Cuando todos se
vayan. Breve antología poética (El Quirófano, 2012) de Jorge Teillier, es una brevísima
muestra que nos acerca a un autor ya conocido en el panorama poético. Treinta poemas
conforman esta obra, que busca (así veo la intencionalidad del antologador) llegar
a muchos de los lectores que aún desconocen al autor chileno (sobre todo en
Ecuador).
¿Qué hubiera
sido más interesante de esta breve antología? Más poemas, y con ello dar más
posibilidades de apreciación, pero se entiende que esta selección no ha buscado
ser una antología que se acerque desde lo académico, con un estudio
introductorio antecediendo la poesía, sino más bien un acercamiento literario
de alguien que, al parecer, ha tenido una deuda pendiente -emotiva y vital- con
este autor.
Los dejo con tres
de los poemas que aparecen en el libro.
Hay
un espejo colgado en una pared rota
Hay un espejo
colgado en una pared rota
En una vieja
casa de campo
Perdida en un
bosque sombrío.
Nada se mueve
jamás en él
Salvo sombras
submarinas de sombríos helechos y pinos.
El marco está
cubierto de musgo.
Un día el espejo
se deslizó al piso.
Años y años
permaneció en los tablones astillados.
Muy rara vez
Una rata del
bosque
Pasó junto a él
sin siquiera echarle una mirada.
Un día llegué yo.
Rompí la puerta
desvencijada
Y pasó conmigo
una angosta cuña de sol.
Llevé el espejo
al cuarto de mi abuelo muerto
Y lo dejé
reflejar su retrato
Mientras en la
vieja casa del bosque
Las sombras
Las ratas del
bosque y el musgo
Tuvieron que
trabajar sin su testigo.
Edad
de oro
Un día u otro
todos seremos felices.
Yo estaré libre
de mi sombra y mi nombre.
El que tuvo temor
escuchará junto a los suyos
los pasos de su madre,
el rostro de la amada será siempre joven
al reflejo de la luz antigua en la ventana,
y el padre hallará en la despensa la linterna
para buscar en el patio
la navaja extraviada.
No sabremos
si la caja de música
suena durante horas o un minuto;
tú hallarás –sin sorpresa–
el atlas sobre el cual soñaste con extraños países,
tendrás en tus manos
un pez venido del río de tu pueblo,
y Ella alzará sus párpados
y será de nuevo pura y grave
como las piedras lavadas por la lluvia.
Todos nos reuniremos
bajo la solemne y aburrida mirada
de personas que nunca han existido,
y nos saludaremos sonriendo apenas
pues todavía creeremos estar vivos.
todos seremos felices.
Yo estaré libre
de mi sombra y mi nombre.
El que tuvo temor
escuchará junto a los suyos
los pasos de su madre,
el rostro de la amada será siempre joven
al reflejo de la luz antigua en la ventana,
y el padre hallará en la despensa la linterna
para buscar en el patio
la navaja extraviada.
No sabremos
si la caja de música
suena durante horas o un minuto;
tú hallarás –sin sorpresa–
el atlas sobre el cual soñaste con extraños países,
tendrás en tus manos
un pez venido del río de tu pueblo,
y Ella alzará sus párpados
y será de nuevo pura y grave
como las piedras lavadas por la lluvia.
Todos nos reuniremos
bajo la solemne y aburrida mirada
de personas que nunca han existido,
y nos saludaremos sonriendo apenas
pues todavía creeremos estar vivos.
Fin del mundo
El
día del fin del mundo
será limpio y ordenado
como el cuaderno del mejor alumno.
El borracho del pueblo
dormirá en una zanja,
el tren expreso pasará
sin detenerse en la estación,
y la banda del Regimiento
ensayará infinitamente
la marcha que toca hace veinte años en la plaza.
Sólo que algunos niños
dejarán sus volantines enredados
en los alambres telefónicos,
para volver llorando a sus casas
sin saber qué decir a sus madres
y yo grabaré mis iniciales
en la corteza de un tilo
pensando que eso no sirve para nada.
Los evangélicos saldrán a las esquinas
a cantar sus himnos de costumbre.
La anciana loca paseará con su quitasol.
Y yo diré: "el mundo no puede terminar
porque las palomas y los gorriones
siguen peleando por la avena en el patio".
será limpio y ordenado
como el cuaderno del mejor alumno.
El borracho del pueblo
dormirá en una zanja,
el tren expreso pasará
sin detenerse en la estación,
y la banda del Regimiento
ensayará infinitamente
la marcha que toca hace veinte años en la plaza.
Sólo que algunos niños
dejarán sus volantines enredados
en los alambres telefónicos,
para volver llorando a sus casas
sin saber qué decir a sus madres
y yo grabaré mis iniciales
en la corteza de un tilo
pensando que eso no sirve para nada.
Los evangélicos saldrán a las esquinas
a cantar sus himnos de costumbre.
La anciana loca paseará con su quitasol.
Y yo diré: "el mundo no puede terminar
porque las palomas y los gorriones
siguen peleando por la avena en el patio".
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