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viernes, 29 de diciembre de 2023

Ubaldo Gil y seis lecciones legadas

Fotografía mía, tomada en uno de los congresos de Reude , realizada en la ciudad de Ambato.

 

Fue un domingo en la noche cuando me llegó un mensaje, primero, y luego una llamada, donde se confirmaba que Ubaldo Gil, había fallecido en la ciudad de Guayaquil.

Después de esta noticia recordé lo que me dijo una semana antes cuando lo encontré sobre una camilla en la sala de emergencia del antiguo hospital del IESS en Manta (el terremoto del 2016 arrasaría esta estructura). Estaba ahí porque un día antes tuvo un primer infarto. Se notaba preocupado, pero esto no había mermado su humor, que ahora se enfocaba en su condición de paciente.

“No te dejes”, me dijo y repitió. Tres palabras para estar alerta en el posible escenario de su ausencia (un escenario que siempre imaginaba y reía).

 

*

Ubaldo no solo fue el director del Departamento de Edición y Publicación Universitaria (DEPU) de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí (ULEAM), primero logró algo que parecía imposible: crear la primera editorial universitaria en una ciudad sin tradición editorial. Mar Abierto la llamó, un sueño que tuvo su origen en los noventa y que recién en el 2000 se materializó.

Era diciembre de 2013. Un mes de bastante ajetreo en una editorial que empezaba a posicionarse a nivel nacional. Éramos un equipo pequeño, pero multifuncional. Avanzábamos al ritmo de Ubaldo, quien siempre nos endilgaba mil tareas para hacer que el proyecto funcionara correctamente. Ese fin de año no fue de fiesta para ninguno de nosotros.  

 

*

En 2001, cuando ingresé al taller literario de su hermano Pedro, conocí su trabajo como editor en ciernes y sobre todo como narrador. Desde entonces no me perdí ninguno de sus artículos que cada domingo publicaba en el suplemento cultural del diario El Mercurio de Manta. Literatura, cine, teatro, danza, folclore…siempre los temas fueron múltiples y los análisis me dieron luces en mi joven oscuridad.

Con los años fue mi profesor de semiótica. En 2003 hice las pasantías en Mar Abierto y en 2005 me ofreció trabajar con él en el proyecto editorial.

Diez años (2003-2013) compartí con él, como profesor y luego como jefe. Diez años de vivencias para rememorar y comparar con estos otros diez años de ausencia (2013-2023). Dos décadas en las que puedo atreverme a resumir seis lecciones que me dejó.  

 

Uno. Mar Abierto

Mar Abierto fue mi escuela en el ámbito de la edición. En el cuchitril (una pequeña oficina en la segunda planta del edificio de biblioteca de la Uleam) se materializaron cientos de ideas planificadas. Al principio fue prueba y error, pero aprendimos, a la brava, y nunca nos dormimos en los laureles de una sola publicación, porque después de la novedad ya estábamos en un nuevo proyecto.

Mar Abierto logró algo que parecía imposible: reconocimiento y valoración del escritor como creador. Porque auspiciar una obra, pagar derechos de autor por esa obra y visibilizar tanto obra como autor, no era algo que se hacía por estos lares.

De pronto Mar Abierto se volvió un sello de bastante interés para muchos escritores nacionales. Y con ello llegaron las lecciones:

·       Antes de reconocerse como editor hay que ser lector. Todo editor primero es un lector.

·       Un sello editorial y un editor tienen la potestad de rechazar manuscritos que para su juicio crítico no deben publicarse.

·       Los autores escriben manuscritos no libros, los editores convierten esos manuscritos en libros.

·       No todo manuscrito de un escritor reconocido debe publicarse (porque los autores reconocidos también escriben bodrios impublicables)    

·       Ningún autor debe imponerse al editor. El editor decide qué funciona para un libro. El editor está apostando todo por un autor. El autor le debe respeto al editor.

·       Los libros regalados pierden, casi siempre, su valor (salvo que se trate de donaciones a bibliotecas)

·       Cada nuevo proyecto pasa por su proceso editorial. No respetar el proceso augura problemas en el futuro libro.

