Yo creo que nadie en el mundo comprende
a un payaso, ni siquiera otro payaso, porque
siempre entran en juego la envidia o la rivalidad.
Heinrich Böll, Opiniones de un payaso.
“Cuando todos van de prisa el payaso debe ir lento a fin de encontrar sentido en aquello que la gente olvida” (p. 13) nos dice en las páginas iniciales el payaso Pascal, protagonista de El gesto del payaso (2012, Eskeletra) de Ramiro Arias (Quito, 1954). Novela donde el circo, como escenario, nos presenta a personajes que, sin alejarse de la tradición circense, evidencian sus intrigas, traiciones, envidias, odios y sobre todo aflora la decadencia de una profesión-negocio que busca a toda costa renovarse, aunque en está descabellada búsqueda lo que se haga ponga fin al espectáculo.
Hay abuso del cliché en los personajes: la Mujergoma, la mujer barbuda, la Enana, el Jorobado. Firulais (dueño del circo) de bigote con puntas arqueadas, los payasos Barbita y Pascal (con sus tristezas a cuesta), los hermanos Randy (del circo de la competencia) y sobre todo la Guapísima (la domadora de fieras, el cuerpo del deseo, la excusa perfecta para aniquilar la esperanza del circo).
Pascal, el payaso de glorias pasadas está jodido, ha enviudado: la Mujergoma ha muerto de cáncer. No desea vivir, y el alcohol y la coca parecen ser su único refugio. Y todo su cuadro fatalista parece tener un correcto sin sentido hasta que el “diablo” (en su representación mitológica y rural: hombre de traje oscuro, cara chupada y pálida, sombrero hongo) se le aparece mientras va en uno de los carros del circo en busca de la muerte sobre el asfalto. Le promete una vida eterna a cambio del alma de su amada. Promesa que es sellada ante un automático SÍ de Pascal.
“El reto del payaso solo se mide en la carcajada del público que no tiene por qué saber de nuestras pasiones y venganzas” (p. 13) nos recuerda Pascal. Pero ya no es el mismo, ha rejuvenecido, y aunque su objetivo fatalista no ha desaparecido, es un payaso renovado, con una esperanza oculta que ha revelado ante todos.
Pero mientras el drama de Pascal se teje y desarrolla, Firulais desde su lado materialista, sueña en levantar su negocio, y para esto ha fijado sus objetivos en la Guapísima, una joven en la que descubre una afinidad con las fieras, capaz de dominarlas. Sin embargo lo que ignora Firulais es que con la llegada de la joven la tragedia alcanzará su clímax en el circo.
El gesto del payaso precisamente ahonda en el lenguaje corporal, en aquel juego de máscaras donde no todo lo reflejado es real. Desde esta premisa Pascal, Firulais y Guapísima tejen sus dramas en un círculo que afecta no solo sus ya frágiles relaciones: de amoríos y abandonos, si no la del resto de personajes que en medio de esta lid fraguan sus propios desenlaces: “-Si no se larga esa mocosa, nos veremos en serios aprietos, Firulais y tú sabes de lo [que] hablo, déjamelo a mí, yo te vengaré por lo que te ha hecho. La gente se burla de ti Firulais –le dijo la Enana” (p.108).
La tragedia no podría haber sido concebida de otra manera, todos los antecedentes recrearon el escenario final: la muerte. Y en ella se refugian sus personajes condenados: Pascal y Guapísima. Y aunque el circo pierda a sus estrellas no pierde su esencia de espectáculo (uno centrado en el morbo, pero al fin espectáculo): pronto será noticia, una final y sangrienta: animales muertos y una pasión extinta.
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