasta la sala, compartirle mi idea a ambas e intentar justificar los porqués para que posara en mi medio, no solo que resultaba flojo sino que hasta desencantado, porque eso de que te rechace una modelo pinta es aceptable, pero una antimodelo... además por qué tanta desesperación por vender una revista invendible, si no vivo de ello.

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