 

Dos. Una biblioteca

Ubaldo me ofreció su biblioteca (o la parte considerable que estaba en la oficina de Mar Abierto). Cientos de títulos de los que me valí para conocer el mundo literario que hasta entonces estaba vetado para mí. Novelas, cuentos, ensayos, poesía (bastante poesía). Llevaba a casa y devoraba en horas. Regresaba con los libros prestados y volvía a llevar uno hasta dos títulos por día. Lo mío se volvió un vicio, porque muchos de los libros a los que accedía no los encontraban en una ciudad sin librerías.

Con los años fui armando mi propia biblioteca, una que poco a poco fui alimentando. Libros usados ​​y nuevos. Libros obsequiados por autores amigos. Libros camabalachados (porque el cambalache continúa siendo un recurso entre autores). Libros subrayados que fueron trazando la forma de pensar de cada momento de lectura.

Esa lección, la de prestar libros a un joven imposibilitado de acceder a títulos y autores, emulé. Muchos de mis libros (y mis recomendaciones) también llegaron a jóvenes ansiosos por conocer; sin envidia de que otros llegaran a títulos desconocidos (hablo de un tiempo en el que aún era complicado encontrar libros en internet y de la existencia de páginas piratas y con un objetivo de difundir sin lucrar).

Todo lo anterior a pesar de que muchos de los libros prestados jamás regresaron. Muchos, demasiados libros secuestrados por otros y otras, de los que recuerdo además de las historias, diseños de portada y algunas frases subrayadas.

 

Tres. Resistencia

Resistir. Una forma de hacerle frente a todo cuanto perturba. Resistir, porque todo lo malo no dura siempre, porque uno va drenando lo turbio de la vivencia y solo va dejando la experiencia, esa lección de la que se debe aprender a no repetir.

Y esa resistencia fue una de las lecciones más importantes. No solo en lo laboral, también en la vida, puertas adentro.

 

Cuatro. Agenda

Todo responde a un plan, a objetivos que se trazan a diario; pequeñas batallas que uno mismo emprende. Nada es improvisado, porque todo integra un plan mayor, una idea que casi siempre se cumple en el tiempo y como se imaginó.

Esa lección la aprendí rápido, desde entonces una lista diaria marca las tareas emprendidas; esos retos que uno mismo va imponiéndose. Nada complejo en su anhelo, pero toda una empresa el éxito de cada una.

Todo es integral, porque cada acción es parte de una idea macro.  

 

Cinco. archivo

En mi casa detestan la cantidad de carpetas con papeles viejos, recortes de revistas y diarios, impresos, hojas con garabatos con mi letra inentendible. Un archivo que he resguardado por décadas. Una memoria que solo, por ahora, me sirve a mí, a mis intereses, a un plan que guarda su desarrollo.

Siempre digo en casa que cuando me quieran faltar el respeto solo deben deshacerse de mis archivos, de esa parte que me pertenece y dice (de alguna manera) lo que he sido y continúo siendo.

¿Qué fue de los archivos de Ubaldo? No recuerdo. Tal vez alguno de sus hermanos lo resguardó. Quizás su esposa o hijos. En esos archivos se podía comprender su crecimiento como escritor, se podía analizar su juicio crítico y forma de entender el arte.   

 

Seis. Paciencia  

No hay que hacer las cosas al apuro, porque las cosas al apuro siempre salen mal. Lo anterior lo habíamos aprendido en el proceso editorial de muchos libros (sobre todo en los primeros). Por eso en cada uno de los títulos intentamos respetar a raja tabla los pasos que llevan a convertir un manuscrito en un libro. Lecturas, correcciones, nuevas lecturas, reescritura, lecturas finales.

La paciencia, en medio de la desesperación de cumplir objetivos anuales, fue una de las mejores lecciones para replicar. Nunca ir al ritmo de un autor, menos acceder a sus compromisos y coyunturas.

Paciencia para que todo lo propuesto funcione en su totalidad, y aun así siempre estar atento a cualquier descuido.   

 

Colofón

En 2013, el año de su fallecimiento, no solo decidió juntar y publicar hasta la fecha toda su obra narrativa y de ficción (dos colecciones de cuentos y una novela breve), también se encontró preparando lo que sería un libro que compilaba su trabajo de semiótico aplicado a áreas como la literatura, el teatro y la comunicación. Un trabajo que compilaba algo así como 20 años de pensar y analizar obras. Una muestra de su ejercicio como crítico teatral (el único que pudo ostentar esta etiqueta en Manta y Manabí). El proyecto de libro quedó truncado.

