martes, 14 de agosto de 2012

Ecuador y México, un puente de poesía




 
Por Augusto Rodríguez


La poesía ecuatoriana y la poesía mexicana siempre han estado unidas por un puente imaginario. Muchos ecuatorianos han vivido o viven en México y publican sus libros en ese hermoso país y los mexicanos visitan y leen sus poemas en Ecuador. Recordando al vuelo algunos de los últimos libros de autores ecuatorianos publicados en México se me vienen a la mente: Jorge Enrique Adoum, Edwin Madrid, Bruno Sáenz, Fernando Nieto Cadena, Luis Alberto Bravo, Julia Erazo, etc., entre esos nombres destacan: Alforja de caza de Xavier Oquendo Troncoso y Cuando morí (en el pabellón de incurables) de Iván Oñate. Los dos son autores ambateños radicados en Quito. Catedráticos, gestores culturales, poetas que han sido traducidos a varios idiomas y que constan en varias antologías extranjeras.

En una hermosa edición de La Cabra Ediciones de México D.F., 2012, nos llega Alforja de caza de Oquendo Troncoso, es una suerte de antología de este reconocido autor. La poeta y crítica boliviana Vilma Tapia nos dice: “Las palabras adquieren el peso que da consistencia al cuerpo de quien recorre los espacios recolectando, inventando los faltantes o llenando las zonas de indeterminación, como llamara Roman Ingarden. Así, los tres libros reunidos en Alforja de caza son sobre todo un umbral ubicado a la mitad entre el afuera y el adentro. Poesía espacial, escritura arquitectónica, espacios escriturales”. Este libro parece flotar en la imagen del inicio de los tiempos, el descubrimiento del fuego, las primeras palabras. El lenguaje como cuchillo que se afila y como piedra caliente. Oquendo Troncoso nos da múltiples espejos donde mirarnos, con poemas de distintos ritmos y tiempos para descubrir lo que hemos perdido desde que el hombre está en esta tierra. Es una bella antología que hay leerla con calma y con mucha sutileza. Les comparto un poema clave de este libro denominado Antes de la caza:

Antes de la caza


A mi padre

Quiero encontrar el lugar
donde ubicarme.
Entro en la vecindad
de voces que me dicen:
                          ve a buscarte lejos,
                                   en los andenes de las penas,
                          ve a ponerte en fila con los astros;
                                   deja el poema un rato,
                                    y reconoce los olmos.
                                   Piensa que ya estorbas y no sirves,
                                               que de grande uno se trastoca
                                                           y se consume.

Mamá ya no prepara bien las cenas,
no hay comida hasta después del día.

Ve a buscar el círculo vicioso
que pueda hacerte hombre
en el insomnio de los días.

                        Vete y no vuelvas
                                   hasta después de la caza.






Cuando morí (en el pabellón de incurables) de Iván Oñate ha sido editado por Ediciones sin nombre, México D. F., 2012. Este libro sigue la brecha iniciada por otro poemario editado en México llamado El país de las tinieblas. Lo leo como una suerte de continuación pero en este libro, el autor abre el lenguaje, las palabras, su mundo simbólico para entregarnos un hermoso libro. En la contraportada del libro leemos: “Leer sobre la página es ya escucharlo. Sabemos que no es lo mismo haber muerto que haber morido. Oñate habla/escribe desde esa segunda condición, lo que le permite a veces la ironía o el desencanto, grietas por donde le regresa la vida gracias al milagro de la poesía”. Oñate sigue viajando por el mundo como escritor invitado y leyendo su poesía. Nos sigue entregando poco a poco una obra de gran fuerza, imaginación y belleza. Cuando morí (en el pabellón de incurables) es un poemario que se lee con desenfreno y con furia. A continuación leeremos un poema de la tercera parte de este libro denominado Cuando morí:

Para levantarme la tapa de los sesos,
no hizo falta una Mágnum 44
o la Lugger
que portaba Marlon Brando
en El baile de los malditos.

Bastó
mi dedo índice.

Mi dedo índice apuntando mi sien.

Fue un suicidio
íntimo, discreto.

Silencioso.

Estaba perdido,
perdido.

Ya no sabía cuál era la gloria
y cuál el infierno.

Menos todavía
si había alguna diferencia entre el mar y el cielo.

No sabía qué era arriba y
qué era abajo.


Eso que los pilotos que llaman
el efecto del muerto.

Quizá yo estaba muerto,
bien muerto,
y no me daba cuenta.

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