martes, 9 de enero de 2007

Poesía erótica del Siglo XXI




(acerca del libro Atrapada en las costillas de Adán)

La poesía ecuatoriana no para de acoger a nuevos autores que en busca de renovadas formas de expresión logran una voz propia, y eso en un género literario como este, donde el repetirse hasta el aburrimiento es lo común y pocos son los que logran una obra valedera sin la mera transcripción de las acciones, sin ese recurrido y fallido plagio de la realidad donde ritmo y talento lírico no logran asomar, ya dice mucho de un autor. Ese es el caso de la guayaquileña Carolina Patiño con su obra Atrapada en las costillas de Adán (2006), primer poemario de esta joven autora (1987) cuya obra gira en torno al amor, erotismo, sexo, vida y muerte; cinco constantes en su poética.
El amor como ligamiento crea el ambiente propicio para que lo erótico y sexual se interrelacione hasta lograr poemas de calidad. Lo dual (masculino y femenino, en la voz poética) es la parte medular, donde el amor –y su carga erótica y sexual explícitamente desarrollada- está sobre todas las cosas, y todo es un espacio ajeno y mezquino al colectivo.
Transcribe su realidad metaforizando el placer, cada uno de los instantes privilegiados donde el sexo y el amor son una fusión salvadora, porque la autora lo ve así: vida-amor-sexo. Y relegar a uno de los tres sería restarle el estilo que presenta en varios de los poemas donde la temática se reafirma.
La autora cree en el rito del amor, en su desembocadura sexual, por ello exclama “...pasemos por el eterno trance de amarnos / mezclando romance e instinto” (Tómame como el agua que me inunda, Pág. 21); y comprende y comparte el más allá de la fusión amatoria, donde los cuerpos se refugian a su naturaleza y placer, por ello acierta cuando dice: “mentes desconectadas de lógica: / besan, muerden y mojan todo a su paso” (Libres, Pág. 24). Y es que para Patiño el amor, sexo y la vida son una continuidad: “...unta caramelo blanco en la espalda y gánate mis entrañas otra vez” (Nueva vida, Pág. 26).
Pero además de lo expuesto, la poeta se vuelve irreverente -contra lo masculino- cuando manifiesta su autocomplacencia sexual y descarta la posibilidad varonil de pormedio, así lo manifiesta en su poema El Hijo: “Me enrosqué en tu pierna / nos aprovechamos de la ausencia de Adán / para en una mutua constricción / concebir a Caín” (Pág. 27) y también al revelar: “...dedos remojados al interior del círculo que sabotean al pudor...” (Anular Salvaje, Pág. 40). Ataca y también se expone, pero qué poeta no lo hace, sobre todo cuando es a partir de su vida que surgen las figuras, las palabras, las escenas, hasta volverlas una recopilación de cada voz del colectivo, pero comprimidas desde su particular universo.
Esto como primer momento en el libro, puesto que también encontramos poemas que nos acercan a otras perspectivas de la autora, donde la parte erótica está ausente, mas no el resto de elementos a los que recurre como vida y muerte.
Un libro del cual la autora sale librada, hay el talento, trabajo y una línea poética definida en el campo erótico y eso en un entorno literario donde lo trivial e insulso persiste en publicarse, celebramos la aparición de esta poeta. Su poesía se ha desnudado frente al lector, recorre callejones y soledades, ansía la parte complementaria –lo masculino- para desenvolver el amor y erotismo al que canta, pero sobrevalora su verdadera esencia: la parte femenina que es ella, puesto que Adán jamás fue un fin, sino un medio para la complacencia personal.

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