A una década de su fallecimiento unos cuantos seguimos recordando sus aportes, no solo en el campo de la edición (hay un antes y después de la existencia de editorial Mar Abierto en Manabí) también en el fomento de la literatura, sea desde su rol como docente o como lector y guía.

Sus diarios, y los muchos artículos y ensayos publicados en diarios y revistas a nivel nacional continúan dispersos, en espera de recuperarse. No es una tarea fácil ni sencilla, y será todo un reto para quienes tomen esta iniciativa y responsabilidad. 

domingo, 27 de noviembre de 2022

¿Editor y autores amigos?

Imagen tomada en Pexels.

 

Los editores cumplen su trabajo: hacer que un texto (sea este poesía, cuentos o novela) se transforme en libro; ofrecerle un cuerpo a ese ente inmaterial; darle visibilidad y moverlo en la mayor cantidad de escenarios (dígase librerías, medios de comunicación, periodistas especializados, clubes de lecturas, ferias de libros, otros escritores, críticos…); hacer barra hasta donde se pueda; aunque a veces esto sea insuficiente para que un libro pueda ser entendido y con ello llegar a la mayor cantidad de lectores.

A todo esto surge una pregunta ¿existe una relación de amistad entre el editor y los autores que respalda? Creería que en esencia es clave tener un cierto vínculo con el autor y el texto que se apoyará, nadie editaría a un enemigo y menos un texto con el que no esté de acuerdo (el catálogo editorial siempre es un guiño).

Muchos autores han defendido a sus editores, a quienes han reconocido los paladines de su éxito, los responsables de volverlos visibles dentro de un territorio donde no existían. Los editores, tal vez los más reconocidos a nivel internacional, han dado cuenta de su relación con varios de los autores de su catálogo, ese nexo no solo profesional, también de amistad.

Pero ¿se logra dar en verdad una amistad entre editor y autores? ¿salidas de almuerzo o cenas? ¿paseos a otras ciudades o países? ¿campamentos en fin de semana? ¿vacaciones juntas sin reuniones de trabajo? Tengo mis dudas. Porque los vínculos que se crean tienen como centro primero el texto y luego el libro.   

El editor aconseja, recomienda, sugiere, pero nunca será un amigo con el cual ir a un concierto a beber cerveza, menos al que se le confiaría algún problema personal, nunca pañuelo de lágrimas ante alguna de las injusticias de la vida. No, los editores están para otra cosa, para publicar aquel texto que nos ha costado meses o años, para darnos la mano y hacer que nuestros libros sean leídos.

El editor en cierta manera debe ser nuestro enemigo, porque tanto cariño podría ser peligroso para un libro; tanta ternura y agrado dejaría pasar muchas incongruencias en los textos; todo ese amor es dañino si se desea publicar y ser leído.

Con contrato editorial (y el respeto que cada uno le debe al mismo) y dinero de por medio (pagos por trabajos de edición, cuando no hay un auspicio total, y hasta regalías) no se podría desarrollar tal anhelo; aunque están las excepciones.

domingo, 12 de junio de 2022

Cuando odiar a una editorial

Fotografía tomada de Pexels.

 

Cuando una editorial rechaza un manuscrito no es el fin de una obra. Una editorial no es una única voz capaz de apagar el anhelo de un autor. Incluso el rechazo de varias editoriales puede jugarle en contra al manuscrito, porque no es entendido, porque sus editores tienen una línea editorial en la que el texto-propuesta no encaja. Pero ¿qué ocurre cuando en verdad ese texto que busca con desesperación convertirse en libro no debería serlo jamás?

Muchos de los informes en torno a los manuscritos que me toca leer tienden a ser favorables, sin embargo, están los otros, aquellos informes que se ensañan con los textos presentados, con las deficiencias que poseen, con lo increíble de su exposición. No es prejuicio, porque desconozco a los autores. Creo que es sentido común, de que ese manuscrito debe corregirse si es que se desea continuar en el proceso de convertirse en libro.

Pocas veces mis informes son aceptados de buena manera, casi siempre los autores asumen que se trata de algo personal, de que hay un odio contra ellos, tal vez un autor frustrado que se volvió editor; un conjunto de opiniones imposibles de cambiar.

