La violencia es poder. Con esta lógica, un
individuo, el cañón de una pistola, sangre y cuerpos cayendo, se materializa en
Sicarii (El Quirófano, 2013) de Esther García. Un poemario desenfadado, cuyo
personaje, un niño sicario, es la representación más cruda y despiadada que
desde las urbes se consume diariamente.
Sicarii es el recorrido de una vida, una
que representa a toda una legión de hambrientos y decididos individuos:
Cuando yo miraba el mundo
ese mundo no reflejaba nada de mí
(IV, p 19)
Tener ocho años y apestar a muerto
no es algo fácil
(VIII, p 23)
La primera vez que acribillé algo
para oír la música tranquila de la
furia en mi alma
fue cuando abandoné mi niñez
para volverme un asesino
(XII, p 29)
Aquí no hay ninguna reivindicación del
personaje, lo que existe es acabar con el otro,
aniquilar cada sonrisa ajena, cada atisbo de felicidad, porque la alegría no
pertenecida es dolor, uno que debe silenciarse.
Soy el que no habla el que ve por sus
venas la sangre de otros en ellas coagularse.
(Dos armas, p 33)
Los ojos del hombreniñobestia
relucen ante las pequeñas flores
doradas de metal
o los dioses falsos de colores que
centellean ante sus ojos en trozos de
papel
Cada cabeza lleva marcada en su frente
un número
un precio
pero ante las garras y fauces
de este niño
no son más que figuras de plástico
inanimadas que
pueden ser desmembradas a su gusto
sin que nadie llore por ellas
(Sicarri, VI, p 46)
Este poemario es una proyección de la
realidad, retrato de las urbes más sangrientas y conflictivas (y aquí oportuno
el entorno en el que la autora escribe: México). Donde el asesinato se volvió,
desde los medios de comunicación, un acontecimiento cotidiano. Así, en esta
obra, se abusa del cliché impuesto por el cine, telenovelas y la misma
literatura (llámese La virgen de los sicarios, Rosario Tijeras, y demás). Esto
porque predomina una cultura violenta, donde la sobrevivencia, motocicletas y
pistolas se volvieron elementos de un juego macabro.
La violencia es la acción que el
personaje ha encontrado como única forma de vida. Por ello lo suyo, el poder,
está en cada arremetida contra los otros, esa multitud descartable y odiada. Entonces
esta hegemonía encuentra asidero desde un accionar sangriento, donde violentar a
otros sujetos es parte del ritual elegido.
El
arma siempre quiere entablar
un diálogo violento
Un solo roce de su acerada boca
y florecen ramajes carmesí que trazan
una cartografía imposible en cuerpos
ajenos
(Sicarri, VIII, p 48)
Sicarii
es también un poemario que recrimina a los medios de comunicación, aquellas
ventanas donde los contenidos violentos amoldan con insistencia a sus homo
videns. Y la espectacularidad se vuelve ese todo existencial al que se busca
pertenecer desde la condición de espectador y simulador.
En casa
sentado en el sofá frente a la TV.
un hombre sin cabeza
mira en la televisión
la escena circular de su propia muerte.
(Sicarri, IX, p 48)
El espectáculo de la carne
pan y circo para el pueblo
vuelve en su versión más moderna
youtube
(Sicarri, X, p 50)
Sicarii
es un poemario preciso para estos días donde las calles siguen acogiendo
cuerpos y tras ellos historias truncadas. Un escalofriante retrato donde la poesía,
y toda su ficción, fluye aceleradamente.
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