Han
decidido publicar, están convencidos que la literatura está perdiendo, que los
editores, sellos, libreros y lectores están perdiendo. Publicar. Publicar o
morir, no hay más alternativas (eso piensan, eso repiten a quien logra
escucharlos). Publicar, que sus textos se difundan, que sus libros lleguen a
distintos puntos del planeta, que sus historias se vuelvan historias populares
para abonar los sueños y pesadillas. Que sus historias noqueen, ataquen, y
también enloquezcan. Sus historias, aquellos trozos de vida inflados en la
exageración.
Pero
nadie los ha leído aún. No quieren dejarse leer por nadie. Esos otros, ese
mundo que lo desconoce es peligroso. Esos otros son lo peor: dirán de todo,
harán de todo para que no publiquen, para que sus sueños sean arruinados.
A
estos autores nadie les ha dicho -y no les importa- que sus textos abusan de
los lugares comunes, que son una constante repetición, que no poseen un arranque
que atraiga, menos un cierre que deje pensando al lector. A estos autores nadie
los corrigió a tiempo, y ahora están atrapados en una mentira, una capaz de
llevarlos al final de una “carrera” inexistente.
Los
autores que nadie lee ven enemigos por todos lados, por eso evitan compartir
sus textos, por eso no se atreven (después del séptimo rechazo de un editor) a
presentar sus manuscritos a una editorial y deciden que una imprenta es
suficiente, y reúnen dinero, venden cosas, empeñan sus tesoros. Publicar o
morir. Y sacan tirajes grandes, hacen presentaciones fastuosas junto a otros
amigos autores, pagan por hermosos y elocuentes espacios en la prensa, venden y
regalan los libros a sus familiares, agotan su tiraje. Son un éxito.
Estos
autores, dentro de sus círculos, no son autores, son ESCRITORES, casi
celebridades minúsculas, ínfimas estrellas parpadeantes, pequeños genios entre
amigos, eruditos necesarios en la sociedad. Y quien esté contra ellos estará
contra la cultura de su pueblo/cantón/ciudad/provincia/país.
Y
estos autores podrían justificar su trabajo y constancia con una cosa: talento,
pero no todos lo tienen, no todos persisten, no todos han decidido ser
ESCRITORES porque lo suyo ha sido el contar historias, entregarse a un
ejercicio y oficio con las palabras, escribir y corregirse, corregirse y
reescribir, hasta que las ideas no fallen en su mensaje. No, lo suyo más bien
responde a temas relacionados con el estatus cultural y social, con la
apariencia, con la grandilocuente búsqueda de ser alguien. Un alguien a quien
titular, señalar, saludar, premiar y erigir.
Existe
una legión de autores que nadie lee. Autores que continúan escribiendo páginas,
cientos de ellas, páginas que no dicen mucho o nada, páginas que dan cuenta de
una transcripción de su vida, que no intentan convertirse (por más que quieran
y no deseen reconocer) en textos que los sobrevivan.
Una
legión de autores que publica en la web, que arma libros en pdf o en Issuu, que
envía a diestra y siniestra a sus contactos, que exige una “lectura”
(complaciente al ego) de cuanto han escrito y publicado. Miles de títulos que
ante el exceso de información pasarán desapercibidos.
Yo
leo a los autores que nadie lee. Montones de ellos. Me arrepiento. Luego
intento leer más allá de mi prejuicio. Después recapacito: no se puede. Y los
leo creyendo hallar un diamante en medio del fango, pero no hay nada más que
fango sobre fango. Y pongo grandes X con esfero rojo sobre las páginas
impresas, y voy subrayando de rojo las páginas en mi pantalla. Fango sobre
fango.
Publicar
o morir. Y si me preguntaran, si me exigieran que fuera sincero, diría que la
segunda opción es la adecuada: morir, asesinar todo cuanto se haya escrito (léase
borrar de la computadora el archivo en word, quemar el manuscrito impreso,
aplastar las copias de respaldo en cd’s) y empezar de nuevo.
A
los autores que nadie lee les urge ser leídos. Que sus manuscritos se aferren
al proceso de depuración. Dejarse leer y sobrevivir. Si hay alternativas.
1 comentario:
"... intento leer más allá de mi prejuicio. Después recapacito: no se puede".
Publicar un comentario