Por Augusto Rodríguez
La poesía ecuatoriana y la poesía mexicana siempre han estado unidas por un
puente imaginario. Muchos ecuatorianos han vivido o viven en México y publican
sus libros en ese hermoso país y los mexicanos visitan y leen sus poemas en
Ecuador. Recordando al vuelo algunos de los últimos libros de autores
ecuatorianos publicados en México se me vienen a la mente: Jorge Enrique Adoum,
Edwin Madrid, Bruno Sáenz, Fernando Nieto Cadena, Luis Alberto Bravo, Julia
Erazo, etc., entre esos nombres destacan: Alforja
de caza de Xavier Oquendo Troncoso y Cuando
morí (en el pabellón de incurables) de Iván Oñate. Los dos son autores
ambateños radicados en Quito. Catedráticos, gestores culturales, poetas que han
sido traducidos a varios idiomas y que constan en varias antologías
extranjeras.
En una hermosa edición de La Cabra Ediciones de México D.F., 2012, nos llega Alforja de caza de Oquendo Troncoso, es
una suerte de antología de este reconocido autor. La poeta y crítica boliviana
Vilma Tapia nos dice: “Las palabras adquieren el peso que da consistencia al
cuerpo de quien recorre los espacios recolectando, inventando los faltantes o
llenando las zonas de indeterminación, como llamara Roman Ingarden. Así, los tres
libros reunidos en Alforja de caza
son sobre todo un umbral ubicado a la mitad entre el afuera y el adentro.
Poesía espacial, escritura arquitectónica, espacios escriturales”. Este libro
parece flotar en la imagen del inicio de los tiempos, el descubrimiento del
fuego, las primeras palabras. El lenguaje como cuchillo que se afila y como
piedra caliente. Oquendo Troncoso nos da múltiples espejos donde mirarnos, con
poemas de distintos ritmos y tiempos para descubrir lo que hemos perdido desde
que el hombre está en esta tierra. Es una bella antología que hay leerla con
calma y con mucha sutileza. Les comparto un poema clave de este libro
denominado Antes de la caza:
Antes
de la caza
A mi padre
Quiero encontrar el lugar
donde ubicarme.
Entro en la vecindad
de voces que me dicen:
ve a buscarte lejos,
en
los andenes de las penas,
ve a ponerte en fila con los astros;
deja
el poema un rato,
y
reconoce los olmos.
Piensa
que ya estorbas y no sirves,
que
de grande uno se trastoca
y
se consume.
Mamá ya no prepara bien las cenas,
no hay comida hasta después del día.
Ve a buscar el círculo vicioso
que pueda hacerte hombre
en el insomnio de los días.
Vete
y no vuelvas
hasta
después de la caza.
Cuando morí (en el pabellón
de incurables) de Iván
Oñate ha sido editado por Ediciones sin nombre, México D. F., 2012. Este libro
sigue la brecha iniciada por otro poemario editado en México llamado El país de las tinieblas. Lo leo como
una suerte de continuación pero en este libro, el autor abre el lenguaje, las
palabras, su mundo simbólico para entregarnos un hermoso libro. En la
contraportada del libro leemos: “Leer sobre la página es ya escucharlo. Sabemos
que no es lo mismo haber muerto que haber morido.
Oñate habla/escribe desde esa segunda condición, lo que le permite a veces la
ironía o el desencanto, grietas por donde le regresa la vida gracias al milagro
de la poesía”. Oñate sigue viajando por el mundo como escritor invitado y
leyendo su poesía. Nos sigue entregando poco a poco una obra de gran fuerza,
imaginación y belleza. Cuando morí (en el
pabellón de incurables) es un poemario que se lee con desenfreno y con
furia. A continuación leeremos un poema de la tercera parte de este libro
denominado Cuando morí:
Para levantarme la tapa de los sesos,
no hizo falta una Mágnum 44
o la Lugger
que portaba Marlon Brando
en El baile de los malditos.
Bastó
mi dedo índice.
Mi dedo índice apuntando mi sien.
Fue un suicidio
íntimo, discreto.
Silencioso.
Estaba perdido,
perdido.
Ya no sabía cuál era la gloria
y cuál el infierno.
Menos todavía
si había alguna diferencia entre el mar y el cielo.
No sabía qué era arriba y
qué era abajo.
Eso que los pilotos que llaman
el efecto del muerto.
Quizá yo estaba muerto,
bien muerto,
y no me daba cuenta.
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