A veces los autores, tras leer mi informe en torno a su manuscrito, solicitan una reunión. Luego de reafirmarles mi juicio crítico, de explicarle cada una de las sugerencias de cambio que podría ayudar al texto a mejorar, de mostrar mi lado afable y comprensivo, porque un autor siempre está mejorando su texto…algunos tienden a aceptar la realidad de su obra, otros en cambio terminan incluyéndome en su lista de enemigos.

Lo peor es saber que aquellos manuscritos que no se corrigieron, porque sus autores decidieron que la editorial no merecía su obra, terminaron convertidos en libros por otro sello que lo publicó tal y como el autor quería.

¿Cuándo un editor da su brazo a torcer ante un manuscrito con problemas? ¿Son las editoriales independientes simples negocios de servicios editoriales? ¿Un servicio editorial debe dejar pasar deficiencias en los textos? ¿Dónde queda la ética del editor respecto a una publicación que llevará, tal vez, su nombre en los créditos?

Cuando me encuentro libros que no debieron publicarse, pienso en que existen “editores” que se merecen esa clase de obras en su catálogo.  

 

domingo, 8 de junio de 2014

La necesidad de un editor

Un autor desamparado siempre acudirá al pánico. 




¿Para qué la existencia de un editor?, ¿Cómo puede un editor mejorar una obra literaria o académica?, ¿Qué faculta a un editor a creerse tan o más importante que un autor?, ¿Por qué los autores le temen y repelen a un editor?, ¿Por qué contrariamente muchos autores buscan a un editor que se haga cargo de sus obras?
Digamos que un editor es alguien que logra ver en un manuscrito (los escritores escriben manuscritos, no libros) la posibilidad de un libro para un mercado y público específico. Es aquel que reconoce las múltiples posibilidades que tiene un texto. Que ofrece sugerencias a partir de los objetivos que tenga en mente.
Sin embargo el editor, en nuestro medio, continúa siendo alguien a quien el autor le repele, y este divorcio tiene consecuencias que continúan pasando desapercibidas tanto para el autor como el lector. He aquí una breve mirada al respecto.  

Detalles que se ignoran
Más allá de los debidos registros legales con los que debe contar un libro: ISBN y el registro en el IEPI, los autores sin la asesoría adecuada quedan huérfanos de poder contar con elementos esenciales para sus obras, sea desde el comentario de contracubierta hasta un adecuado prólogo que en vez de hundir al libro lo eleve (en el sentido de que aporte a su entendimiento y no a su confusión).  
Lo más cotidiano es apreciar libros sin año ni mes de edición (algo importante al momento de citarse), sin un responsable en la diagramación ni diseño de portada, sin tener un conocimiento básico de cuánto es el tiraje (información determinante para ir valorando su acogida) y en dónde se imprimió. Datos necesarios que continúan ignorándose.
Dedicatorias rimbombantes, agradecimientos exagerados, ausencia de un índice de contenidos. 
Portadas que se elaboran literalmente al título (o también aisladas de este) sin el menor sentido artístico, títulos con fuente incompatible que no son capaces de atraer al posible lector, fichas biográficas de los autores que abusan de nimiedades.   



Jorge Herralde, editor del sello español Anagrama.




Recursos de autores desesperados
Cuando los autores se encuentran solos en el terreno de la promoción de sus libros, no tienen más alternativa que escribir sobre ellos mismos, decirse lo que otros no han querido o no han podido decir (porque a lo mejor desconocen la obra). Algunos aparentan, mediante el anonimato, escribiendo en tercera persona sobre lo que valoran de sus libros. Otros asumen su desamparo sin vergüenza y escriben, describen y “maravillan” lo que han escrito.     

Con editor aunque sin sello editorial
Los escritores más sensatos han recurrido a un editor que lea, revise, sugiera cambios y sobre todo logre una valoración externa de lo que se pretende publicar. Muchos de estos autores también están desamparados de un sello editorial que los respalde y le acerque el “combo” de facilidades para visibilizar su obra, pero algo los diferencia del resto de autores que escriben y publican con urgencia: han logrado la asesoría precisa que hará que sus libros no pasen desapercibidos. 
Así es constante ver en el mercado librero, obras que están sin el resguardo de un sello editorial, pero que compiten, son comercialmente exitosos y sobre todo han llegado a espacios imposibles para otros: redacciones de revistas especializadas (sean académicas o literarias), segmentos culturales de diarios, blogs y páginas web referenciales. Además generando constantemente juicios críticos decentes (porque también -y estos abundan- están los indecentes e impublicables).